Trato

1089 Words
–Padre, ¿cómo puedes hacerme esto? – pregunto en voz alta a la vez que me levanto de su cama. –Quiero que mi descendencia continúe, hijo y quiero que sea con un hijo que salga de un matrimonio, no de cualquier mujerzuela con la que te acuestes en una taberna – me recrimina y mi mente viaja inmediatamente a Allison, esa pelirroja con carácter indomable, que me hechizó desde el primer vistazo. Se me escapa una risita y él parece no pasarla desapercibida. –Thomas, ¿qué te parece tan gracioso? – su gesto serio hace que su aspecto físico, que de por sí está demacrado, se vea aún más grave. –Nada, padre… Solo quiero decirte que me parece una injusticia que me obligues a casarme para poder obtener la herencia que, por ley, me pertenece. ¿Acaso no fue suficiente mi dolor cuando murió mamá, y mucho más cuando me exiliaste a la guerra, para ahora tener que buscar una mujer para casarme por las malas? – soy yo quien argumenta con seriedad ante su descabellada conclusión. –Sé que puede parecer una locura ahora, pero espero que puedas disfrutar de un matrimonio feliz, tanto como lo hicimos tu madre y yo y sobre todas las cosas… – toma un suspiro y veo las lágrimas bañando su rostro – Espero que seas un mejor padre del que fui yo contigo, hijo mío. Me acerco a tomar su mano, llorando también por todo el dolor y odio acumulado durante tantos años. –De acuerdo, padre, cumpliré tu requerimiento – digo con voz solemne y él asiente con la cabeza despacio, hasta quedar inmóvil. Lo sacudo un poco para despertarlo, pero para mi sorpresa, ya no se mueve más y me doy cuenta de la triste realidad: se ha ido, dejándome solo, más solo de lo que nunca antes me he sentido y con la enorme encomienda de casarme, para poder quedarme con el que fue mi hogar.                                                                                 ********* A la mañana siguiente, con el corazón hecho un nudo de emociones, me presento al funeral de mi progenitor. Hace frío, y a pesar de que los capataces y demás empleados de servicio se han encargado de todos los por menores del evento, debo admitir que me siento como un extraño, como un forastero en una tierra desconocida. Muchas personas han venido a dar las condolencias, sobre todo los arrendatarios de Hamintong Valley, personas que ocupan la tierra de mi padre, y que pagaban una cuota anual como parte del acuerdo. El sacerdote es un anciano que no conozco porque el que dirigía la iglesia cuando yo era niño, murió hace muchos años, según me cuenta la señora Fitz, la cocinera y empleada fiel que ha permanecido aquí a pesar del paso del tiempo. –Hermanos, estamos reunidos aquí, para despedir con mucho pesar al Lord Graham. Sé que para ustedes fue un hombre de gran valor, solidario y decente, siempre dispuesto a ayudar, por eso, rogamos al Padre que reciba su alma en la eternidad – el padre comienza a leer una porción de la Biblia que desconozco y finaliza con una oración. Al terminar el sermón, dos empleados empiezan a tirar la tierra sobre la tumba de mi padre. Los presentes comienzan a acercarse, llenándome de excusas, de abrazos de medio lado y palabras de aliento, pero no escucho nada, solo quiero estar solo. Tras un rato de socialización forzada, me alejo de los pocos que quedan y salgo en busca de mi caballo Zeus, necesito cabalgar un poco para despejar mi mente. Lo encuentro en uno de los establos comiendo hierba. –Hola, amigo. ¿Qué tal la has pasado aquí? Te han mimado mucho, ¿no? – pregunto mientras lo acaricio suavemente en la frente – Vamos a dar un paseo. Tiro de las riendas hasta sacarlo del establo y, una vez fuera, me monto de un salto y salgo disparado por los potreros de la casa, a toda velocidad para apagar mis pensamientos. Saltamos arroyos, corremos por las praderas y subimos colinas sin descanso, hasta llegar a la cima de un pico que permite ver toda la expansión de terreno que poseía mi padre y que ahora, si encuentro esposa, serán mías. –Es hermoso, ¿no? – una voz masculina irrumpe mi momento de paz y yo automáticamente tiro de la empuñadura de mi espada, girándome para ver de quien se trata. –¿Quién es usted? – le pregunto al sujeto que ha salido de la nada. Es un hombre joven, de cabello claro, al igual que sus ojos. Se nota que es de buena familia porque su aspecto y pertenencias no son de alguien que trabaje en servidumbre. –Mi nombre es Chriss Russell, era vecino de tu padre, lamento mucho tu pérdida – dice mientras acerca su caballo al mío y me extiende la mano para darme el pésame. –Gracias. No recuerdo haberle visto antes – digo con duda, porque a pesar de tener bastante tiempo de aquí, recuerdo a cada uno de los propietarios de las tierras limítrofes y el apellido Russell no me resulta familiar. –Soy relativamente nuevo en la zona, compré las tierras que pertenecían a los Bolton y llevo ya varios años en el área – me dice con una sonrisa que no le devuelvo, porque no me inspira nada de confianza. –Ya veo, pues un placer conocerlo, señor Russell – digo mientras insto a Zeus a dar la vuelta y regresar a casa. –Thomas – me llama por mi nombre y eso me sorprende, ya que yo no se lo he dicho – escuché que tu padre ha puesto una cláusula para que puedas heredar las tierras, así que, si un mes no consigues esposa, estaré en primera fila para comprar Hamintong Valley. Mi sorpresa no pasa desapercibida ante él, porque una sonrisa villana se planta en su rostro antes de marcharse por donde mismo vino. Así que el señor Russell no es para nada de fiar, si no que el muy malnacido quiere quedarse con lo que es mío. Espoleo a Zeus y salgo cabalgando hacia la casa, esta vez mucho más molesto, porque sé que ahora tengo enemigos de los cuales cuidarme y sobre todo, una esposa a la cual buscar, si no quiero perder lo único que me ha importado en toda mi vida. –Vamos, amigo – le digo a mi caballo – vamos en busca de la pelirroja, para ofrecerle el trato de su vida.
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