Capitulo 13

2874 Words
Adrián No tenía suficiente de ella. No podía. A estas alturas, estaba seguro de que no podría quitarle las manos de encima, aunque quisiera. Había algo en Leía que la hacía jodidamente adictiva. No sabía si era su piel, suave y cálida bajo mis manos, o el sabor de sus besos que me dejaban siempre queriendo más. Quizás era la forma en que jadeaba mi nombre, con un susurro tan bajo que parecía estar hecho solo para mis oídos, o tal vez era la manera en que finalmente, después de tanto tiempo, había dejado caer esa pared de concreto detrás de la que se escondía. Por primera vez, me permitió vislumbrar una parte de ella que había mantenido escondida desde que la había conocido. ¿Pero realmente lo había hecho? ¿O mañana se arrepentiría y volvería a esconderse detrás de esas barreras? No importaba. No en este momento. Nada lo hacía, no cuando me miraba como lo hacía ahora, con esos ojos que parecían desarmarme y reconstruirme al mismo tiempo. Pero incluso en medio de todo esto, me di cuenta de lo mal que estaba lo que estábamos haciendo. No por el acto en sí, porque joder, podía hacer esto con ella toda la noche, perderme en su cuerpo hasta que el mundo entero desapareciera. No, lo que estaba mal era el lugar. La oficina no era suficiente, no era el espacio que ella merecía para lo que estábamos compartiendo. La tomé de la mano, mis dedos envolviendo los suyos con firmeza, y antes de que pudiera protestar o preguntarme qué estaba haciendo, la llevé fuera de allí. La tensión entre nosotros era casi palpable mientras cruzábamos la puerta y bajábamos al estacionamiento. La subí a mi auto sin decir una palabra, aunque por dentro mi mente era un caos. ¿Estaba haciendo lo correcto? No lo sabía, pero la necesidad de estar con ella, de verla completamente mía, era más fuerte que cualquier lógica o duda. Quiso que fuéramos a mi apartamento, y no me negué. No podría haberlo hecho cuando su voz era un eco de todo lo que yo mismo deseaba. El camino fue silencioso, pero no era un silencio incómodo. Era el tipo de silencio que ardía, lleno de tensión no resuelta. El aire estaba cargado de algo que no podía describir, pero que sentía en cada fibra de mi ser, era incapaz de pensar en nada más, aunque lo intentara. Bueno, en casi nada. Porque una parte de mí no podía dejar de pensar en volver a perderme en ella. En cómo sería verla en la intimidad de su espacio, sin el peso de lo prohibido, sin la barrera de los lugares inapropiados. Solo nosotros, con el mundo reducido a cuatro paredes y el espacio que llenábamos juntos. Y mientras conducía, con su perfume todavía aferrándose a mi piel y su respiración tranquila llenando el auto, me di cuenta de algo, Leía no era solo adictiva. Era un peligro. Un riesgo al que estaba dispuesto a apostarlo todo. Cuando llegamos a mi apartamento, sentí cómo la ansiedad se había apoderado de cada fibra de mi ser. Todo el camino había sido un ejercicio de autocontrol, una lucha constante para mantenerme en calma mientras mi mente corría en círculos alrededor de ella. Pero en el momento en que cruzamos la puerta, ese control desapareció por completo. No esperé ni un segundo. Apenas entramos, la atraje hacia mí, como si ese contacto fuera lo único que necesitaba para volver a respirar. Mi frente se apoyó contra la suya por un instante, y nuestras respiraciones, rápidas y desiguales, se mezclaron en el silencio cargado de su apartamento. Leía no ofreció resistencia. Se derritió en mis brazos, entregándose con una naturalidad que me hizo sentir como si todo este tiempo hubiera estado esperando exactamente esto, exactamente a mí. La sostuve con más fuerza, mis manos explorando el contorno de su espalda como si intentaran memorizar cada curva, cada detalle. No podía esperar más, y no tenía por qué. Mi boca buscó la suya con una urgencia que no intenté reprimir, y cuando nuestros labios se encontraron, fue como si todo lo que había estado conteniendo finalmente se liberara. Mordí suavemente su labio inferior, arrancándole un pequeño jadeo que resonó en mi pecho como una melodía diseñada solo para mí. Me deleité con su sabor, con la manera en que suspiraba contra mis labios, como si cada exhalación fuera una confesión silenciosa de lo que ambos estábamos sintiendo. Sus dedos se enredaron en mi cabello, tirando ligeramente, mientras yo la empujaba con cuidado hacia la pared más cercana, asegurándome de no romper ese contacto, de no perder ni un segundo de ella. Cada toque, cada susurro, me hacía sentir más hambriento, más necesitado. Leía era un universo entero en mis brazos, y yo estaba dispuesto a perderme en ella hasta olvidar dónde terminaba yo y dónde comenzaba ella. Su cuerpo temblaba por la anticipación y poco a poco fui desprendiéndola de su ropa, o lo que quedaba de ella. Su mirada, me quemaba y de alguna manera me hacía sentir aturdido. Me acerqué más y besé la piel de su cuello, haciendo que se estremeciera. Leía gimió, llevando sus manos a mi pelo, tirando de él y acercándome más si eso era posible. Apoye la mano en su nuca y me separe de ella, con la respiración hecha un caos. ―Cariño, no soy conocido por ser moderado, asique te lo preguntare de nuevo, ¿estas segura? Alzó la mirada, esa que podía arrastrarte y devorarte, y me miro a los ojos. ―Estoy muy segura― dijo, buscando de nuevo mis labios. La atraje hacia mí, estrechando su cuerpo contra el mío con tanta fuerza que estaba seguro de que podía sentir la dureza de mi erección contra su abdomen. Aplaste mis labios contra los suyos mientras agarraba y apretaba su trasero, haciéndola jadear, permitiéndome profundizar e invadir su boca, sometiéndola y dominándola a mi antojo. Sabía a pecado y a mi condena. Ese beso me hizo arder por dentro y por fuera, y no podía estar más excitado y duro de lo que ya estaba. Mi mano dejo su muy tentador culo y la lleve en una lenta caricia por su espalda, acariciando cada centímetro de piel desnuda. Leía con la misma impaciencia que tenía yo, agarro mi saco y me lo saco, para terminar de quitarme la camisa, en el momento en que las yemas de sus dedos rozaron mi piel desnuda, mi cuerpo se estremeció por completo. Mi garganta libero un sonido ronco contra sus labios y mi mano ahueco más su cuello, profundizando el beso. Definitivamente nunca me cansaría de besarla. ―Llévame a tu habitación― susurró contra mis labios. Como pudimos llegamos hasta ahí, ni siquiera alcancé a prender la luz, solo iluminaba la luz que se filtraba de afuera. Tiré de ella, hasta que la parte posterior de su muslo choco contra la cama, y sin soltarla la empuje hacia ella. Bajé con un camino de besos, recorriendo suavemente la línea de su mandíbula, bajando hasta su cuello y succionando el punto de su pulso. Era jodidamente hipnotizante. Y adictiva. ―Adrián…― susurró, deslizando los dedos por mi cabello, cerrando los ojos para concentrarse únicamente en la sensación de mis labios sobre su piel. Mi pierna se deslizo lenta y deliberada entre las de ella, presionando mi muslo contra su entrepierna. Mis labios siguieron descendiendo por su garganta, explorando cada rincón como si su piel fuera el mapa que estaba desesperado por descubrir. Mordisqueó mi cuello, y mis caderas se elevaron inconscientemente, frotando mi núcleo contra su muslo, proporcionándome un placer instantáneo. Levantó las caderas, frotándose contra mí, intentando conseguir su liberación de alguna manera. ―Estás tan húmeda para mí, cariño― susurre en cuanto roce mis dedos sobre entrepierna. Estaba demasiado excitada, el deseo y la lujuria estaban escritos en sus ojos como una llama ardiente que podría quemar al mismo mundo si quisiera. Y estaba volviéndome loco. Gimió mi nombre de nuevo y todo dentro mío se removió, una sensación que se estaba extendiendo por todo mi cuerpo y prometía destruirme. Movió la cadera cada vez más alto y con más fuerza, mientras mi muslo ejercía la presión adecuada. Jadeo en cuanto la quite y perdió la fricción que le estaba dando, abrió los ojos y frunció el ceño, claramente molesta por no dejarla correrse. ―Tranquila, cariño, no pienso soltarte en toda la noche― murmure mientras mis labios recorrían sus pechos hasta detenerse en la piel expuesta de su ombligo―. No quiero que te corras todavía, Leía― la mire, apoyando mi barbilla en su vientre, y solo para pasar mi lengua por su ombligo y bajarla solo un poco. ―Adrián… ― ¿Tienes idea cuantas veces fantasee con esto? ¿Contigo? ― me miro, con los ojos brillosos y vivaces―. Lo he hecho una y otra vez mientras me masturbaba pensado en ti― jadeo solo escuchando mis palabras―. Voy a hacer que te corras tantas veces, que me rogaras porque me detenga― lleve mis manos a sus pechos, pellizcando sus pezones―. ¿También te has tocado, Leía? Atrapó su labio inferior entre sus dientes y asintió, cerrando los ojos. ―Hermosos― susurre, rozando suavemente su pezón con mis labios para lamerlos luego con caricias largas y duras. Cerré los labios, succionando la punta dura, girando mi lengua. Cerró los ojos y gimió con fuerza, arqueando la espalda―. Mírame. ―Oh dios, Adrián esto es... ― grito cuando tiré de la punta, no tan fuerte como para causarle verdadero dolor, pero sí lo suficiente como para provocarla. Repetí la misma acción con el otro pezón antes de volver a besarla por todo el cuerpo, deleitándome con la suavidad de su piel, y ese aroma suyo que me estaba volviendo demente. ― ¿Estás segura de querer esto? ― bajé un poco mi boca para besar el hueso de la cadera―. No quiero despertar mañana y que te hayas arrepentido, porque yo no lo haré y no hay vuelta atrás para mí. Mordí suavemente y cerró los ojos. ―Ojos abiertos Leía, necesito ver que me mires a mí― mi voz era grave, apenas reconocible tanto por su lujuria como por el esfuerzo por contenerme que estaba haciendo. Sus ojos, perfectos y envolventes me miraron. ―No voy a arrepentirme― susurró―. He terminado con eso, estoy segura aquí contigo, y también lo quiero. Me relamí los labios, con el placer de escucharla embriagándome poro por poro. ―No estaba seguro de que me dieras la oportunidad― dije, mirándola fijamente―, pero voy a tomarlo todo Leía. Sus ojos recorrieron mi cuerpo y la excitación dio paso a la duda cuando se detuvo en mi erección, que sobresalía orgullosamente. Tragó saliva y sonreí. ―Vas a tomarlo todo, cariño ¿sabes por qué? ― pregunté y negó―. Porque, estás hecha para mí. Empecé a mordisquear su cuello mientras mi mano recorría su vientre hasta ahuecar su parte más íntima, mostrándole con ese gesto, que al menos esta noche me pertenecía. A mí, a nadie más. ―Tan buena chica― ronroneé mientras mis dedos recorrían su abertura de arriba abajo. ―Adrián... ― gimió. ―Nunca vas a llegar a dimensionar, lo mucho que me excita y me vuelve loco, escucharte gemir mi nombre― presione mi pulgar contra su clítoris antes de introducirlo lentamente dentro de ella―. Es el sonido más erótico y perfecto del mundo. ―Más... La bese salvajemente, perdido en el sonido de sus labios, en la forma en que se retorcía por el placer que le estaba dando y yo, joder, nunca me había sentido en mi vida como me estaba sintiendo ahora. En este momento, con ella. ―Más...por favor, mas…― volvió a suplicar. Rompí el beso solo para sacar mi dedo y llevármelo a la boca mientras Leía seguía el movimiento completamente hipnotizada. ―Estoy casi desesperado por probarte― dije. Abrí aún más sus piernas, estremeciéndola con cada aliento cerca de su abertura. Mordí suavemente su muslo, antes de lamer entre sus labios, abriéndola y presionando la carne interior con la parte plana de mi lengua. Dejó escapar un jadeo al tiempo que se aferraba con fuerza a mis hombros, clavando las uñas en mi piel. Perfecta, eso es lo que era Leía. Jodidamente perfecta. Sujete sus caderas, manteniéndola en su sitio mientas hundía por completo mi cara entre sus piernas, mis labios y mi lengua estaban llenada de ella, alternando entre leves mordiscos y lamidas. Su respiración era tan acelerada como la mía, y me reconfortaba que no era el único que estaba sintiendo esto. Movió las caderas, en el momento en que mordí suavemente su clítoris, un orgasmo la ataco y cayo, mientras gemía mi nombre con fuerza. Levante la cabeza, relamí mis labios llenos de su orgasmo y volví a besarla con incluso más intensidad que antes. Sus pupilas se dilataron aún más cuando se saboreó en mis labios, su mano bajo entre nuestros cuerpos tomando mi erección palpitante. Me estremecí en cuanto recorrió mi longitud, apretando y robándome los gemidos que su toque me provocaba. Gemí fuerte contra su boca, incapaz de poder aguantarlo por mucho tiempo más. ― ¿Te…? ¿Te lastime? ―No cariño― gemí―. Tu mano en mi polla, definitivamente es el paraíso, pero, quiero correrme con mi m*****o muy dentro tuyo. Con una sonrisa maliciosa, separo las piernas dejándome entre ellas, y rodeando mi cintura, presionando mi polla contra su entrada. ―Te quiero dentro mío― susurró. No la deje terminar, volví a apoderarme de sus labios, jugando con su lengua mientras mis manos pellizcaban sus pezones. ―Tu, Leía― presioné un poco más―, me vuelves completamente loco― alineé mi pollo contra su entrada introduciendo solo un poco. ―Tú también me vuelves loca― susurro, con sus manos recorriendo mi espalda, haciéndome estremecer. ―Joder, Leía― cerré los ojos, encantado con lo que escuchaba―. Dímelo de nuevo― le pedí, apretando los dientes y deslizándome un poco más dentro de ella. ―Me gustas mucho…― ahogue sus palabras, embistiéndola dura y profundamente. Eche la cabeza hacia atrás, abrumado por tanto placer. ―Lo siento― dije, disculpándome con la voz estrangulada. ―Estoy bien, Adrián― gimió, dejé un camino de besos por toda la piel a mi alcance, hasta que me di cuenta de lo que había hecho. ―Espera― la miré alarmado y queriendo salir―. No me puse un preservativo. ―Yo…. yo― murmuro entrecortadamente y acaricie sus mejillas―. Tomo anticonceptivos y estoy limpia. ―Dios, gracias― murmure, cerrando los ojos―. Yo también estoy limpio, lo prometo. Leía asintió y empecé a embestir suavemente, entrando y saliendo. Dejé escapar un gemido gutural y empecé a penetrarla más, más fuerte, más rápido, llenándola hasta que sus paredes me apretaron al punto de provocar mi orgasmo, tensándose a mi alrededor. Sus caderas empezaron a seguir mis movimientos, sentí como la tensión crecía con cada estocada dura y profunda que le daba. Joder, estaba matándome. ―Quiero que te corras para mí, cariño― susurré en su oído mientras una de mis manos se deslizaba entre nuestros cuerpos y pellizcaba su clítoris palpitante con mis dedos. Leía se estremeció y sentí el momento exacto en que el orgasmo exploto dentro suyo porque, fue en el mismo instante en que sentí que mi mundo explotaba a mi alrededor y me arrastraba, aumentando todos mis sentidos. La oleada post orgásmica fue suficiente para hacerme perder el control y, tras un par de embestidas erráticas, me corrí gimiendo su nombre. Caí sobre ella, jadeando y a punto de colapsar, abrumado por todo. Solté un suspiro mientras salía de adentro suyo y me acostaba a su lado. ― ¿Estas bien? ― pregunté, con voz grave y somnolienta. Sonrío calentándome el pecho y la acurruque en mi pecho. ―Estoy bien― besé sus labios en una suave caricia mientras ella se acomodaba en mis brazos―. Demasiado bien. De hecho, creo que nunca me había sentido así tan… ― ¿Tan…? ―Satisfecha. ―Le hace tan bien a mi hombría escuchar eso― ambos nos reímos mientras la abrazaba. ―A ti… ¿también te ha gustado? ― llevé mi mano a su mentón y lo levanté para que me mire, dejando un beso suave en sus labios. ―Nunca había sentido tanto placer así en mi vida― se estremeció en mis brazos―. Lo que tú me haces sentir Leía es algo tan nuevo y poderoso que abruma por completo. ―Adrián…― me subí encima suyo, atrapando sus labios entre los míos, la forma en que me estaba acariciando desato una oleada nueva de placer que no pude contener―. Estas… ―Si― asegure, mordiendo su labio inferior―. Te lo he dicho, no pienso soltarte en toda la noche.
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