Antes de que se den cuenta, Claudia aparca el coche casi al lado de la cafetería. Mientras la tarde va pasando, las cuatro amigas van hablando de sus encuentros sexuales, Claudia les da algunos consejos eróticos a Esperanza y Paca.
Como Claudia es muy pícara y está a su negocio, les ha preparado unas cestas con algunos juguetes más.
—¡Mirar chicas! ¿Qué os parece, la cestita tan mona, que he preparado para vosotras? —dice viniendo de su coche con ellas en las manos.
—¿Qué es todo esto? —pregunta Esperanza con cierta curiosidad, cuando Claudia se sienta de nuevo en la mesa.
—Un plumero de color rojo pasión pequeñito, unas pinzas para los pezones, unas esposas y unos dados del kamasutra.
—¿Niña y como se usa todo esto? —pregunta Esperanza.
—Es muy fácil. Tú coges a tu Manolo, le esposas a la cama, le colocas las pinzas en las tetillas, y cuando le tengas así pasas el plumero con mucha delicadeza —la explica Claudia enseñándola como se coloca todo.
—Y con los dados, ¿Qué hago con ellos?
—Cuando Manolo esté ya erecto, se los hechas en el abdomen y realizáis la postura que os salga.
—Si le hecho los dados a Manolo en la barriga, ruedan hasta mañana, y encima me toca buscarlo al día siguiente por toda la habitación. ¡Menuda barriga tiene! —dice destornillándose de la risa mientras habla.
—Bueno, Esperanza, pues échalos sobre la cama para que no rueden tanto —contesta Claudia, aguantándose la risa.
—Hoy no me convences con lo que traes —reclama Esperanza.
Paca va mirando detenidamente las posturas de los dados, Claudia la ve tan interesada en la cesta, que la coloca una de las pinzas en su dedo índice, para que vea que no duele tanto.
—¿Cuánto cuesta la cesta? —pregunta a Claudia, al quitarse la pinza del dedo.
—Cuestan quince euros, pero si te la llevas ya, te la dejo a diez.
Paca, mira a Esperanza, y espera que la diga algo.
—A mí no me mires, no me convence.
Después de pensárselo un poco, dice mirando a Claudia:
—Yo me la voy a llevar.
—Yo no, lo de las posturas, a mi edad no lo veo —dice Esperanza soltando los dados encima de la mesa.
—Pues yo sí, y esta noche lo pruebo todo, así aprovecho lo animado que está Murci desde anoche.
—Entonces, ¿la quieres? —pregunta Claudia.
—Sí hija, toma los diez euros —dice Paca estirando la mano, para darla el dinero.
—Gracias, la semana que viene volvemos a quedar y me cuentas qué tal te fue.
Después de tres horas largas de café, vuelven al coche, como ya es poco tarde Claudia las va dejando de una en una en su casa.
Una semana después…
Una semana después Claudia, pasa a recoger a Esperanza a su casa, seguidamente van a la de Paca, y se encuentran con la casa vacía; por mucho que llaman nadie les contesta.
Claudia y Esperanza se van de nuevo a la cafetería de la semana pasada. Al llegar, se sientan en una mesa y mientas que llega su pedido, como están impacientes al no saber nada de Paca, Esperanza la llama por teléfono.
—No te preocupes amiga estoy bien —responde Paca, al descolgar.
Esperanza se aleja el móvil de la oreja, al escuchar la música de unos timbales, y a lo lejos pone el altavoz y pregunta:
—¿Pero se puede saber dónde estás?
—Estoy en Hawáiiiii —responde, Paca muy contenta.
—¿En Hawái? —pregunta Esperanza, incrédula—. Si hombre si hace una semana no tenias dinero —continua diciéndola, al recordar la conversación que tuvieron hace unos pocos días.
Paca sonríe, y responde eufórica:
—Ya, ya. Pero hace dos días… ¡LE TOCÓ A MURCI LA LOTERÍA! —termina la frase gritando.
—¿De verdad? Y como ha sido eso —pregunta Claudia, al ver que está tan feliz.
—Pues, la verdad es que jugaba con sus compañeros todas las semanas un boleto, y los tocó el martes, el miércoles hemos cobrado el premio y hoy acabamos de llegar a Hawái —les explica Paca, muy nerviosa.
—Pues ya me lo podías haber dicho antes. Enhorabuena — responde Esperanza llena de envidia.
—¡Aquí te esperaremos Paca! —comenta Claudia, antes de colgar.
—Hasta luego, muchos besos para vosotras, nos vemos cuando llegue al pueblo.
—Adiós, chao chao —se despiden Esperanza y Claudia.
Mientras las chicas pasan la tarde como pueden en la cafetería, Paca y Murci continúan con sus vacaciones en Hawái. Con el premio de la lotería, su vida ha dado un cambio inesperado. Por eso han decidido pasar en familia este año las navidades en Hawái, ya que tres mil millones de euros repartidos entre cuatro familias; les da para poder vivir sus vidas sin trabajar.
Al llegar la noche Paca y Murci, entran en su habitación, Murci se tira en la cama, y se pone a ver los deportes en la televisión que hay, en cambio Paca entra al baño, ella prefiere darse una ducha, para retirar el sudor.
—¡Bien! ¡Qué suerte! —dice, al ver que hay un jacuzzi en mitad del baño.
Murci, la escucha de hablar sola y entra para ver qué pasa.
—¿Qué pasa Paca?
—¡Mira, mira! Hay un jacuzzi —le dice señalándole con el dedo.
—Uff, mejor no abras ni el grifo, estos se han confundido y nos han dado una habitación de lujo. Espérate que voy a llamar a la recepción —dice el hombre, pensando en el lujo que tiene el hotel, y en lo caro que le va a salir estar ahí tanto tiempo.
—¡No digas tonterías Murci! —responde Paca, dándole un beso en los labios, para que deje de ser tan desconfiado—. Ya las habitaciones son así, hay que ser más modernos —afirma ella, mientras guarda los jabones, y las cosas que sobran en su maleta.
—¿Paca que haces? —pregunta Murci asombrado.
—Guardar todo lo que vaya sobrando y estoy pensando que mañana voy a comprar una maleta más grande porque si no, no nos cogerán todas las cosas en esta —le explica Paca, midiendo el hueco que queda libre en la maleta.
—Pero que estas cosas son mientras que estemos aquí instalados, no para que te las lleves tú —dice devolviendo los jabones a su sitio, las dos toallas de mano, y el albornoz que está doblando su mujer.
—¿Pero qué haces burro? Si nadie se va a enterar —reclama volviendo al baño, para abrir el grifo del jacuzzi.
Como Murci no para de darla la tabarra, Paca comienza a quitarse la ropa, está tan ilusionada con el hecho de probar un jacuzzi, que le resulta indiferente lo que le diga su marido.
Murci la deja a solas y vuelve a ver los deportes en su televisión gigante.
Al entrar en el jacuzzi, y sentir tantos chorritos de agua golpear sobre su piel, después de unos minutos ahí dentro, comienza a aburrirse como una ostra. Se envuelve con la toalla, y sale del baño, pasa por delante de la cama y Murci la ignora por completo.
—¿Ya podíamos celebrarlo de verdad? —insinúa Paca, dejando caer la toalla al suelo.
Murci, levanta la vista y gira su cabeza al ver a su mujer desnuda, y dice emocionado:
—Ven corre Paca, que te hago un hueco. —Palmeando el colchón.
—Te espero en el jacuzzi —responde ella, acercándose al mini bar para coger una botellita de sidra, y una copa.
—Cuando termine de ver los deportes Paca —contesta, regresando la mirada hacia la tele.
—¡Hay Dios mío! Dame paciencia con este hombre —relata Paca, volviendo al baño.
Al cabo de un rato cuando se termina la copa de sidra, Paca se vuelve a aburrir, y llama a su marido desde el baño.
—Que pesada eres Paca, déjame que vea la tele, luego voy —contesta Murci, medio dormido en la cama.
—VALE, VALE —grita Paca desde el baño.
Al ver que su marido no la hace ni asunto, se deja resbalar en el jacuzzi, para hundir su cabeza dentro del agua y así, poder despejar los pensamientos tan traviesos que tiene.
Murci sigue sin aparecer por el baño, y ella comienza a ponerse muy nerviosa, vuelve a salir del jacuzzi, y como no tiene toalla se pone el albornoz, y sale a la habitación de nuevo.
—Murci, Murci —le llama muy despacio—, cuando ve no se despierta, ni hace el menor intento por ello le grita—. MURCIII.
»¡Anda y que le den, por donde no digo! —relata cabreada, cogiendo otra botellita de sidra y regresando al baño.
El alcohol, la hace calentarse aún más, cuando termina su copa, Paca recuerda lo bien que se lo pasó con el satisfyer. Entonces se la ocurre la genial idea, de dejar que su mano resbale un poco por debajo del agua, y se acaricia ella solo durante un buen rato.
Después de media hora, cuando se cansa de mover su mano y sus dedos, y aburrirse aún más, deja de hacerlo, apaga el jacuzzi y sale del agua. Al abrir la puerta del baño, Murci la ve venir y busca el mando del televisor para cambiar corriendo el canal.
—¿Qué estás viendo ahora? —pregunta Paca mirando al televisor.
—Nada, nada, se me fue el dedo —intenta disculparse, cuando se da cuenta de que el mando no responde.
—Pobres chicas —ironiza Paca, al verlas gemir—. ¿Esas que son cuñadas?, lo digo por qué parece que se están buscando algo en el culo —continua cachondeándose.
—Cállate ya, anda —responde Murci, levantándose de la cama para desenchufar la tele.
—No lo quites, déjalas que parece que se tragó un anillo o algo y la otra se lo está buscando en el culo.
—Pacaaa. ¿Quieres dejarlo ya?
—Que sí Murci hombre… Pero baja ya ese campamento que te van a denunciar, por poner una tienda de campaña en la orilla de la playa —comenta riéndose, y señalándole a su entre pierna.
Avergonzado al ver que su mujer se ríe tanto de él, Murci se va al baño, y aprovecha que aún sigue el agua caliente para meterse dentro del jacuzzi.
Pulsa el botón y miles de burbujitas, comienzan a masajear su cuerpo, «Ufff, esto sí es un placer, creo yo que la Paca sí tenía razón» piensa para él. «Estos ricos sí que saben vivir» es tan absolutamente relajante para él que cuando se quiere despertar y mira su reloj son
las cinco de la madrugada.
Más arrugado que una pasa, sale, se seca con una toalla, y se cubre con el albornoz. Al llegar a la cama como era de esperar su mujer ya está dormida, debe de haber tenido nos cuantos de sueños diferentes.
Al levantar la sábana para meterse en la cama, ve que el camisón que lleva puesto es nuevo, es de color n***o y de encaje, el que él mismo la ayudó a comprar por la tarde sin que sus hijos se diesen cuenta.
Murci se acerca a Paca muy despacio, para que no se despierte, la pasa el brazo por encima de la cadera e intenta dormir. Pero la verdad que después de la siestecilla que se echó en el baño, no le entra ni gota de sueño, por lo que comienza a rozas a Paca el trasero
muy despacio.
—¿Quieres estarte quieto? —pregunta Paca adormilada, mirando el reloj.
—Despierta un poquito solo Paca.
—Ni hablar, ya me ofrecí antes y me dijiste que no, Ahora te aguantas —responde separándose de él, y metiendo un cojín en el medio para que no la toque.