Olvidando por el pasillo lo que piense Murci de ella, entra en el dormitorio, saca su camisón de debajo de la almohada, se lo pone y se mete en la cama.
Después de un ratito entra Murci, se encuentra a Paca con el camisón puesto y enroscada en la cama, babeando la almohada. Abre la sábana un poquito y se echa a su lado, está tan apretado en la cama que la empuja para hacerse sitio.
—Murci, que ahí ya cabes —dice medio dormida.
—Entre tú y el quita pasiones que te pones todas las noches no me puedo ni mover —expresa levantándole el camisón.
—¿Pero qué haces loco?, quieres dejar de subir el camisón —pregunta muy cabreada, por lo cansada que está, mientras vuelve a colocarse el camisón.
—Solo te subo un poco el quita pasiones. Que por cierto, ya lo podías tirar a la basura que está muy viejo —responde metiéndose en la cama.
—Tú también estás viejo y yo no te digo nada. Hala… a dormir —dice Paca dándole un culetazo para que se esté quieto.
Un rayito de sol toca la cara de Murci y le despierta, muy cariñoso se acerca a Paca y comienza a darle besitos por la cara.
—Paca… Paca… —la susurra al oído muy bajito, para despertarla.
—Murci… estate quieto —responde muy perezosa.
—Anda déjame un poquito, solo la puntita y termino rápido —dice Murci apretando su cuerpo más contra ella.
—Que no… que no… y que no… —responde muy apresurada, mientras le da manotazos en la mano que la puso en la cadera, para que la suelte y poder salir de la cama.
Cuando termina de escapar del dormitorio, Paca prepara el desayuno para que Murci se vaya a trabajar.
A lo largo de la mañana, Paca fue realizando sus tareas, al llegar de comprar, entra en la cocina, y guarda la comida que compró, en los armarios y la nevera, cuando termina comienza a hacer la comida para cuando llegue su marido.
—¡Ya voy! —grita Paca al escuchar el teléfono sonar desde la cocina, poniendo la lavadora muy rápido para que le dé tiempo a llegar. Muy acelerada por el sonido tan chirriante que tiene el teléfono, se dirige al salón corriendo y pregunta al descolgar:
—¿Quién es?
—Hola mamá, ¿qué tal estáis papá y tú?
—Rosa, hija, muy bien —responde muy emocionada.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta su hija.
—Lo de todos los días hija, fui por la compra, y estoy haciendo la comida para cuando llegue tu padre.
Cortando la respuesta de su madre, porque sabe de sobra que en un pueblo tan pequeño, es poco lo que se puede hacer, pregunta:
—¿No te aburres en ese pueblo?
—Como una ostra. Pero ayer, fui a casa de Esperanza —responde, pasándose la mano por la cara.
—¿Qué tal lo pasasteis?
—La verdad que me divertí muchísimo, está aquí tu amiga Claudia —contesta para empezar con algo de chismorreo, y alargar un poco la conversación con su hija.
—Claudia… ¿Y qué hace ahí? —pregunta extrañada.
—Vino a ver a su madre, ya sabes que ella viene más veces que tú, tú desde que te casaste, solo vienes dos o tres veces al año.
—Mamá… no empieces, ya sabes que con los niños no tengo mucho tiempo.
Sin cesar en su intento para convencerla, la dice:
—Deberías venir más veces, te echamos de menos.
Cansada de escuchar a su madre y con los ojos en blanco por detrás del teléfono, comenta:
—Bueno cuéntame, ¿qué tal lo pasaste ayer con tus amigas?
—Fue una tarde movidita —responde un poco entusiasmada.
—¿Movidita? En ese pueblo me extraña —pregunta intrigada.
Intentando que no se note mucho su emoción, recordando lo de la noche anterior, responde muy despacio:
—Sí, hija me lo pase muy bien.
Esa forma de contestar, hace que Rosa se preocupe aún más, sabe que su madre ha hecho algo.
—¿Mamá que hicisteis? —pregunta de nuevo.
—Nada… —responde pensativa, para no darle más hierro al asunto.
—Mamá… —dice, reclamando una respuesta.
—Hija no pasó nada —contesta muy vergonzosa, recordándolo todo.
—Mamá que nos conocemos. ¿Qué… fue… lo que pasó? —vuelve a preguntarla.
—Hija, Claudia vende cosas —la dice sin pensar—, dice que son juguetes para adultos—. Termina de contarla tapándose la cara con las manos, muy nerviosa y llena de vergüenza.
—¿De verdad? —pregunta entre risas, creyendo que su madre jamás compraría algo así.
—De verdad, trajo algunos de ellos, nos los enseñó, me lo pasé muy bien, y encima compré un aparatito de esos que te succionan el clítoris.
Las palabras de su madre, la hacen estallar de los nervios, y dice:
—¡PERO MAMÁ! Qué me estás contando, y… ¿ya lo has probado?
—Claro nena, anoche cuando llegué a casa. Mientras tu padre veía el fútbol.
La tranquilidad con lo que lo expresa Paca, hacen que Rosa tenga muchas más dudas, y termine preguntándola:
—¿Y… que te dijo? Tuvo que decir algo al verte llegar con eso en las manos.
—Nada, se reía de mí, por eso me fui a la cama y lo probé, mientras él veía la tele —responde echándole un poco de descaro.
—¿Le pareció bien?
—Jajaja, nena no le he preguntado, se lo enseñé y después lo probé.
Intentando evadir los comentarios de su madre, comienza a despedirse de ella.
—Bueno mamá, yo solo llamaba para preguntar cómo te fue.
Despistada, y para que no cuelgue el teléfono, la dice muy emocionada:
—¡Hija, tuve tres orgasmos!
—Mamá, ahórrate los detalles —responde un tanto cabreada.
Con mucho descaro, Paca se da cuenta del enfado de su hija y decide despedirse de ella.
—¿Hija cuando vas a volver a llamar?, tengo que tender la ropa, y terminar de hacer la comida para tu padre.
—Vale mamá, muchos besos —dice antes de que se corte la llamada.
Al terminar la llamada, Paca espera a que termine la lavadora, desde el salón escucha como va dando el centrifugado, sabiendo que ya le queda poco tiempo, se va a la cocina. Con una cuchara de madera, mueve la comida, para que no se pegue, mientras espera que la lavadora termine para tender la ropa.
—¡Madre del amor hermoso!, la que se ha liado aquí dentro. ¡Está todo rojo! —exclama con cara de asombro al abrir la puerta para sacar la ropa.
Murci llega a casa en esos momentos, se dirige a la cocina, y se encuentra a Paca de rodillas en el suelo; con el trasero en pompa.
—¡Ay Paca, pero cómo me tienes desde anoche! —exclama boquiabierto, dándole un azote con la mano abierta en el trasero.
—¿Otra vez? ¿Aún no se te han quitado las ganas? —responde Paca, levantándose del suelo muy rápido para que deje de mirarla.
—No Paca, no. Esta noche me tienes que enseñar ese cacharrito que te has comprado —contesta balbuceando, volviendo a colocarse el m*****o, después de pensar en lo de anoche.
Paca, le mira poniendo cara de asco, pero de pronto comienza a entrarla la risilla tonta. Llevan tanto tiempo de casados, que ya no la sorprende nada las cosas que hace su marido.
—¿Por qué te ríes ahora? —pregunta Murci, a sabiendas de que se está riendo de él.
—Pues… porque cuando quieres llegar de trabajar es muy tarde. Aparte de eso, ya hace mucho que no me tocas, no me miras, no me haces ni caso en lo que digo —le explica con las manos abiertas, intentando que comprenda que la relación se está enfriando—. Cualquiera que te viera así, diría que el pingüino te está poniendo celoso —dice, colocándose en jara, antes de comenzar a servir la comida.
Murci la mira a los ojos, y con su mejor cara, la responde —Paca, es que lo de anoche…. fue… fue…
Esperando impaciente, una respuesta adecuada por parte de su marido, al ver que no deja de tartamudear, Paca le dice:
—Venga Murci, arranca la moto ya.
—Me puso muy caliente Paca —expresa sin pensarlo, y de un tirón.
Cuando termina de escucharle decir eso, se acerca a la cazuela y sirve la comida.
—Bueno… ¿Y, qué haces tú aquí? —pregunta extrañada.
—Vicente hoy tenía que venir al médico, y me vine a comer a comer a casa, después nos iremos a trabajar —explica Murci, sin dejar mirar el trasero de su mujer.
Después de comer, tiende la ropa, sin hablar mucho con Murci para que no se impaciente demasiado. Él pobre hombre se va al sofá, y duerme la siesta un ratito la siesta, antes de tener que volver a su trabajo.
Cuando termina de realizar las tareas, Paca va al baño, se quita la ropa y entra en la ducha. Ha quedado con sus amigas para tomar café a las tres de la tarde.
Con el ruido que hace puerta del baño al abrirla, Murci se despierta, y la ve pasear por el salón enrollada en la toalla, buscando el secador del pelo.
—Paca, que guapa estás —dice Murci, al verla salir con el pelo mojado, rizado, cayendo sobre sus hombros en cascada.
Paca desvía su mirada hacia el sofá, y ve a su marido tumbado bocarriba, con las piernas cruzadas, y un cojín encima de su erección para que no se le note, haciéndose un poco la tonta, responde:
—Murci, estás muy raro desde anoche, yo creo que la película que vistes afectó mucho a tus neuronas. Desde entonces tienes el cerebro asfixiado.
Cuando termina de vestirse, salen juntos de la casa y toman diferentes direcciones. Murciano se va a trabajar y Paca se dirige a casa de Esperanza para recogerla. Hoy han quedado con sus amigas, para tomar café en casa de Isabel.