ROSITA

1031 Words
Nunca le habían gustado los martes, parecían nefastos, ese en particular ya le empezaba a dar una sensación desastroza, no solo por el hecho de tener que ver a Danna, también los disturbios provocados por Osman, otro repentino cambio de empleado, hasta cierto grado se había acostumbrado a Margaret. Parlanchína, pero lo compensaba con ser sumisa y comprensiva, ante sus repentinos cambios de humor. Rogaba que su hija se portará a su altura durantes esos 3 meses de pasantía. Más le valía. Después de parquear su auto exclusivo, tomo su ascensor privado, directo al piso donde estaba su oficina. Cuando este marco el número 16, supo que había llegado. Avanzó por el lustroso pasillo, todo brillaba, tal cual le gustaba, le dió un ligero recorrido visual a todo el espacio, incluyendo a los vestuarios de sus empleados, se mantenían obedientes. Los colores le producían mucho ruido visual. Volvió a poner su andar en dirección a su oficina, como de costumbre miro hacia la oficina de su secretaria. Se paró en seco, le fue extraño ver esa joven sentada en ese asiento, parecía una muñeca, con su irritante blusa rosa, no le fastidio más, porque no era tan escandaloso. La trenza de lado, como si fuera una niña, se suponía que era una oficina sería, no un jardín de infancia. Aparte de esa burla a sus nervios no podía negar que Margaret tenía una hija bastante guapa. Claro, nunca la vería como mujer, era muy joven aún. Sus ojos se intrigaron por sus movimientos fluidos, más cuando notó sus prácticas de higiene, su ademanes le recordaban a alguien, la joven se esterilizó las manos con alcohol, antes de abrir un paquete de vasos desechables, se notaban de buena calidad. Empezó a llenarlo de café, el aroma lo sintió latente, no dudaba que estuviera bastante rico. Antes de tomar el vaso en sus manos, la chica levanto su vista. El abrió la puerta decidido, no la saludo, sus penetrantes ojos negros la invadieron, colapsando en la parte superior de su cuerpo. Ese color captaba toda su atención, aparte de la agitación sensual de su pecho. Se levantó seguido. Sentada le pareció más bajita y escuálida, ya en esa posición más facil de explorar noto su bien formado cuerpo. —Buenos días, señor.—No era muda, aunque tardo en hablar y brindarle sus respetos, como debía ser. —Buenos días niña de rosa.—La estaba mirando con frialdad, con el firme propósito de darle a entender su autoridad.—Que no se te ocurra volver vestir de rosa, para venir a mi empresa y quítate esa colita de niña, te ves ridícula.—Todo le salió de manera espontánea, su aspecto lo tenía bastante perturbado. —Entendido señor.— Siguió inspeccionando su oficina. Hasta quedar quieto sobre el vaso de café. Lo tomo, se lo llevo a la boca, sin duda sabía preparar un buen café, en algo debía resultarle útil esa niña. —Por lo menos me trajiste un buen café. —Le confesó de mala gana.—Con vasos decentes. Creo que me los llevaré. Al finalizar tu jornada de trabajo, pasa por esto y no olvides que debes traerlo diario, Rosita.—Le señaló el termo, se había apropiado de el. No tenía pensado volver a consumir el asqueroso café de la cafetería. —Mí nombre es Mía, señor Toro Recio. —¿Cómo me llamaste?. —Esa niña era bastante torpe, se había equivocado de manera despreciable con su nombre, daban ganas de ponerla en sus piernas, de azotarla con fuertes nalgadas. —Disculpe, me equivoqué, le dije señor Toro, en vez de Taurus.—Ya no valía, la ofensa estaba hecha. Había lacerado su buen nombre con su torpeza al referirse a el. —Disculpa aceptada, que no vuelva a pasar, no me gustan las equivocaciones absurdas, Rosita. —Entonces es justo que me llame por mi nombre correcto. "Mía".—Se acercó bastante a ella, casi le roba el aliento, casi ocurre un corte de respiración. —Te digo como me plazca. Recuerda que soy tu jefe, tu apenas una pasante. No seas igualada Rosita.—Con eso dejaba las cosas claras. Por alguna razón que no entendía le resultaba placentero ejercer autoridad sobre ella. Se alejo luego de masacrarla con sus palabras, con su tono agrio, solo lo considero un ligero escarmiento. Horas más tarde comprobó que la nueva secretaria no le resultaría inútil, en sus grandes ojos color miel noto mucha viveza, aparte de su agilidad para tomar apuntes y puntualizar detalles usando un lenguaje técnico. Le había servido de distracción, para no pensar en Danna, disfrutaba bastante molestar a Rosita. —Rosita, revisa la carpeta donde están pautadas las estrategias para el lanzamiento del nuevo modelo de auto.—Lo anotaba todo. —Ok, me imagino que adjunto tendrá el documento con el pre-lanzamiento del producto. Me ayudara para desarrollar un esquema más factible, así generar más expectativas. ¡Ese día será un bom mediático!. —Apasionada la Rosita. —Si.—Mintio, se le había escapado ese detalle, más bien a los del departamento de mercadeo. Quizás debía mandar a la chica con ellos pero no le latía.—Puedes marcharte. —Entendido señor, no olvide, mí nombre es Mía.—Se quedo mirando hasta verla desaparecer, ella no era nadie para decirle como debía llamarla. Pasadas unas horas, volvió a llamar a su secretaria, está fue seguido. —Señor, aquí estoy. —Llama al señor Ordóñez, de Beruz y cancela nuestra cita para esta tarde, le pasas ese dato a mi asistente Lucien.—Esa tarde pensaba pasársela diseñando. Incluso su compromiso fue a más, mando a la nueva secretaria a ordenar su almuerzo, casi vomita cuando sintió el olor deagradable del platillo —¡Llevate está porquería, en estos tiempos escaseas la comida buena!. Todo le apestaba, en especial cerca de esa joven, lo altera el solo verla cerca. Incluso otra cosa lo tenía intrigado, ella no olía mal, siquiera su trasfondo. Apenas una brisa ligera a caramelo suave. Nada comparado con el olor sublime de Danna, sin embargo, está le producia una sensación innegable. Que aún no lograba entender.
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