Capitulo 20

2637 Words
Leía Me sentía liberada, como si el peso de mi abandono hubiera sido arrancado de mis hombros en el momento en que pude contárselo a Adrián. Hablar de ello fue como abrir una compuerta que llevaba demasiado tiempo sellada. Esperaba cualquier cosa, cualquier reacción. Menos la que tuvo. Él me vio rota, y se quedó. No, no solo se quedó. Cambió todo su día por mí, por esta versión frágil y desgastada de mí misma. Cuando caí rendida en sus brazos después de tanto llorar, él no me soltó. Me sostuvo como si no tuviera intención de dejarme caer nunca más. Su calma, su presencia, llenaron los huecos vacíos que llevaba cargando durante tanto tiempo. Y lo había hecho tanto que estaba cansada de hacerlo. Sin embargo, no lloré por Logan. No, lloré por algo más profundo, más visceral. Lloré por esa parte de mí que se rompió, por esos sueños que me arrancaron de las manos sin darme siquiera la posibilidad de pelear por ellos. Lloré por la Leía que había sido, por esa versión de mí que había creído en finales felices y que se había aferrado a una ilusión hasta que todo se desmoronó. Mis lágrimas no eran por él; eran por mí. Por esa chica que había sufrido en silencio, que había dejado que el dolor se acumulara hasta convertirse en un peso insoportable. Lloré por la Leía que poco a poco estaba dejando ir. Y mientras lo hacía, mientras el llanto me desgarraba y me purificaba, algo cambió dentro de mí. Sentí como si estuviera abrazando a esta nueva mujer en la que me estaba convirtiendo, una mujer que había aprendido a levantarse después de caer, que había encontrado fuerza en sus propias heridas. Drené los últimos resabios de una historia que no fue, de un amor que se había quedado en promesas vacías. Y ahora, podía respirar mejor. Cada inhalación era más ligera, más libre. Adrián no había dicho mucho, pero su presencia lo decía todo, que estaba ahí, que me veía, que no iba a dejarme enfrentar esto sola. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba lista para seguir adelante. No porque el dolor hubiera desaparecido, sino porque ya no me definía. Había encontrado algo más fuerte dentro de mí misma, algo que me daba motivos para levantarme cada día, y no pensaba soltarlo. Me iba a aferrar tanto a ello, que incluso hacía días que venía rondando por mi mente la idea de retomar mis estudios. Era un pensamiento que, al principio, me había parecido lejano, casi imposible. Pero ahora, con cada día que pasaba, se sentía más real, más alcanzable. Cuando lo conocí a Logan, estaba en mi segundo año de abogacía. Amaba esa carrera. Había algo en ella que me hacía sentir empoderada, capaz de cambiar el mundo, o al menos mi pequeño rincón en él. Pero entonces llegó él, con sus sueños, con los planes que construimos juntos, y de alguna manera, dejé que esas promesas ocuparan todo el espacio en mi vida. Todavía estoy tratando de entender qué fue lo que me llevó a aceptar dejar la carrera. ¿Fue amor? ¿Fue la ilusión de un futuro perfecto? ¿O simplemente me perdí en la idea de ser todo para alguien más? Fuera lo que fuera, lo dejé. Por él, por la familia que íbamos a construir. Por una visión que no era completamente mía. Y ahora me sentía tan estúpida. El enojo hacia mí misma era como un eco constante en mi mente. Pero no era un enojo paralizante; era una fuerza que me empujaba a hacer algo, a recuperar lo que había perdido. No quería seguir dejando partes de mí por los demás. No quería sacrificarme en nombre de sueños que no eran míos. Quería ser mi prioridad. Quería crecer, quería cultivar sueños nuevos. Quería demostrarme que todavía era capaz de construir un futuro con mis propias manos. Quería ser feliz. Por mí, para mí. La decisión empezó a tomar forma en mi mente. Retomar la abogacía no era solo una forma de recuperar lo que había dejado atrás; era un símbolo de mi determinación, de mi nueva manera de ver el mundo. Sabía que no iba a ser fácil, pero también sabía que esta vez no dejaría que nada ni nadie me hiciera renunciar a lo que quería. Y esa certeza, esa chispa de esperanza que ahora brillaba en mi interior, era todo lo que necesitaba para seguir adelante. Suspiré y guardé el último papel en la carpeta, sintiendo cómo el peso del día comenzaba a disiparse. Adrián había estado en una reunión telefónica que no se podía interrumpir, pero ahora había terminado. Su voz, grave y cargada de autoridad, resonó por el intercomunicador llamándome, y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Como siempre. No sabía exactamente qué era, si su tono tan ronco y varonil, o la forma en que pronunciaba mi nombre. Pero escucharlo simplemente me provocaba muchas cosas. Y todas censurables. Caminé hacia su oficina, con el corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir. Cuando entré, lo vi inclinado sobre su escritorio, firmando unos documentos con una concentración que hacía que todo en él pareciera más intenso. El ruido sutil de mi entrada lo hizo levantar la mirada, y en el instante en que sus ojos se encontraron con los míos, mi respiración se cortó. Sus ojos azules, siempre tan profundos, parecían más densos que nunca, como si ocultaran una tormenta lista para desatarse. Era como mirar un océano en pleno caos, capaz de tragarte y dejarte sin aliento. ―Cierra la puerta, Leía― dijo, su voz baja pero cargada de una intensidad que hizo que mi mano se congelara a mitad de camino hacia la cerradura. El ambiente cambió al instante, volviéndose eléctrico, cargado de algo que no podía nombrar pero que sentía en cada fibra de mi ser. Cuando volvió a hablar, su tono era más firme, más oscuro. ―Y ponle seguro. Jesús. Mi mano tembló ligeramente mientras hacía lo que me pedía. El sonido del seguro encajando en su lugar resonó en el silencio de la habitación, amplificando el peso de sus palabras. Cada paso que di hacia él se sintió como un desafío, un salto al vacío. Adrián no apartaba la mirada de mí, y en ese momento, el aire entre nosotros parecía cargado de promesas que todavía no se atrevían a hacerse realidad. Me quedé de pie frente a su escritorio, con la carpeta apretada contra mi pecho, como si eso pudiera protegerme de la intensidad que irradiaba. Pero lo único que quería en realidad era dejarla caer, cruzar esa distancia, y descubrir qué había detrás de esa tormenta en sus ojos. Con una determinación que te obnubilaba, Adrián se levantó de su silla, no sin antes presionar el botón que volvía las ventanas opacas. Mis ojos se agrandaron cuando se acercó a mí, tanto, que mis caderas golpearon contra su escritorio. En un movimiento deliberado, se inclinó, presionando sus palmas sobre la madera a cada lado, enjaulándome. ― ¿Por qué estabas tan sonriente hoy? ― me pregunta y lo miro sin entender. ― ¿De que estas hablando? ―De ti, y del idiota de Henry que no ha dejado de venir a tu escritorio cada medio minuto. ― ¿Cómo…? ― niego con la cabeza, es tan típico de él controlar hasta la más mínima cosa―. Adrián, por favor. Estamos en la oficina. Me sonríe tan condenadamente sexy que creo incluso, que me ha hecho sonrojar. ―Nadie puede vernos, Leía. Pero… si fuera por mí, y créeme que quiero, ese idiota ya se habría enterado que eres mía. Hay muchas cosas que me gustan de Adrián, pero su faceta posesiva es embriagadora, asique hago algo que nunca creí posible. Lo provoco. ―Adrián, yo, no soy tuya, no realmente― le digo y aprieta la mandíbula. ―Parece que hay algún tipo de malentendido― responde, presionando su cuerpo contra el mío―. Pero lo eres, desde el momento en que te corriste sobre mi polla, gimiendo mi nombre― entierra su mano en mi cabello, inclinando su rostro hacia el mío―. ¿Cómo vas a compensarme cada sonrisa que le has dado, Leía? Sonrisas que son jodidamente mías. ―Estás loco― susurro, bajando la mirada a sus labios. ¿Dios, porque lo tuviste que crear tan sexy? es jodidamente irresistible. ―Sí, cariño― murmura―. Tú me vuelves completamente loco. Aprieta su agarre en mi pelo, acercándome más solo para tomar mis labios con una urgencia que me traspasa la piel. Gimo en su boca cuando su otra mano me aprisiona del cuello, empujándose contra mí y robándome el último resquicio de cordura que me quedaba. Definitivamente, estoy en condiciones de aceptar que nunca tendré suficiente de este hombre. Sus manos, me sujetan de la cintura y me levanta sobre su escritorio. Abro mis piernas para él, desesperada por el contacto, y me pega a su entrepierna mientras sigue saqueando mi boca. Me vuelve jodidamente loca. Nunca había sentido esto tan intenso que Adrián me hace sentir. Es como aprender un idioma nuevo con él. ―Tienes una reunión en veinte minutos― le digo, cuando roza mi muslo―. Adrián para, estamos en la oficina. Se ríe y niega con la cabeza. ― ¿Acaso no te has dado cuenta todavía, Leía? ― niego sin saber a qué se refiere―. Ni tú, ni yo dejaremos esta oficina hasta que te corras en mis dedos. ― ¿Qué? ― me muerdo el labio inferior, con la piel ardiendo y el deseo brotándome de los poros, en el momento en que lo siento deslizar sus dedos entre mis piernas. ―La próxima vez que lo vea coqueteando contigo, vamos a tener un problema grande, Leía― me dice, con voz suave. ―Él no…― intento murmurar―. No estaba coqueteando. ―Oh, pero si lo hacía― jadeo cuando escucho el sonido de mis medias rasgándose―. Y nadie coquetea con mi mujer enfrente de mis jodidas narices. Pensé que protestaría, debería hacerlo, pero quiero esto demasiado. Espera… ¿mi mujer? ―Mojada― susurra―. Deliciosamente mojada, y todo lo que he hecho es besarte. Mis ojos se abren y él sonríe mientras pasa un dedo por mi entrepierna. ―Eres mía, Leía― me dice, mientras empuja la tela a un lado. Gimo cuando empuja dos dedos dentro de mío―. ¿Tengo que recordártelo? Niego mientras me aferro al saco de su traje. ―No. Claro que no― jadeo y presiona su pulgar contra mi clítoris. Mis ojos se cierran, perdida en las sensaciones que sus dedos y su voz me están haciendo sentir. ―Mírame, Leía― me ordena y parpadeo, con la respiración hecha un caos y las mejillas ardiendo―. Buena chica― susurra―. Me gustas cuando te rindes ante mí, cuando tu cuerpo sabe a quién le pertenece. Desliza su pulgar sobre mi clítoris y gimo, tengo que morderme el labio para evitar gritar y que toda la oficina se entere de lo que pasa aquí dentro. Dios, me gusta provocarlo, desafiarlo. Pero la verdad es que tiene razón. Soy suya. Lo quiera o no. ― ¿Qué pensaría el bueno de Henry si viera cómo estás montando mi mano, y lo desesperada te tengo? Tal vez debería mostrárselo, para que se dé cuenta de que no tiene ninguna oportunidad― susurra, bajo y peligroso―. ¿Qué dices, cariño? ¿Debería hacer esas ventanas transparentes? ―Dios…. no― gimo, negando contra su amenaza, pero, aun así, no dejo de empujar mis caderas contra sus dedos con más fuerza, necesitando desesperadamente alcanzar el orgasmo―. No lo hagas. Se ríe. Jodidamente lo hace mientras pellizca ese lugar que es un cumulo de sensibilidad y nervios. ―No te preocupes, mi amor― murmura―. Solo yo puedo verte así. Son mis ojos los únicos que tendrán el placer de ver esta imagen, nadie más. Sus movimientos se aceleran, se vuelven más rápidos, más duros, llevándome al límite y robándose mis jadeos. ― ¿Quieres correrte, Leía? ― asiento, empuñando su camisa entre mis dedos, acercándolo más. Me muerdo el labio ahogando un gemido―. Solo dejare que te corras cuando me prometas que te mantendrás alejada de ese idiota. Asiento, con los ojos vidriosos. Incluso empañados por las lágrimas no derramadas a causa de la intensidad a la que me esta sometiendo. ―Lo haré, Adrián. Lo juro― nunca me escuche tan desesperada, tan desmoronada por el placer, o quizás sí. Pero cada vez, fue él quien me llevo a ese estado. Nadie más. ―Buena chica―susurra―. Eres jodidamente una buena chica, Leía. Y por eso, te mereces correrte en mis dedos. Me mira con tanto deseo e intensidad que mi corazón da un vuelco. Adrián definitivamente es más de lo que puedo manejar, pero, aun así, no quiero soltarlo. Quiero dejarlo que me conquiste, que me consuma. Que siga siendo cada una de mis fantasías favoritas. ―Córrete para mí― me susurra en el oído, mientras aumenta la intensidad en mi clítoris, llevándome justo al borde, arrojándome al límite. ―Adrián…― gimo mientras sus dedos hacen magia y me corro tan fuerte que temo caer desvanecida sobre su escritorio. Sin embargo, eso no evita que jadee cuando lo veo llevarse los dedos que hace segundos estuvieron dentro mío, a su boca chupándolos. Jodido dios. Adrián sonríe, saboreándome en sus dedos sin quitarme la mirada de encima. ―Esta noche, te daré mi lengua― susurra, acariciando mis muslos. Erizándome la piel―. Solo si te portas bien. Niego mientras levanto la mano y le limpio las manchas de labial que deje. Adrián me ayuda a levantarme y me acomodo la ropa, quitándome las medias que son un desastre y están todas rotas. ―Hablo en serio, Leía― me dice, tomándome con la guardia baja―. No quiero volver a verlo revoloteando a tu alrededor de esa manera. ―No volverá a suceder― le digo, con una sonrisa genuina en mis labios. ―Esta noche, en mi casa― susurra sobre mis labios antes de reclamarlos por última vez. Lo veo a los ojos, y la sinceridad que hay en ellos me quita la respiración. Él tiene una honestidad tan cruda y palpable que me hace sentir vulnerable, como si pudiera ver hasta el rincón más oculto de mi alma. Adrián tiene esa manera de mirarme, como si yo fuera lo único que importa, como si todo lo demás desapareciera a su alrededor. Es un abismo de emociones que me atrae, y aunque debería temerlo, lo único que siento es una necesidad desesperada de lanzarme sin mirar atrás. No, en realidad Adrián es como la bocanada de aire fresco que no sabía que necesitaba. Con él, todo se siente más claro, más simple, como si el mundo entero pudiera reducirse a este momento, a este lugar. Y mientras me pierdo en sus ojos, algo dentro de mí se libera. Es como si me diera permiso para soltar todas las dudas, todas las inseguridades que he acumulado. Con Adrián no tengo que pretender ser otra cosa. Puedo ser yo, rota y todo, y aún así siento que él me ve como alguien completa. El silencio entre nosotros no es incómodo, es cargado de posibilidades. El aire parece vibrar con todo lo que no se está diciendo, pero que ambos entendemos perfectamente. Y aunque no sé qué palabras vendrán después, sé con absoluta certeza que nada volverá a ser igual.

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