—¿Qué haces aquí?—preguntó apretando los puños del coraje. Su esposa se veía hermosa en ese vestido.
—Necesito hablar contigo. —contesta sin mirar a los demás.
—Estoy ocupado, ahora ve a tus aposentos, en la noche hablaremos de lo que tu quieras. —ordena Zurek pero Aquilegia no se movió.
—No, no hablaremos en la noche, lo haremos ahora. —dice firme. La mirada de Zurek se llenó de ira. La tomó por el cabello y la hizo poner de rodillas.
—Entonces si no te vas, quiero que me la chupes hasta que me quede sin leche. —Aquilegia aprieta sus labios para que este no pueda hacer lo que quiere—. Anda zorra, eso no decías anoche cuando te llenaba la boca de mi leche. —Aquilegia sintió nauseas por las palabras del hombre que tenía de frente, el mismo al que le debía agradar por el bien de Joskalia.
—Soy tu esposa, no hagas esto. —dice al borde del llanto. Era una humillación muy grande que ella no estaba dispuesta a pasar.
—Tú te lo buscaste, tanto tú, como los guardias y la doncella que se supone te vigilen pagarán por tu estupidez. Pedí que no te dejarán salir de la habitación. —grita furioso—. Ahora tómalo en tus manos y comienza a chuparlo. —ordena jalando su cabello para que esta abra su boca y lo reciba.
—Si me obligas a hacerlo te juro que te voy a despreciar más de lo que ya lo hago. —Zurek ríe fuerte disimulando que las palabras de su reina no le dolieron. Sus amigos no pueden saber que él se vuelve nada cuando se trata de esa mujer. La que ocupa su pensamiento desde que la conoció y más desde que la hizo su mujer. Ella en tan pocos días se ha adueñado de su voluntad, pero eso no puede saberlo nadie.
—Hazlo, Odiarme. —la levanta del suelo por su cabello tomándola por su cuello—. Decide mala mujer, o me lo chupas y tragas mi leche o decapitó a tu criada por haberme ayudado a llegar. —grita firme tomando su espada para pasarla por su vestido y dejarla desnuda frente a todos. Las lágrimas de Aquilegia no se hicieron esperar, miró a Mirella que había tratado de persuadir pero ella no le hizo caso. Nunca había visto el sexo de una manera tan repugnante como ese momento. Al verse semi desnuda termina de quitar sus ropas quedando completamente desnuda.
Aquilegia mira a su alrededor, todos habían se habian detenido para observarla. Limpió sus lágrimas y se acercó a su esposo mostrando su hermoso cuerpo.
—No voy a hacer lo que ordenas, porque yo soy tu reina, no tu esclava. —dice con una fuerza que ni ella conocía que tenía. Zurek sonríe ladino.
—Es cierto, pero como tu rey ordenó que me la chupes y demuestres de quien es mi v***a caliente —la reta, Aquilegia no bajó su mirada, estaba determinada a no dejarse del hombre.
—¿Qué pretendes demostrar, Zurek? —pregunta entre dientes.
—Demostrarle a todos cuán caliente es mi reina. —comenta este con una sonrisa triunfante.
—Y si no quiero. —Zurek niega.
—Ya te dije, o me lo chupas rico y bebes todo lo que quiero darte o Mirella pierde su cabeza. —Aquilegia niega
—No te atreverías. —refuta. —Zurek ríe fuerte.
—Claro que lo haría, yo dejé claro que no salieras de la habitación, que te preparan para la noche, pero no lo aceptaste así, ahora te toca decidir entre mi mamada o la cabeza de tu ayudante. —levanta su copa con una sonrisa para que sus invitados vuelvan a sus asientos.
—Eres un completo imbécil. —comenta Aquilegia poniéndose de rodillas.
—Gracias querida, me encanta saber como piensas de tu amado esposo. —dice haciéndola rabiar más de lo estaba—. Ahora el juego cambia, mi esposa y yo iremos al centro, que se corra antes que yo se vaya eliminando. Quien quede de último, ganará lo que desee.
—Que empiece el juego. —grita el hombre al que tienen como juez.
Las doncellas se ponen frente a los hombres y Aquilegia toma el m*****o erecto de su marido con sus manos para luego llevarlo a su boca.
El tiempo comenzó a correr y aunque al principio Aquilegia se sintió incómoda al ir eliminando hombres se sintió más inhibida. Esta gemía al igual que sus invitados. Uno a uno fueron corriéndose en la boca de las mujeres que le hacían la felación hasta que al final solo Zurek y el rey Frédéric de Herminio permanecían en la contienda.
El tiempo corrió y ninguno se corrió a pesar de que ambos estaban por explotar. El hombre a cargo del reloj para el tiempo.
—Ambos señores son los ganadores de la contienda. —Aquilegia se siente humillada pero valió la pena por su doncella.
—Propongo que los reyes nos regalen un espectáculo lleno de placer para nosotros. —pide Aaron de Fresia, uno de los reyes invitados.
—¡Si! —gritan los otros que admiraban el hermoso cuerpo de la reina desnuda. Zurek embriagado en el deseo se acercó a besar el cuello de su reina.
—Ven, vamos a darle lo que piden. —Aquilegia se va a negar pero Zurek la toma en brazos para llevarla a una cama que no sabía que había detrás de la mesa redonda. Se acuesta poniéndola sobre el en con su rostro para su pene necesitado de su calor mientras esté ponía su concha en su boca. Comenzaron a darse placer en un perfecto 69. Aquilegia cerró los ojos y solo se dejó llevar. No puede negar que estaba caliente, no tanto como en las noches que ha compartido con su esposo. Lleva el grande y venoso pene a su boca para comenzar a chupar como si lo ordeñara para que escurriera su semen en su boca, Zurek no se quedó atrás, parecía como si nunca había bebido agua cristalina del manantial, se pegó de sus pliegues dándole placer con sus dedos, su lengua y labios.
Los reyes gemían de placer al verlos disfrutar. Zurek al saber que era su reina la que recibe su semen se escurre en su boca seguido por Aquilegia que no pudo aguantar los deseos una vez este comenzó a hurgar en su trasero.
—Te doy lo que quieras a cambio de tu reina. —Aquilegia mira a Zurek que a pesar de estar extasiado por todo lo que allí estaba pasando no dejo de sentir coraje por el atrevimiento de él hombre.
—A mi mujer no la toca nadie más que yo. —escupe algo enojado. Sus homólogos amigos comienzan a protestar.
—Dijiste que al ganador le darías lo que pidiera, y yo quiero una noche con la reina a cambio estoy dispuesto a darte muchas riquezas solo tienes que decirme en cuanto me la das y lo tendrás, se ve que es una mujer muy caliente. —comenta Frédéric levantando una bolsa de monedas dispuesto a tener a la reina. Ninguna mujer lo ha puesto tan duro con solo verla desnuda. No pudo terminar porque no deseaba la boca inexperta de la mujer que le realizó la felación, deseaba la de la hermosa reina.