CAPÍTULO 5

1642 Words
Al llegar a casa de su amiga, llaman a la puerta y las recibe Claudia, antes de entrar por la puerta, se quedan mirando a Claudia. La chica está guapísima, se ha maquillado tanto que sus pestañas parecen postizas. Claudia las mira al abrir la puerta, y ve tan emocionada a Esperanza, que aprovecha la ocasión para decirlas: —Haber chicas, he pensado que como yo tengo coche, podemos ir a una cafetería italiana que conozco. —No creo que sea muy conveniente salir del pueblo —dice Paca, pensando en su marido. Viendo la indecisión de Paca, antes de que diga nada más enhebra su brazo al de ella, y mientras la dirige al coche, dice convenciéndola: —Solo está tres pueblos más allá, no seas aguafiestas. —No creo que esté bien, además podemos tomar café aquí —responde Paca. —¡Anda ya!, amiga monta en el coche, estaremos pronto aquí —la empuja Esperanza, para que suba en el coche y deje de dudar. Una vez están todas dentro del vehículo, la fiesta comienza. Claudia es tan avispada que empieza a realizar algunas preguntas, de ese modo se asegura de que sus clientas estén satisfechas. —Bueno, chicas. ¿Qué tal las experiencias de anoche?, ¿han gustado los juguetes a vuestros maridos? Cuanto más habla Claudia, más se ríen Esperanza, Paca, e Isabel; hasta que consigue romper el hielo, y comienzan a hablar. —Mientras hacía la cena a mi Manolo, tenía las bolas chinas puestas, al final me calenté yo más que la cena —dice Esperanza, muy emocionada por la experiencia. En ese mismo momento las risas de las cuatro, flotan en el aire dentro del coche. Claudia ve que Paca está muy callada y decide preguntarla: —¿Y tú has probado ya el juguetito? —Pues, yo la verdad, anoche cuando llegué a mi casa, también lo probé. Aproveché que Murci veía el fútbol, me encerré en el dormitorio y cuando llegó Murci a buscarme, ya había tenido tres orgasmos —les cuenta Paca. —Y… ¿Luego que pasó?, cuéntanos más, Esperanza. —Hija, por Dios. Eso es privado —contesta Isabel. —Mamá, no pasa nada, estamos entre amigas —asegura Claudia. —Yo con Murci nada de nada hija, pero con el satisfyer… —sigue hablando Paca. —¡Qué bien! Me alegro mucho —comenta Claudia, llena de alegría, al saber que su idea de buscar clientas nuevas está funcionando. —Más me alegro yo, que este cuerpo ya necesitaba alegría Macarena —contesta Paca, poniéndose más colorada que un tomate. Tras ver la intensidad que pone su amiga para contar su historia, Esperanza comienza a ir un poco más allá y dice: —Yo con mi Manolo, si tuve sexo —afirmando sus palabras con la cabeza—. Llegué a casa, me puse el lubricante que me regalaste, ese… con olor a coco. Me puse las bolas e iba moviendo el culo por toda la cocina para hacer la cena, hasta que llegó Manolo —continua explicando. —¿Y qué fue lo que te dijo al verte así? —pregunta Claudia, moviendo la cabeza de lado a lado, intentando borrar la imagen de su cabeza. —Esperanza, ¿Qué te pasa? —Me preguntó. —¿A mí? Nada Manolo, ¿Qué me va a pasar? —Esperanza, que esta noche estás moviendo mucho el culo, ¿Es que te pica? —No, Manolo, eres más bruto que un arado, déjame en paz, que estoy probando una cosa que le he comprado a Claudia, la hija de mi amiga Isabel —le dije a mi Manolo. —¿Y que la has comprado? —me preguntó. Pero no terminó ahí la cosa, en sus labios se curvó una sonrisa, y antes de descojonarse de mí me dijo: —Ya sé lo que es, otra vez tienes almorranas, la has comprado una crema —dijo, dando golpes en la mesa por la risa que le entró, mirándome a la cara. Su risa era tan escandalosa que me hizo cabrear, tanto que me puse frente a él en la mesa y le contesté: —¡Pero que no! No es eso, es otra cosa. Cuando le dije que no era eso lo que me pasaba, su cara empezó a cambiar, y me dijo: —¡Ya estamos!, otra vez gastándote los dineros. Yo me partía de la risa, y le conteste en plan sexy: —¡Qué no!, Manolo. Esta ve es diferente, esto es para jugar los dos. —Esperanza a nuestra edad, una ya no es sexy, cuando nos ponemos con el culo en pompa es porque estamos demasiado aburridas —dice Paca entre carcajadas imaginándose así para Murci. —También es verdad, pero una lo intenta, yo cuando tengo ganas discuto con él así luego no le queda otra que hacérmelo, porque si no sabe que al día siguiente será peor. Claudia no da crédito a lo que está escuchando y sin poderse aguantar más las risas, contesta: —JAJAJA, pero eso no va así, vosotras castigáis a vuestros maridillos con eso, por eso no les entran ganas. —Hija a nuestra edad no nos queda otro remedio que hacer eso para que nos miren —responde Paca. —¡Claro que sí!, tengo una lencería muy picaresca, para toda clase de cuerpos, y eso a los hombres les encanta, con un zapatito de tacón de aguja quedan ideales. —¿De tacón? —Sí sí, de tacón, tienen que ser tacones de aguja, para que quede bien sexy. —Pero… vamos a ver, ¿tú nos has mirado bien? Si yo me pongo ya a esta edad uno de esos, en vez de parecer dos agujas normales, van a parecer dos agujas de coser redes para los barcos pesqueros. Una vez más las risas vuelven a estallar dentro del coche, y esta vez mucho más fuerte, tanto que todas se sujetan la cara entre las manos masajeándose los pómulos, por el dolor que sienten. Claudia tiene que parar en la cuneta de la carretera, sus ojos están llenos de lágrimas por las risas. Cuando terminan de desternillarse de la risa, vuelven a emprender el viaje. —Chicas ya queda poco, pero Esperanza, ¿por qué no nos sigue contando que fue lo que pasó? —Sí claro, después de todo lo que me dijo. Manolo arrugó su ceño, y me preguntó: —¿Para jugar? —Que sí, es para jugar —le respondí, dándole más interés al asunto. —¿Y a qué quieres jugar tú? Está bien enséñamelo entonces —me contestó muy serio. Al sentir su curiosidad me acerqué un poco más a él, y le susurré al oído: —No puedo, lo tengo guardado. —¿Dónde Esperanza? No me dejes así, que ya sabes que yo no tengo mucha paciencia —me dijo sin saber lo que le esperaba. Para que no se impacientara más, le respondí: —Manolo, después de cenar te lo enseño. —Pero. ¿Dónde lo has guardado?, ¡chiquilla! —preguntó, no aguantándose las ganas después de tanto secretismo. Al verle que estaba rebuscando por toda la cocina, me eché a reír y la dije: —Manolo, hijo, vengo de una reunión de tuppersex. Sorprendido a la vez que cabreado, me pregunta: —¿Y por unos tupper de plástico, estás montando este espectáculo? —¡Qué no Manolo!, que no te enteras. Se llama tuppersex. Es una reunión donde te venden consoladores. ¡Yo me compré unas bolas chinas! —le dije muy emocionada. —¿Y dónde las llevas? —Manolo, hijo ¿Dónde las voy a llevar? —Pero… Esperanza, te lo has metido dentro… de tu... —me dice con los ojillos chisporroteantes, lleno de placer. —Que sí, que las llevo dentro —le afirmé con la cabeza, aunque reconozco que en esos momento me sonrojé un poco. Al verme tan colorada, pero un poco más seria, me preguntó: —¿Y qué es lo que dices, que has comprado? —Unas bolas chinas. —¿Chinas? ¿No las había españolas?, las cosas de los chinos salen defectuosas. —Manolo, se llaman así —terminé de explicárselo. —¿Y os dio tiempo de cenar? —pregunta Paca, esperando la respuesta. —No, se puso como un chiquillo impaciente, y me dijo enséñame esas bolas, quiero verlas. —Y… ¿Luego qué pasó? —Luego me empotró contra la encimera, me quitó toda la ropa, mientras tiraba de mis bragas, yo me quité el sujetador rojo, con toda mi emoción. »Manolo, echó mano a mi roseta, hundió los dedos un poco y se le quedaron empapados. Cuando los sacó, asomo su cabeza entre mis piernas y me preguntó: —Esperanza, pero ¿qué te has metido? —Manolo, leches, las bolas —le contesté muy excitada, al ver la cara de emoción que tenía. Tiró del cordón rosita que asomaba de mi roseta, saco las bolas, me empujó contra la encimera, y me besó a lo bestia. En mucho tiempo no lo había visto así de excitado. —Olé, olé —dice Paca aplaudiendo a su amiga. —Madre del amor hermoso, sois todas unas guarrillas —dice Isabel, cubriéndose la cara entre sus manos. —¿Por qué mamá? —pregunta Claudia sin ningún pudor. —Hija, ¿os parece bonito hablar de esto? —Mamá es lo más normal del mundo, hablar de sexo. —No hija, si viviera tu padre, pensaría lo mismo que yo. —Isabel, Herminio no vive para contarlo, y si estuviera aquí seguro que sería más moderno que tú —dice Paca, sonriendo un poco. —Dios lo tenga en su gloria, espero que no te haya escuchado —comenta santiguándose.
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