Rescatada

1112 Words
Termino de barrer el salón y voy a mi habitación en la parte de atrás en la posada. Hoy fue un día intenso, y debo agradecerlo, porque gracias al flujo de clientes consumiendo a la hora del almuerzo y de la cena, pude completar la cuota de Lord Thompson. Tuve que tragarme mi orgullo y rogarle que me diera hasta mañana para hacer el pago. Me sorprendió mucho que accediera con facilidad a mi prórroga, así que espero con ansias que salga el sol para poder pagarle su cuota, porque sé que es una menos en la lista larga de deudas y no tener que seguir rogando el favor y misericordia de ese viejo decrépito.   Voy a mi camastro en la parte de atrás de la posada, ya que no tengo casa. Mi madre murió cuando yo nací por un sangrado que nunca se le quitó, y me dejó sola con mi padre, quien terminó perdiendo nuestra casa en apuestas. Así que como la posada es lo único que he logrado mantener con mucho esfuerzo y sudor, aquí es donde vivo. Decidí dejar mi habitación en el piso de arriba para rentarlo y me mudé hace años al pequeño espacio en la parte trasera de la escasa despensa. Tan pronto mi cabeza choca contra la almohada, caigo rendida en un sueño profundo. No sé cuánto tiempo pasa después de eso, pero me despierto sobresaltada, con mucho calor y un resplandor cegador. Al principio pienso que es que ha amanecido ya y no me he dado cuenta, pero cuando mira a la ventana, veo que está aún oscuro. Sin embargo, la luz viene del salón principal. Me pongo los zapatos rápidamente y tomo mi daga de debajo de mi almohada, pensando que puede tratarse de algún intruso que ha entrado a robar, pero mis teorías pierden fuerza, cuando por debajo de la puerta de la cocina, empieza a entrar humo a toda prisa. –¡Joder, si es un incendio! – grito despavorida. Corro hacia la puerta entre la sala y la cocina, para abrirla e intentar mitigar el fuego, pero está condenada. Todo parece muy extraño, aunque la prisa no me da tiempo a pensar nada más. Comienzo a gritar para que los huéspedes que duermen se levanten, aunque seguro ya lo han hecho y, como no puedo salir por la sala, intento salir al patio, sin éxito alguno. Al final, opto por la medida más desesperada y es la de clamar por ayuda. El humo ha comenzado a llenar el espacio de la cocina y no encuentro por donde salir. –¡Auxilio! – grito tosiendo – ¡Estoy en la cocina, sáquenme de aquí! – mis alaridos no obtienen respuesta y dudo que alguien piense en buscar a alguna persona atrapada en el fondo de la cocina, habiendo habitaciones arriba, que están ocupadas por inquilinos. En mi desesperación, rompo el cristal de la ventana de la cocina, pero tiene barras de acero que me impiden salir, y miro hacia la oscuridad, desesperada, impotente, cuando de entre las tinieblas, sale el señor Thompson, montado en su caballo, con una sonrisa maligna plasmada en su rostro. –Pequeña zorra, ¿no que preferías morir antes de estar conmigo? – me pregunta cerca de la ventana – Pues aquí está la oportunidad de hacerlo, eso te pasa por demorarte con el pago y no querer rendirte a mí, para que veas que, con James Thompson, nadie juega. Se ríe con maldad y se marcha despacio, mientras yo respiro el poco de aire que entra por la ventana, pero el humo crece cada vez más rápido y llena todo el espacio. Me siento mareada, el calor me tiene la ropa pegada al cuerpo, y de repente, siento mucho sueño, pero decido no rendirme. Así que vuelvo a la carga, buscando alguna herramienta en la cocina que me pueda ayudar. Para mi suerte, encuentro un hacha que la señora Crook utiliza para cortar lecha para los fogones y, sin dudarlo, la tomo para romper la puerta. Como el humo es demasiado para mí, tomo un paño y me lo ato en la nuca para cubrirme la nariz y la boca. Intento romper la puerta, pero fallo varias veces. Casi no puedo ver por el humo y, tras varios intentos sin éxito, finalmente logro hacer un hoyo que me permite escapar a la sala. –¡Santos cielos! – grito al ver cómo las llamas han arrasado con la mayor parte del lugar. Observo cuál podría ser la mejor salida, pero el humo no me deja ver nada y el camino a la puerta está en llamadas feroces que podrían calcinarme si me acerco demasiado. Escucho el rumor de voces en la parte de afuera de la posada. Los vecinos se han despertado e intentan, sin mucho éxito, mitigar las llamas usando pequeños baldes de agua. El fuego se ha extendido por las escaleras, hasta el techo y yo, entre lágrimas de amargura, con el poco aliento que me queda, lloro amargamente porque pienso que voy a morir. No tengo escapatoria, no hay salida de este infierno en el cual me ha metido el muy desgraciado de mi padre. La ira crece en mi pecho en la misma proporción que el dolor. –No he sido una mala persona, no merezco esto – grito desconsolada, sintiendo que ya no me queda aire para respirar. Cuando de pronto, en mitad de las brasas y entre el crepitar del fuego, escucho una voz desconocida vociferando mi nombre. –¡Allison! ¡Allison! ¿Estás ahí? – no la reconozco y eso que conozco a cada uno de los hombres de la aldea, sin embargo, no me detengo a analizar de quién se trata. –¡Estoy aquí! ¡Detrás del mostrador, pero no hay salida! – grito con voz queda. –Resiste, voy a rescatarte – me promete mi salvador desconocido. Sin embargo, mis esperanzas menguan cuando veo que una de las vigas que sostiene el techo, cae ardiendo en llamas, obstaculizando el camino entre la puerta y mi ubicación. Casi no tengo fuerzas por la falta de aire y justo cuando creo que me voy a desmayar, la puerta de la entrada se abre de una sola patada. Mi salvador está cubierto por una capa oscura, y con rapidez, llega hasta donde estoy yo, atravesando las llamas como si fuera inflamable. Me coloca una capa en la cabeza y me doy cuenta que está destilando agua a chorros, lo que hace que no se queme y así, sin mediar palabra, se toma de la mano, corriendo a toda velocidad lo que pareciera ser el camino del infierno. 
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