Adrián
Miro la pila de carpetas frente a mí y dejo escapar un suspiro pesado, como si con eso pudiera aligerar el peso que llevo encima.
Dos semanas, dos malditas semanas de trabajo intenso, días interminables y noches llenas de pensamientos que no me dejaban dormir. Y, como si eso no fuera suficiente, estaba ella.
Leía.
Siempre ahí, orbitando a mi alrededor como un pequeño desastre con piernas. Era irritante y fascinante a partes iguales.
Cerré los ojos por un momento, dejando que mi mente viajara a aquella mañana en mi piso. La recordé despertándose, confundida y con resaca, parecía tan vulnerable, tan fuera de lugar en ese momento, que me hizo sentir desconcertado.
Por mucho que intentará convencerme de que involucrarme con ella solo me traería problemas, había algo en Leía que me atraía como un imán.
Y la odiaba por eso.
No. No lo hacía.
Ese sábado por la mañana, después de acorralarla contra la puerta y besarla como si el aire dependiera de ello, pasamos el resto del día juntos. Desayunamos como si fuera algo natural, como si fuéramos una pareja más, pero no lo éramos.
No lo somos.
Luego de eso, las horas se nos diluyeron entre besos y caricias, explorándonos con una intensidad que aún podía sentir en mi piel.
Y, aun así, no avanzamos más.
Cuando llegó el momento de cruzar esa línea, ella se detuvo. Me dijo que no estaba lista para ir más allá, podría haber insistido, porque vi el deseo ardiendo en sus ojos, reflejándose como un fuego que amenazaba con consumirnos a ambos.
Pero no lo hice, no la presioné.
En cambio, cambié de táctica. Me convertí en un jugador más sutil, empujando sus límites con pequeños movimientos, buscando provocar una reacción, un destello.
Porque me gusta.
Me gusta demasiado.
Por primera vez en mi vida, estoy dispuesto a ser paciente. Leía no es como las demás, es como un maldito acertijo, una caja de Pandora esperando a ser abierta. No tengo idea de lo que encontraré cuando finalmente lo haga, pero sé que quiero hacerlo.
La quiero a ella.
Desde ese día, hemos estado en esta danza extraña, orbitando uno alrededor del otro como si fuéramos dos planetas atrapados en una atracción gravitatoria inevitable. Ella se arrepiente de cada beso, como si quisiera arrancarse de raíz lo que siente, y luego me odia por hacerlo más difícil.
Se enoja, me fastidia de las formas más creativas, cuestionando todo lo que digo y desafiando cada decisión que tomo.
Y yo… yo no soy mejor.
Me comporto como un bastardo, cargándola de trabajo innecesario, solo para luego quitarle la carga y disfrutar de su exasperación. No es sano, lo sé, no es ni siquiera lo ideal.
Pero es lo que tenemos.
Ella me lleva al límite de mi paciencia, y yo la llevo al límite de su tolerancia. Es un tira y afloja constante, una guerra en la que ninguno de los dos quiere rendirse.
Nunca nadie me había provocado tanto como ella.
Y era francamente desesperante.
La detestaba por la manera en que revolvía todo dentro de mí, pero al mismo tiempo no podía imaginar un día sin sus desafíos, sin su sarcasmo, sin la manera en que sus ojos brillaban cuando pensaba que me había ganado en algún duelo verbal.
He dejado de luchar contra lo que siento por ella. Es inútil.
La quiero.
Y la quiero en mi cama.
Pero también quiero algo más, algo que no me atrevo a decir en voz alta. Quiero a Leía, toda ella, con su caos, su furia y su vulnerabilidad.
Quiero descifrarla, entenderla y, si me deja, mantenerla a mi lado. Porque sé que, una vez que abra esa caja de Pandora, no habrá vuelta atrás.
Estaba sentado en la sala de juntas, tamborileando los dedos contra la mesa pulida de madera, tratando de no pensar demasiado en por qué seguía aquí a estas horas. Las luces del edificio ya estaban atenuadas, y el silencio reinaba en los pasillos, la mayoría, si no es que todos, ya se habían ido.
Solo quedábamos ella y yo.
Eché un vistazo al reloj, las manecillas parecían moverse con una lentitud exasperante. Había enviado a Leía a redactar el proyecto penal de un caso que presentaría mañana. Algo lo suficientemente complejo como para mantenerla ocupada durante horas.
Suspiré, agotado, pasando una mano por mi cabello mientras inclinaba la cabeza hacia atrás. El plan era simple, reprenderla por aparecerse en la oficina con ese maldito vestido que había hecho imposible concentrarme en nada más.
Desde la primera vez que la vi esta mañana, todo en ella me desarmó. Ese vestido ceñido que resaltaba sus curvas y que no dejaba mucho a la imaginación había logrado provocarme dos erecciones antes del almuerzo.
Maldita sea.
Pero no había considerado las consecuencias de mi propio castigo.
Ahora estaba yo también atrapado aquí, esperando que terminara su tarea. Esto no era parte del plan, mi intención era hacerla trabajar hasta tarde, un recordatorio sutil de quién tiene el control en esta oficina, pero aquí estaba yo, pagando el precio de mi propia estrategia.
Dejé caer la cabeza hacia adelante, mirándome las manos, intentando no dejar que mi mente divagara demasiado. Pero, por supuesto, lo hacía.
La imagen de Leía volvía una y otra vez. La manera en que caminó por la oficina esta mañana, con una confianza que parecía hecha a medida para romper mi autocontrol, la manera en que ignoraba, o tal vez disfrutaba, cómo la seguían las miradas.
Por un momento, cerré los ojos.
Lo que me irritaba no era solo el vestido. Era el hecho de que sabía perfectamente lo que hacía, o al menos eso quería pensar, porque si Leía lo hacía sin intención, sin darse cuenta del efecto que tenía en mí, eso lo hacía aún peor.
Intenté calmarme, centrarme en el trabajo que me esperaba mañana, pero mi mente seguía girando en círculos alrededor de ella. Esa maldita mujer y su habilidad para desarmarme con un simple movimiento, una mirada, o, en este caso, un vestido.
Me incorporé en la silla y me incliné hacia adelante, apoyando los codos en la mesa. Todo esto no tenía sentido, pero tampoco podía evitarlo, ella me sacaba de mis casillas, me hacía querer controlarla, mantenerla bajo mi dominio, y al mismo tiempo, me fascinaba su capacidad para desafiarme, para romper mis propias reglas sin siquiera darse cuenta.
Otro suspiro se escapó de mis labios, más pesado esta vez. Esta noche sería larga, y no estaba seguro de si eso era un castigo para ella o para mí.
El golpe en la puerta me saco de mis cavilaciones.
―Pase― dije con un tono más duro de lo que esperaba.
Entonces, ella entro a la sala, débilmente iluminada, con los hombros rectos y una actitud que estaba seguro, era para mandarme a la mierda.
―Discúlpeme, señor Warner― dijo con la voz vacilante y la respiración entrecortada―. Ha habido un problema con…― se detuvo.
Sabía que las excusas no iban conmigo, aun así, levanto la barbilla y camino hacia la mesa.
―Señorita Murphy― murmure sin dejar de mirarla.
― ¿Esta listo para empezar señor? ― me preguntó, sin ocultar el veneno en su voz. Quise reírme, pero en cambio la miré fijo sin responder.
Todavía sin decir nada, hice un movimiento con la mano sobre los documentos que había delante de mí, indicándole que continuara. Leía se aclaró la garganta y comenzó con su presentación, y mientras ella avanzaba yo, no dije una sola palabra perdido en su jodida belleza.
Ella estaba inclinada sobre la mesa, gesticulando algo sobre una serie de documentos, y mi mano como si tuviera vida propia, se levantó de mi regazo y se colocó sobre la parte baja de su espalda, hasta posarse sobre su culo.
―En todo caso una vez que…― paró a mitad de frase, con la respiración agitada.
Por un instante miles de pensamientos azotaron mi mente. Esto estaba jodidamente mal y, aun así, era incapaz de poder detenerme.
El calor que emanaba su piel, aun a través de su ropa me quemaba la mano, cada musculo de su cuerpo se tensó, y, aun así, de todas maneras, puede ver como sus pezones se endurecían detrás de su vestido.
Deje salir el aire que era evidente estaba conteniendo. Sentía el corazón latir con fuerza contra mi pecho y me di cuenta que después de un minuto, ninguno había dicho nada.
Nuestras respiraciones y el débil sonido de la ciudad era lo único que se escuchaba de fondo.
―Dese vuelta, señorita Murphy― susurre despacio.
El sonido de mi voz rompió el silencio, suspiró y cerró los ojos.
Se dio vuelta despacio, mi mano moviéndose con ella hasta posarla en su cadera. Bajo la mirada para encontrarse con mis ojos, silencio.
Su pecho subiendo y bajando. Al igual que el mío, cada respiración era más profunda que la anterior.
Comencé a mover el pulgar, despacio, de atrás hacia adelante. Mis ojos nunca dejaron los suyos, podía sentir el calor de su cuerpo y sin dejar de mirarla empecé a bajar la mano. Mis dedos recorrieron su muslo, hasta el dobladillo de su falda.
Silencio, no dijo nada.
Lo aparte, y la puse en el borde de sus medias, enroscándola alrededor de su muslo. A medida que más alcanzaba su pierna, podía sentir como su cuerpo se estremecía, podía ver la batalla en sus ojos.
La rabia y la lujuria peleando y desatándose en su interior.
Alcance el borde de sus bragas y suspirando, deslice los dedos por debajo. Roce su clítoris y ella respiro hondo, y cuando metí un dedo dentro de ella, se mordió el labio, reprimiendo un gemido.
Cuando la mire de nuevo, sus ojos estaban tan cargados de deseo y lujuria como los míos.
―Joder― gruñí en voz baja. Mis ojos se cerraron, y estaba a nada de perder el control de mí y de todo, si es que no lo había hecho ya.
Bajo la mirada a mi entrepierna, solo para ver lo duro que ya estaba por ella. Con los ojos aun cerrados, retire el dedo y agarre la tela de sus bragas con mi mano, Leía estaba temblando y la mire, con furia y lujuria brotando de cada poro de mi cuerpo.
Con un rápido movimiento, las arranque de su cuerpo.
El sonido de la tela rasgándose, rompió el silencio rebotando como un eco entre las paredes.
Alcé sus caderas bruscamente, elevándola hasta la mesa y abriendo sus piernas para situarme entre ellas.
―Señor Warner…― susurró. Sentí como el calor invadía mi cuerpo, y mi mente se desconectó cuando mi dedo medio volvió a acariciar su entrepierna.
―Me está volviendo jodidamente loco, señorita Murphy― echo la cabeza hacia atrás y apoyo sus codos, rendida a mis atenciones. Su respiración se agito y su humedad se coló por mi dedo, estaba cerca, podía sentirlo.
Pero entonces, me detuve.
Retire mi mano y ella levanto la cabeza mirándome, con los ojos vidriosos y desconcertados.
Se sentó rápidamente, agarrando mi camisa con sus puños, atrayéndome a ella, solo para tomar mis labios entre los suyos.
Jodido dios.
El sabor de su boca, la suavidad de sus labios era algo malditamente adictivo y nunca podía tener suficiente, y odiaba eso. Mordí su labio inferior al tiempo en que sus manos iban a mis pantalones, desabrochándome el cinturón.
La mire, buscando algo en sus ojos.
Duda, culpa, arrepentimiento. Conocía bien esos sentimientos en sus ojos, porque los tenia cada vez que me acercaba y se alejaba de mí.
Pero esta vez no había nada de eso.
No.
Había determinación.
Deseo.
Lujuria.
Y el mismo jodido anhelo que tenía yo, asique iba a tomarlo todo.
―Sera mejor que terminé lo que ha empezado, señor Warner― jadeo y rompí los botones de su vestido, rasgándolo.
¿Por qué siempre tenía que ser jodidamente exasperante?
Agarre sus pechos bruscamente, provocándole un dolor agradable, que la estremeció por completo. Leía me miro, desesperada como lo estaba yo mientras terminaba de desabrochar mi cinturón y deslizaba mi pantalón junto con mi bóxer.
Agarro mi polla, dura y gruesa con su mano y la acaricio. Sisee ante la sensación.
―Créame, señorita Murphy― jadee―. No tengo ninguna intención de detenerme.
La manera en que me miro, me desarmo por completo y ya me encontraba subiendo su vestido por sus muslos. Abrió más las piernas y echo la espalda hacia atrás, me tome un momento para contemplar la imagen de ella así por mí.
Y me rompió la cabeza.
Antes de que pudiera decir cualquier cosa, me enterré profundamente dentro de suyo. Sentí como mi cuerpo se estremecía y todo dentro de mi vibraba, al ser consciente de su calor y la forma en que me estaba tomando.
Nunca había sentido algo así.
Era como ser arrastrado hacia una profundidad infinita, un océano oscuro que amenazaba con consumirlo todo. Me ahogaba, me dejaba sin aire, como si estuviera atrapado en un remolino implacable, pero entonces, en el momento justo antes de rendirme, me dejaba respirar de nuevo.
Una bocanada de aire, llena de vida, de intensidad, como si el mundo entero hubiera cambiado de color de repente.
Esa sensación era nueva, desconocida y, sin embargo, extrañamente familiar, como si siempre hubiera estado esperando por este momento. Después de años de letargo, después de una existencia llena de vacíos, podía sentir, podía respirar de nuevo, y no solo con los pulmones, sino con cada fibra de mi ser.
El pensamiento me golpeó con una fuerza inesperada, como una verdad enterrada que finalmente salía a la superficie.
Mi piel se erizó al instante, como si mi cuerpo reaccionara antes que mi mente. Cada terminación nerviosa estaba alerta, encendida, recordándome que estaba vivo, que algo dentro de mí había despertado.
Y por primera vez en mucho tiempo, dejé de resistirme.