De no ser por el señor Osman, no hubiera almorzado, el toro le aplico la ley del hielo luego de expulsarla de su oficina. Cómo si le hubiera expresado el peor de los insultos.
Osman fue un ángel, reconoció su afiliación, aparte pudo abrirse y contarle sobre sus problemas económicos. Guardo la tarjeta que este le había entregado en su cartera, antes de cerrar el closet. " Deleite".Era una especie de empresa dedicada a la organización de evento. Podría con eso, por lo regular eran trabajos esporádicos. En esos momentos sentía que podía con todo, incluso con el energúmeno de su jefe. Su mamá merecía cualquier sacrificio.
Rodó sus ojos hasta su computadora. Antes de dormir, decidió revisar los avances en su proyecto de tesis. Tabulo los resultados de alguna de las investigaciones que habían realizado. En conjunto se fue comunicando con su amiga Patricia. A diferencia de ella, su pasantía iba de maravilla, sin alteraciones corporales ni emocionales, tampoco la trataban como basura como ella.
No todos, el señor Osman al igual que la señora Danna Sucre tuvieron un acercamiento respetuoso. Con esta última pudo aclarar algunos puntos e incluso confesarle sus sentimientos por alguien que era su amor imposible. Una figura muy diferente al señor Recio.
Cuando su mente bloqueo la concentración y se desvío a las imágenes lascivas que escenificó con el toro, apagó la computadora, se encamino de una a ir a la cocina. Necesitaba un vaso de agua bien fría.
Salió de su habitación intentando no hacer ruido. Su mamá debía estar dormida. Al menos eso pensó hasta encontrarla en la cocina atiborrándose de pastel.
—¡Mamá!. Se supone que deberías estar durmiendo.—La vió con extrañeza mientras abría la nevera.
—La preocupación me ha dado por comer hija, además este te quedó delicioso.—La verdad quedó muy rico. Pero no para comerse media libra de pastel de una sola sentada.
Ese accionar era una alerta, su mamá era de emociones frágiles, recordaba todo su sufrimiento cuando su padre la abandonó. Tomo 2 vasos y los lleno de agua. Lo siguiente en hacer fue sentarse a su lado y darle uno a ella. Debía tener sed después de ingerir tanta azúcar.
—Gracias.
—No hay de qué Mamá.—Llevo el vaso a sus labios, e ingirió el líquido transparente, necesitaba refrescar su garganta y sus sentidos antes de hablarle a su madre sobre sus futuros planes. La ayuda que le otorgaría su ahora jefe inmediato.—Necesito contarte algo, creo que te puede ayudar a sentirte más tranquila.
—¿Te ganaste la lotería?.—Casi la ve escupir el agua, por la risa que le causaron sus propias palabras.
—Eso sería mucha suerte.
—No creo, si le dijeras a la señora esa que sueles visitar. Que te lea las cartas, quizás aparezca un número.—Sabia de quién hablaba, su madre estaba algo errada. Ella no hacía ese tipo de trabajos.
—Mamá, Sol Archie, no es de ese tipo de brujas, es una simple curandera y protectora. —Toco la pulsera que está le había puesto desde temprana edad.
—Asi. De algo estoy segura, es rara.
—Mejor no hablemos de ella. De quién deseaba hablarte era del señor Osman.—Respiro profundo antes de proseguir, no sabía como lo tomaría su madre. El hecho de que expusiera su situación con alguien de su trabajo.—Le dije que necesitaba un trabajo extra y se ofreció ayudarme.
—¿No le gustaras a ese señor?.—La miro horrorizada.
—Perdón hija.—Le dió unas palmaditas en las manos, en son de disculpas.—Eres bonita, ya escuché algunos hablar de ti y claro los he puesto en su lugar.
—Eso está demás, el se nota muy decente. Es la impresión que me ha dado, las veces que hemos interactuando.
—Es la verdad, no sé cuál será más rescatado en ese aspecto. Pero me late que el señor Recio lo es aún más. —Su madre pareciera admirar ese ogro. Si supiera el asalto s****l del que fue víctima en el ascensor. Perpetuado por el recatado número uno.—Nunca lo he visto mirar a ninguna mujer con poco decoro, es todo un caballero.
—Si, se le nota. Aunque algo sangrón.—Entre otros peores defectos que debía omitir.
—Nadie es perfecto.—Termino diciendo.
—Volviendo a retomar el asunto del trabajo. ¿Qué opinas?.—Su mamá no contestó, eso le daba indicios de que lo desaprobaba.—No afectara mi pasantía, tampoco el proyecto de tesis.
—No quiero que te sacrifiques por mi. En unos días conseguiré trabajo.—Movio un poco la silla para acercarse más y abrazarla.—Lo siento hija.
—No vuelvas a decir eso. Has hecho demasiado por mi, es justo quitarte un poco de carga. —La beso en la mejilla. Su madre era una dulzura.—Quizas tengas más tiempo para ti, salgas con tus amigas y encuentres un novio apuesto.—Se vieron a los ojos con picardía.
Su madre empezó a reír, como si se tratara de un chiste. Se vió contagiada, era casi imposible no hacerlo. Tenía una forma de explotar en risas, bastante peculiar.
—Mejor vamos a dormir. Toca trabajar.—Asintio, cada una se fue a sus respectivas habitaciones.
Al día siguiente, empezó la rutina, con un insufrible bajón de ánimo, solo le preparo el almuerzo a su madre, ella prefirió prescindir de el. Usaría la hora de almorzar para hacerlo fuera.
Cuando tomo su cartera, aprovecho y saco la nota que le había dejado su jefe sobre el escritorio, donde decía exonerarla de sus servicios de sirvienta. La corto en pedazos pequeños y la tiró en el zafacón.
Salió a toda prisa. Ya su madre la esperaba fuera. En el camino la conversación fue trivial, cosas de mujeres, lo típico para bloquear malos momentos, incluso algunos pensamientos que producían palpitaciones.
Antes de tomar elevador, paso por unos de los pasillos donde solían circular más empleados, esa mañana parecían una colmena de hombres sin oficios.
—¡Buenos días!.—Exclamó a la colectividad. Hubo seguido, una respuesta al unísono. Giró después de apretar el botón, para dedicarles una de sus calidas e inofensivas sonrisas.
Se arrepintió, todos la veían con cierto interés lascivo, eso sintió. Se apuro a entrar. No le gustaba ser desnudada con la mirada. Le chocaba, más ella que había sido víctima de acoso en el pasado.
Cuando la puerta se cerró, inspeccióno su cuerpo, su vestido blanco estaba algo ceñido al cuerpo, pero tenían buen largo. Bueno. Rechino los dientes al ver su escote, sus pechos estaban algo alborotados. Para colmo no llevó suerte.
Respiro profundo para relajarse, evitaría salir de su oficina, igual debía organizar la agenda al toro y pedir los informes de ventas del primer trimestre al departamento de contabilidad.
Cuando llegó al nivel donde estaba la presidencia, se irguió y salió con su habitual caminar, no tenía porque sentir vergüenza de tener los pechos grandes, un cuerpo con curvas que eran difíciles disimular.
El toro al parecer no había llegado. No le importaba, se dirigió a la oficina, le dió a encender la computadora. Mientras cargaba, se sirvió un poco de café. Estaba rico, de lo que se había perdido ese ogro petulante, entre otras cosas. La imágen del con uno de sus pezones en la boca, hizo temblar su cuerpo. Se sacudió, apretó las piernas al sentir cierto deseo y calentura.
Un fuego liquido bajo por sus entrepiernas. Sintió la necesidad de irse a refrescar. A pesar de eso, el miedo le ganó, se movió un poco en la silla para aplacar las palpitaciones en su sexo. Se sentía delicioso. Mordió un lapicero, a la vez cerro los ojos, acaricio su pelo como imaginaba que lo haría la cosa recia. Uh.
—¡Rosita!.—Se paró seguido. Esa voz espantosa y autoritaria la saco del trance s****l. Lo peor fue sospechar, que el entendía lo que significaban sus movimientos sensuales.
—Buenos días señor Recio.—Este entro a su oficina y se fue acercando a ella, con un gesto inescrutable.
—Levantate Rosita.—Obedecio con timidez. Incluso dió la vuelta, sin el tan siquiera haberlo pedido.
Lo tenia de frente nuevamente, noto la lujuria en sus ojos oscuros, más la intención de controlarse.
—Lindo vestido.—Expreso antes de irse.
—Gracias.—Esa fue su respuesta, tímida y excitada. Su silueta imponente, se fue alejando, hasta desaparecer después de atraversar la puerta de presidencia. Ese intervalo se mantuvo con los ojos clavados en el, sin poder apartarlos aunque quisiera.