Condiciones

1238 Words
Cuando atravieso la puerta principal de la que fue mi casa durante la primera etapa de mi vida, una ola de recuerdos se desata en mi interior, y es inevitable no sentir nostalgia. En el salón principal, se encuentra el cuadro de mi madre, pintado cuando yo debía de tener algunos cinco años. Está radiante como una rosa, y a pesar de la poca luz que hay en la habitación, puedo percibir cada detalle del cuadro, su vestido color rosa, su piel de porcelana y su hermoso cabello castaño cayéndole en grandes ondas sobre los hombros, el mismo pelo que dicen que tengo yo. En el retrato, sus ojos castaños brillan, rebosantes de amor y alegría, tanto así que es posible percibirlo a pesar de que es solo un lienzo y de que se pintó hace años. Me quedo unos segundos contemplándola y en mi garganta se forma un nudo indescriptible. No me había dado cuenta de lo mucho que la extrañaba, de lo mucho que me hacía falta su voz, sus abrazos… Estoy absorto en el cuadro, cuando el joven capataz carraspea y llama mi atención: –Lord Graham, su padre se encuentra en la recamara principal – me informa y su voz me trae de vuelta a la realidad, a la muy triste realidad donde mi madre ya no está. Le sigo escaleras arriba, sorprendido de que la casa se conserva exactamente como la recordaba, no es que pensara mucho en este lugar, debo admitir, porque con el tiempo uno se va ocupando en otras cosas, sobretodo yo, que tengo más de cien hombres bajo mi mando, sin embargo, los recuerdos están intactos, igual que este lugar. Cuando llegamos a la habitación de mi padre, pienso que quizás toda esta idea de venir no fue tan agradable después de todo. Pienso si mejor deshago mis pasos y regreso al campo de batalla, porque sé que eso sería menos doloroso que entrar a la habitación donde está el hombre que me causó tanto dolor durante tanto tiempo. El joven que me ha guiado aguarda antes de abrir la puerta, seguro que lee la indecisión en mis ojos, pero no le doy más tiempo y asiento con la cabeza, para entrar de una vez por todas a ver mi progenitor. Debería decir que la imagen que me recibe no es para nada lo que esperaba. La recamara de mis padres siempre fue un lugar especial para mí. Durante las noches de tormenta, solía escurrirme hasta aquí, porque me sentía protegido en este cuarto, sin embargo, tras la partida de mi madre y todo lo que le sucedió a mi familia luego de eso, simplemente se convirtió en una puerta más de la casa, a la que no solía entrar. Ahora, el espacio cuenta con muy poco mobiliario, solo la cama inmensa y una sola butaca para sentarse. Las ventanas están abiertas, por lo que la brisa fría llena la habitación y se contrarresta con el calor que mana de la chimenea. En el centro de la cama, yace lo que parece ser un esqueleto, que no es ni seña de lo que fue el hombre que está en mis recuerdos. Billy Graham era un hombre fuerte, robusto, de pelo castaño claro y muy dedicado al trabajo de campo. La última vez que lo vi, estaba montado en su caballo, hablando con uno de sus capataces. Ahora, no es ni la sombra de lo que dejé ese día que me fui de casa. Me acerco a la cama despacio, casi con miedo. Sus párpados están cerrados y respira agitadamente y tengo miedo de despertarle, porque se ve tan frágil, tan distinto, que no puedo hacer más que sentir lástima por él y dolor, de no haberle buscado antes. Carraspeo un par de veces y eso es todo lo que hace falta para que abra los ojos, esos ojos color azul, que derretían a mi madre y que heredé yo, ahora se ven demasiado grandes para ese rostro flacuchento.  –Padre – digo en voz baja, acercándome hacia él. –¿Thomas? ¡Thomas! – su voz sigue siendo igual de profunda, a pesar de su aspecto débil, es fuerte como un trueno. –Soy yo, he vuelto a casa – aunque me cueste reconocerlo. –Hijo, qué bueno que has vuelto – se incorpora en la cama, y para mi gran sorpresa, una lágrima cae de sus ojos. –Sí, he recibido tu carta. No sabía que estabas tan grave – mi voz es un poco dura, aunque mi enojo es conmigo mismo por no haber venido antes. –Estoy bien, estoy bien… – hace un gesto con la mano para quitarle peso – no es más que un leve problema estomacal. Lo miro enarcando una ceja, seguro de que la cosa no es tan simple. Finalmente, me siento junto a él en su cama y le observo con detenimiento, aguardando a que sea él quien tome la iniciativa.   –Hijo… Antes de decir nada más, quiero pedirte disculpas, sé que no he sido el mejor padre del mundo, pero cuando tu madre murió, no supe cómo educarte, cómo darte cariño de la manera correcta. Por eso, tan pronto cumpliste los dieciséis, creí que enviarte a la guerra te haría un hombre fuerte, y en efecto, lo eres – dice sonriendo sin muchas ganas, mientras me coloca la mano en el hombro. Yo respiro profundo, sintiendo cómo un montón de emociones crece dentro de mí, todo el odio, todo el dolor guardado durante tanto tiempo, pero él no se detiene, tiene mucho qué decir. –Por eso, ahora que me encuentro tan cerca de la muerte, tan cerca de ver a tu madre otra vez, si Dios así me lo concede, te pedí que vinieras, para poder expresarte lo arrepentido que estoy. Me levanto de la cama, me acerco a la ventana para tomar aire, porque dentro de todo lo que esperaba de esta reunión, una disculpa era lo último que pensaba escuchar. Tras mucho rato de silencio, contemplando la oscuridad desde lo alto de la casa, finalmente le respondo. –He vivido mucho tiempo con dolor, así que es tiempo de dejarlo ir, así que acepto tus disculpas, padre. –Qué maravilloso escuchar esas palabras… Me alegro de que finalmente podamos estar en paz. Ahora bien, hay algo que quiero informarte antes de morir. Que confiese que está tan cerca de la muerte, es algo que me da escalofríos, pero como buen soldado que soy, escondo mis emociones tras la más dura de las expresiones. –Sí, padre, puedes contarme lo que sea. –Tú madre y yo fuimos muy felices cuando nos casamos y mucho más cuando te tuvimos a ti, por eso, quiero que te cases también y tengas la estabilidad y el gozo que solo la familia puede brindar. Yo me rasco el cuello, porque ese tema es algo indiscutible para mí. –Padre, lamento decirte que no podré complacerte en esa parte, el matrimonio y yo no somos compatibles. No soy hombre de una sola mujer – añado en tono de chiste y él parece captarlo porque se echa a reír cómo puede. –Supuse que me dirías algo parecido, por eso me encargué de ello – aguarda un momento y dice con voz culminante – Thomas, para poder heredar mis tierras, tendrás que casarte, de lo contrario, perderás todo lo que me pertenece.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD