Salía de presidencia, con la bandeja de comida que su jefe había despreciado unos minutos atrás. La dejo en su escritorio. Ese hombre era un ogro, lo peor era su extraña forma de mirarla, como si fuera un bicho raro. Hasta los huesos se le retocian por las altas vibraciones que provocaba en ella.
Trato de apartar sus emociones de la mente. Ya su estómago gruñía, bajaría para su hora del almuerzo a la cafetería. Espero unos minutos hasta que una joven, parte del personal de la cafetería, subiera a recoger la bandeja.
Después de esta marcharse, saco su lonchera de hello Kitty. Hasta cerrada, se podía percibir el magnífico aroma. Se dió unas palmadas en su estómago antes de girarse para dirigirse a la salida.
Lamento que su espacio fuera transparente, de haber tenido privacidad no es captada con su lonchera infantil por ese ogro. La está viendo con el ceño fruncido. Otra vez.
No escucho el sonido de la puerta al abrirse. Trago en secó, no quedaba de otra, se armó de valor y salió de su oficina.
—Desea algo, señor Taurus?.—Este ni parpadeaba, tampoco la veía a la cara. Permanecía ensimismado en su lonchera rosa.
—Eres todo un chiste rosita. —Sabia lo que le esperaba, tomando su agresión verbal, unas horas atrás.—Al parecer te dedicaras a destrozar mis nervios, con tu mundo de colores, florecitas. Muñequitas.
—Es solo mí almuerzo señor. Si me disculpa, bajaré a la cafetería. Muero de hambre.—Tenia pensado alejarse de el. En cambio esté no se la puso tan fácil.
—¡Espera!.—Freno al escuchar su voz autoritaria. Incluso ya le había dado la espalda.—Todavia no he respondido tu pregunta inicial.
—Puede decirme señor, al final, soy una simple empleada y usted el el jefe.—No esperaba nada bueno, ese hombre sombrío, refleja su incesantes deseo de retorcerse la vida a todos.
—Deseo algo Rosita. Ven a mi oficina, ya. Cuando termines puedes tomar tu hora de almuerzo.
Era despreciable, sospechaba que todo era intencional. Solo deseaba sacarla de sus casillas. ¿Cómo su madre lo había soportado todo ese tiempo?.
Trato de controlar su impulso de golpearlo con su hermosa lonchera.
Lo siguió, no se molestó cuidar los preciados ojos de Taurus Recio, los cuales no resistían ver el color rosa.
Cuando entraron, sus sospechas resultaron se ciertas. La hizo sentarse frente a su escritorio. Sin indicarle lo que tenía que hacer. Más bien que era eso tan urgente que la hizo posponer el derecho de alimentarse.
Se mantenía enfocado, en su ordenador, bastante concentrado, ella parecía ser invisible, cuando esa situación la saco de sus casillas más su estómago alborotado, tomo su y la abrió. Le tocaba ignorarla, no estaba dispuesta a seguir soportando un minuto más de hambre.
—¿Qué haces?. Aún no te ordeno empezar a comer Rosita.—Al parecer su acción, llamo su atención, levantó el rostro. Casi la fulmina su expresión fría y arrogante.
—Voy a comer, si usted no se considera humano, yo si. Las personas comemos, además no tengo la culpa que la comida de su empresa no sea de su agrado, señor Recio.—Termino destapando el primer envase, con el rico postre. Un delicioso Brownie. Después abrió el más grande, el aroma de su delicioso contenido le hizo agua la boca. Al parecer, no solo a ella también al casca rabia que tenía el frente.
Discimulaba muy mal que no estába alucinando por tan rico olor. No podía ser modesta en cuanto a sus habilidades en la cocina. Se le daba muy bien, incluso preparaba platillos a domicilio, aparte de los ricas tartas.
—Puedes bajar almorzar. En este lugar solo yo tengo permitido hacerlo. —Se levantó de su asiento. Ella sintió algo de pánico, había rebazado los límites sin duda. Tapo los embaces, al final se salio con la suya y sería liberada de esa compañía nefasta.
—Gracias, mí estómago se lo agradece.—Cerro su lonchera. Antes de que este se la arrebatará.
—Yo debería agradecerte por el gesto de traerme el almuerzo. Rosita.—Se mantuvo en silencio viendo el descaro de ese hombre que ahora robaba su comida. El rodeo la mesa y se sentó en su cómodo sillón de cuero. Costoso y confortable.
Casi llora, moría de hambre, el en cambio la veía en son de burla.
—¡Ya lárgate!. Puedes comer algo en la cafetería. Te espero aquí antes de las 2:00 PM.
Hablaba en serio, se resigno. No importaba, se las desquitaria pronto.
Después de haber sido robada, bajo al segundo nivel donde estaba el área de cafetería. Taurus tenía razón, la comida era horrible. Al llegar algo tarde, no pude ver a su madre, la cual seguro debía estar complacida. Había almorzado algo delicioso. Suspiro, gruño y pateó el asfalto al atravesar la calle, luego de salir de la empresa.
Camino unas cuadras hasta un puesto de Hot dog. Le serviría para aplicar el hambre y tener un poco de energía para soportar a Taurus. Ya estaba en desventaja por la falta de café.
Se comió tres Hot dog. Lo hizo despacio para poder disfrutar la tranquilidad del pequeño establecimiento. No era tarea fácil soportar un ambiente tan gris y abrumador como el de Taurus Corporation.
Casi pierde la noción del tiempo y se pasa de la hora límite. De no ser por el reloj de pared que captó su atención.
Eran la 1: 45 PM. Si caminaba a un buen ritmo llegaría a tiempo. Su cálculo no fue tan acertado al no conocer la zona. De regreso a la empresa, las calles estaban más congestionadas, ni que decir el tráfico, tardo más para pasar la calle.
Cuando estuvo de regreso en su pequeña oficina transparente. El área estaba despejada, con suerte el toro no se habría dado cuenta que se escedio con 15 minutos.
Lo siguió pensando hasta llegada su hora de salida, sin el avistamiento de ese ogro. Faltando 10 minutos, empezó a ordenar el escritorio con esmero.
—¡Riiin, riiin!.—Casi se arranca la uña de su dedo meñique producto de los nervios. Sospechaba que era el quien estaba llamando.—¡Riiin, riiin!.—Continuaba la insistencia. Contesto.
—Buena tardes. Taurus Corporation. ¿En qué le podemos atender?.
—Rosita, pasa por mí oficina antes de irte.—Le tranco seguido. Energúmeno, maleducado, fastidioso, le pasaron por la mente, muchos calificativos que eran afines a su personalidad.
Inhaló. Exhaló antes de adentrarse en el despacho presidencial. Pronto estuvo frente a su escritorio.
—Estoy aquí, como lo ordenó señor.—El seguía consumido por el ordenador. Cómo maniático digital. Le molestaba esa pose, pero no le quedaba de otra que tolerarla.
—Llevate la lonchera y el termo. Recuerda traerme tanto el almuerzo como el café mañana.—Se quedó tiesa, no pudo evitar responderle de forma sarcástica.
—Si lo desea puedo venir vestida de sirvienta.—El reaccióno, quitó su atención al ordenador y la enfocó.
—No esta mala la idea, puedes ir a mi casa y hacerme la cena.—Se levantó, se fue acercando de forma peligrosa. Nunca había conocido un hombre que la pusiera tan nerviosa.—De paso limpias los baños y alimentas a Cuco.
—¿Quién es Cuco?.—Fue lo único que se atrevió a decir. El estaba tan cerca, invadiendo su aliento, todo su espacio personal. El calor de su cuerpo lo empezaba a percibir como ondas expansivas.
—Mi perro.—Ella retrocedió unos pasos. Incluso evito mirarlo, juraba que había visto un destello carmesí, flotar entre sus pupilas.
—Ok. —Agarro la lonchera y el termo, salió con prisa. Necesitaba recuperar el aliento.—Adios señor Toro.
—¡Taurus, Maldición!.—Grito el ogro a su espalda, no le importo. Cerro la puerta y huyó.