Zurek de Uspavonka

1550 Words
El camino era largo, se llevabaran más de veinte días de regreso a Uspavonka, Zurek no tenía entre sus planes descansar hasta al menos llegar a la mitad del camino. Recuerda haber pasado un riachuelo, el mismo que usará para quitarse el sueño y seguir adelante. Aquilegia aun mantenía el olor a sexo, ese olor lo está volviendo loco, más al llevarla en su regazo. En cada galope se hacía más fuerte su excitación. Su m*****o inquieto, deseoso de hundirse en la mujer que ahora será su esclava. Sentir su cuerpo desnudo era más tortura aún, esa mujer se veía que es puro fuego y el deseaba consumirse entre sus piernas. — ¿Por qué no nos detenemos? Me duele el trasero. —comenta algo incómoda, sintiendo ese bulto chocando en sus nalgas—. ¿O es que tienes miedo de que me revele y te mate? —cuestiona con sorna haciendo reír a Zurek. —No harías semejante estupidez. Di órdenes precisas a mis guardias que se quedaran al menos un pelotón para custodiar que no se quieran pasar de listos. El primero que se revele hará que todos mueran, así que entiendo que tú no serás la causante de que tu pueblo caiga. —explica el rey anotándose otra a su jugada. Aquilegia lo mira iracunda. Con su cabello cubría sus senos y el rey con su armadura su completa desnudez bajo la luz de la luna. —No sabes cuanto te estoy odiando en este momento. —escupe apretando sus dientes para contener su coraje y no escupir su cara en ese momento. Estaba haciendo acopio de todo su coraje. —Mucho mejor, ahora sí terminé de convencerme que no voy a encontrar otra esclava para hacer lo que yo desee. —Aquilegia lo mira con desprecio, primero muerta a ser su esclava —Si no tienes miedo de que te corte la garganta mientras duermes. —comenta acercándose a los labios de Zurek de forma sensual, pero sin llegar a tocarlos. —La condena de un hombre es la mujer que lo acompaña en su lecho, no te tengo miedo, Aquilegia de Joskalia, te enseñaré a complacer mis deseos, serás la mejor esclava s****l en mi cama. Mi mejor sumisa. —este acaricia el rostro de la mujer observándose en su hermosa mirada—. Y en cuanto a si tengo miedo de que me cortes la garganta mientras duermo, te informo que yo no duermo. Solo descanso mis ojos y no necesito la noche para hacerlo. No cometo esos errores de principiantes. —La toma por el cuello con su mano libre y la besa con fuerza, Aquilegia muerde su labio sacándole sangre. Zurek la mira con ira contenida mientras limpia la sangre de su labio—. Serás mía, completamente mía. —Aquilegia escupe su rostro. —Solo en tus sueños. —Zurek la toma del cabello para hacerse respetar de la mujer que escogió para complacer sus deseos más aberrantes. —Que sea la primera y última vez que tu me faltes el respeto. —susurra apretando sus muelas. No quiere que su hombres se den cuenta de la imprudencia que cometió la mujer. Eso lo dejaría muy mal visto. —Y si no me da la gana de respetarte ¿Qué? —pregunta altanera. —Vas a conocer la verdadera furia de Zurek rey de Uspavonka y los primeros que lo conocerán será tu pueblo. En tus manos está su paz o su condena. —culmina mirando hacia el camino con la frente el alto sintiéndose ganador. ******* La luz del día los arropa con su calor. Entraron a una aldea parecida a la de la mujer. Aquilegia se siente agotada, recordó el día anterior, y se cuestionó cómo en solo horas pasó de festejar un logro a perderlo todo. Allí los pueblerinos los miraban con temor. Aquilegia al fin pudo ver la sangre de su fiel consejero Gustrel en su piel sintiendo como la rabia y la frustración corre por todo su cuerpo. —Ves este pueblo, todo lo que hay en él me pertenece. —dice con orgullo Zurek. Aquilegia que venía observando como todos los miran solo siente tristeza por los aldeanos, no son felices en su entorno. El lugar era muy sucio y empobrecido. Había deambulantes pidiendo comida y niños vendiendo frutas. —No te miran con amor, ni respeto, mas bien lo hacen con temor y algunos con odio. —comenta Aquilegia observando como todos corrían a esconderse ante el paso de un rey ruin y despreciado por su pueblo. Recordó al suyo, que era todo lo contrario, si ella se paseaba por su aldea todos llegaban para armar un vente tú. —No me interesa que me amen, con ser su dueño me basta y sobra. Sus tierras me pertenecen, sus cosechas, su ganado. Todo lo que tienen me pertenece. —Aquilegia niega. —Eres peor de lo que imaginé. —Zurek sonríe ladino. —Me alegra romper tus expectativas, alteza. —cada minuto que pasaba junto a él crece en Aquilegia el deseo de matarlo. Es tan arrogante que no había forma de comenzar una conversación y que él no la gane siempre. —Eres un completo imbécil. —aprieta sus puños por la impotencia que siente haciendo reír más fuerte a Zurek. Pasan por el pueblo y llegan a un enorme manantial. Allí Zurek y sus hombres bajan de sus caballos para refrescarse. Ella tiene razón, duele cada galope, duele su excitación debe bajarla de alguna manera. —Ven —la toma por la cintura para ayudarla a bajar del caballo. —Yo puedo sola, gracias. —Aquilegia quita las manos de Zurek de su cintura para bajar del caballo por sí misma. —Te voy a enseñar a no llevarme la contraria. —Aquilegia lo mira con una sonrisa en su labios victoriosa. —Eso lo veremos. —alega alejándose de Zurek. Este la ve caminar con su esbelta figura contorneando sus caderas. Se ve hermosa a pesar de la sangre que esta posee en todo su cuerpo. Sus pensamientos no lo ayudan con su dolor de bolas. Aquilegia se separa un poco del grupo para lavar la sangre que cubre su cuerpo. Allí se permitió llorar como deseó hacerlo todo el camino hacia allá. No podía creer que estaba rumbo a Uspavonka con el imbécil de Zurek, el rey más detestable que había podido conocer. Estaba aún desorientada. Todo pasó tan rápido que no le ha dado tiempo de digerir lo que estaba sucediendo. —Mi fiel Gustrel, no tenías que morir de esa manera. —cierra sus ojos y recuerda sus besos sobre su cuerpo, su piel se eriza por completo dejándolo deseoso de sus caricias. ¿Cómo borrar el recuerdo del hombre que le regaló tanto en tan poco? A su cuerpo le pertenecen sus caricias. Aquilegia entra al manantial para con sus manos tallar su cuerpo y quitar cada rastro de sangre. Los hombres de Zurek y él están bastante alejados, no pueden verla con exactitud. Una vez se percibió de que no quedaba más sangre decidió nadar un rato como lo hacía en el rio Olive de su aldea. Una vez nada un poco se sienta en el césped para que el sol sea quien seque su piel. Zurek se acerca, la llamó para entregarle algo de ropa limpia, pero esta no responde, al verla dormida se acerca más a ella. Este observa su cuerpo desnudo, su boca se hizo agua y su m*****o solo ayudó a desearla más. Se acerca más y más hasta poder tocarla. —Por los dioses Uspavonkanos, es perfecta. —dice acariciando el cabello esparcido por el césped. Aquilegia se mueve dejando ver sus rozados pezones. Zurek no aguanta sus deseos de tocarla y se inclina para rozarlos con su lengua. Los pezones se irguen por su contacto, Aquilegia gime al sentir el calor de su lengua rozandolos. Esto solo estimula a Zurek a llevarlos a su boca para succionarlos. —¡Mmm! —gime suave la mujer. Su m*****o estaba más duro que antes, quería poseerla allí mismo, la desea. Aquilegia abre sus piernas dejándose llevar por las caricias del hombre al que en sus sueños le da el rostro de Gustrel. Zurek aprovecha para llevar sus dedos hasta el centro apetitoso de la joven mujer. Ella gimió al sentir sus dedos en círculos sobre su botón de placer. Zurek estaba dispuesto a todo. La desea ahí y ahora, no puede más con el dolor en su pelotas. Baja con sus labios por el abdomen de Aquilegia hasta llegar al monte de venus. Allí se acomoda entre medio de su piernas para saborearla. Este roza su lengua en su empapado coño y Aquilegia gime fuerte moviendo sus caderas. Zurek estaba fascinado por como esta recibe sus caricias. —No pares. —ordena en un gemido mientras toma el cabello de Zurek para que este no se aleje de su coño deseoso de liberación—. Maldición Gustrel, me voy a correr. —grita Aquilegia despertando en el acto, encontrando la mirada furiosa de Zurek al saber que mientras él la acaricia esta piensa en otro hombre. —Eres una maldita zorra. —escupe con desprecio—. Vístete que nos vamos.
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