Mente sucia

3076 Words
Narra Fernando Bogotá es una ciudad extremadamente fría. Los que nacieron aquí y/o los que llevan viviendo aquí muchos años, tal vez estén acostumbrados; y aunque yo duré viviendo en esta ciudad cinco años cuando estudié mi carrera de Derecho, nunca me terminé de acostumbrar al frío cala huesos, a las intensas lluvias y al caos que es de por sí normal en cualquier ciudad capital. Ni siquiera la comida es buena. Papá siempre me tenía que enviar tamales y arepas desde Bucaramanga, porque en esta ciudad no saben prepararlos. Pero, aun así, esta metrópoli capitalina no deja de tener ese misterioso encanto que siempre la ha hecho tan atractiva, a pesar de su complicado clima, el insufrible tráfico, y la terrible inseguridad. Alejandro es el que se está encargando de retratar ese encanto en su proyecto de grado, tomando fotografías en los distintos rincones de la ciudad con la cámara profesional que por supuesto yo le compré, y que para cualquiera que no tiene mi fortuna, hubiera costado un ojo de la cara. —Ya se me ha hecho la tarde —dice Alejo, mientras que terminamos de desayunar. —Salimos en cinco minutos, no te preocupes —le digo, apurando mi desayuno. Son las 6:30 a.m. Alejandro inicia su jornada laboral en el Museo Nacional a las 8:00, pero la realidad de vivir en esta ciudad, es que tienes que salir con al menos dos horas de antelación si quieres llegar a tiempo a tu destino. Sí. De esa magnitud es el tráfico de la capital colombiana, ya que no contamos con un metro, y generalmente Alejo sale a las 6:00, pero anoche, por ser domingo, nos quedamos hasta tarde viendo películas, y se nos pegaron las cobijas. —No alcanzaré a llegar —dice mi hermano, dejando su desayuno a medias y colgándose la mochila en el hombro —. Tomaré el Transmilenio. —¡¿Qué!? —exclamo, escandalizado. El Transmilenio es el sistema de autobuses de tránsito rápido que sirve a la capital colombiana. Tiene un carril exclusivo, así que las personas que lo utilizan, llegan más rápido a sus destinos que los que nos transportamos en nuestros autos. ¿El problema? Dado a que son millones las personas al día que utilizan ese medio de transporte, todos los autobuses se llenan hasta reventar, como el metro de Japón. Y, bueno..., Alejandro es un niño rico. No sabe tomar el autobús. Mucho menos en una ciudad tan grande, y también está la cuestión de la seguridad. Será raro que él se suba a un autobús con sus guardaespaldas. —Solicitaré un servicio de helicóptero —digo, sacando mi celular. Y estoy hablando muy en serio. Prefiero contratar un helicóptero, a que mi hermano se arriesgue tomando el autobús. Díganme clasista o todo lo que quieran, pero es mi hermanito, y me preocupo por su seguridad. —¿Qué? ¡No! —me rapa el celular —¡Estás demente! —¡Más demente estás tú por pretender irte en el Transmilenio! ¡Allí roban a la gente! —Pues si me roban el celular, me compro otro y ya, ¡deja de ser tan paranoico! —Te recuerdo que aparte de robarlos, a algunos también los hieren con navajas. —Definitivamente no hubieras servido para ser de clase media o baja —refunfuña Alejo, y entonces sale de la cocina, con dirección al ascensor privado. —Alejandro Orejuela Bustamante, llegas a cruzar esas puertas y... —lo amenazo, pero él solo me entorna los ojos apenas llega al ascensor, y las puertas se cierran. Aprieto mi taza de café con fuerza. No hay un día en que Alejandro no me saque canas, y últimamente ha estado más rebelde que de costumbre. Mi hermano está en una edad complicada. Va a cumplir 21 años, está estresado por su último semestre de universidad, la pasantía, su proyecto de grado, y, para completar, la compleja situación por la que está pasando nuestro tío Ricky. Así que es apenas normal que algunos días esté insoportable. Nuestro tío Ricky tiene cáncer, y se lo descubrieron muy tarde, así que la quimioterapia ya no es una opción, y le quedan pocos meses de vida. Tras vivir la mayor parte de su vida en los Estados Unidos, el viejo ha vuelto a su tierra natal para pasar aquí sus últimos meses de vida junto a su familia. Se está quedando en la Hacienda Bustamante, a unos kilómetros de Bucaramanga, y aunque sus hijos y sus sobrinos estamos viviendo en Bogotá, aun así viajamos a visitarlo con regularidad. Gustavo viaja prácticamente todos los fines de semana. A pesar de que mi tío no fue excelente padre, eso no es óbice para que Gustavo se comporte como un buen hijo. Termino de desayunar y regreso a la habitación que comparto con Dani para buscar mi bolsa de deporte. Ella todavía está durmiendo plácidamente. Está aprovechando antes del inicio de clases en la universidad para dormir hasta tarde. Me quito las pantuflas para acostarme un rato a su lado y simplemente observarla dormir. Es tan hermosa, y parece un ángel cuando está durmiendo. Cualquiera que la vea pensará que es una jovencita inocente, pero yo sé cuan perversa puede llegar a ser en la intimidad. No más hace dos noches me ató las manos a la cabecera de la cama con mis corbatas y me hizo maldades. Maldades que por supuesto disfruté. Ella ya ido perdiendo un poco la pena respecto a lo que tiene que ver con el sexo. No más hace un año, cuando estábamos recién ennoviados, le daba pena que la viera desnuda, y ahora hace todas las diabluras con las que cualquier hombre enloquece. La he entrenado muy bien. Pero más que las cochinadas que hacemos en la cama —y en distintos rincones del pent-house, y tal vez en el auto —, a mí me encanta ella. La amo con locura. La amo como nunca creí posible amar a una mujer...o a un hombre. Amé a Luciano, por supuesto que lo hice. Él fue mi primer amor, y siempre le guardaré un profundo cariño; pero lo que siento por Dani, creo que va más allá de todo entendimiento humano. Me acerco con mucho cuidado a su cara y le doy un piquito, y después otro, y otro, hasta que logro que ella se despierte, esbozando una dulce sonrisa mientras abre sus ojitos chocolatosos. Apenas ella abre por completo los ojos y me sonríe, mi corazón da un brinco. Sí. Estoy loco por esta mujer, y mi cuerpo todavía se comporta como cuando estábamos en nuestras primeras semanas de noviazgo. No. Antes de que nos hiciéramos novios yo ya tenía reacciones como esta. Cuando ella todavía era mi asistente y lo nuestro no traspasaba de una relación estrictamente profesional, mi corazón latía con fuerza cada vez que la veía llegar a la oficina, con su impresionante cabellera rizada y las sonrisas amables que le dedicaba a todo el mundo, menos a mí, porque yo era un jefe gruñón. De hecho, ella todavía me tiene guardado en sus contactos como “Dr. Satán”. No ha editado el nombre del contacto porque...porque le recuerda esa bonita época en la que nos amábamos en silencio, y que el coqueteo era muy sutil. Esos “inocentes” roces de pies durante las audiencias nunca los olvidaré. Quién se iba a imaginar que yo resultaría casado con la dependiente judicial novata que me regó el café sobre mi caro traje de Armani al tropezarnos en el ascensor del Blue Gold. —Hola mi amor —saluda ella, con su voz un poco pastosa por estar recién levantada. —Discúlpame por despertarte. No me aguanté —le digo, y ella sonríe y atrapa mis labios en un beso un poco más largo. Sus labios son carnositos y dulces. Me encantan. Todo en esta mujer me encanta. Hasta sus pies. —Me quedaría toda la mañana besándote, pero tengo que ir al gym, y después pasar a ver cómo van las cosas en el edifico de la empresa —le digo, separándome de ella a regañadientes —. Quiero checar que todo esté perfecto para la inauguración. —Avísame cuando estés allí. Yo también quiero ver cómo quedaron las oficinas. Me despido de mi bella esposa con un beso en la frente, me cuelgo mi bolsa de deporte al hombro, y bajo al parking. Mi chofer y mis escoltas ya me están esperando. Mi esquema de seguridad consta de 10 escoltas y tres camionetas. Lo sé. Es algo exagerado para un abogado del común, pero...yo no soy un abogado del común. Soy Fernando Orejuela, el CEO de la firma de abogados más prestigiosa del país, e integrante de la familia que comanda el emporio del café en el mundo. Eso, sumado a que soy hermano de Carlos Orejuela, quien a su vez es esposo de Luciano Mancini, heredero de la temible mafia italiana. Luciano... Mientras voy en la camioneta, soportando el terrible tráfico de la ciudad y bebiéndome mi creatina pre-entreno, le chismoseo los estados de Whats a Luciano. Pese a que él no quiere verme ni en pintura, no me ha bloqueado en r************* . Tal parece que su mejor forma de hacerme sufrir, es permitirme que yo vea lo que publica; y por supuesto que la mayoría de fotos que publica es de sus paseos junto a Carlos y Edahi. Por estos días están en las paradisiacas playas de Nuquí, en la costa pacífica colombiana, y ha publicado muchas fotos. La mayoría son de Edahi. Me causa mucha ternura ver que Luciano adora a mi sobrino como si en serio fuese su hijo, pero al ver las fotos en donde aparece junto a Carlos, ambos con caras de idiotas enamorados, abrazaditos y dándose dulces besos, siento como si me estuvieran dando miles de puñaladas en el pecho. Los dos están siendo crueles conmigo. Carlos por haberse metido con Luciano, y Luciano por estármelo restregando en la cara. Carlos y yo llevamos aproximadamente tres meses sin hablarnos. Él me escribe por Whats, por supuesto que lo hace, pero yo no le respondo nada. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces Carlos se ha disculpado por estar con Luciano, asegurándome que no lo hizo para joderme la vida, y que quiere que hablemos personalmente sobre el tema y arreglemos las cosas, pero yo lo he ignorado. ¿Perdonaré algún día a Carlos y a Luciano? No lo sé. Con Carlos sé que las cosas se arreglarán tarde que temprano, porque, después de todo, somos hermanos y nos queremos mucho, pero Luciano..., es él quien no quiere volver a hablarme nunca jamás. Ese italiano es un completo idiota. Sí, tal vez lo traicioné de la peor manera posible al acostarme con su padre, pero yo también tuve que aguantarle muchas cosas mientras fuimos novios, y aun después de haber terminado. A él le encanta hacer de las suyas, y después hacerse la victima cuando uno le hace lo mismo que él hizo. Niego con la cabeza y me salgo de la ventana de los estados. No seguiré martirizándome más la cabeza, así que tomo la decisión de al fin bloquear a Luciano para no poder seguirle viendo los estados. Carlos, afortunadamente, no publica mucho. Le gusta mantener la privacidad de su familia. Incluso le tapa la cara a Edahi en sus publicaciones en i********:, aunque el niño ya sea conocido en todo el país por haber aparecido en la transmisión de la ceremonia de posesión del cargo presidencial de Patricia. Y aunque yo no quiero escribirle a Carlos, me veo obligado a hacerlo, ya que tengo que invitarlo al cóctel de inauguración de la sucursal bogotana de Orejuela Lawyers Enterprise, que será en dos semanas. Bueno, en realidad no le escribo, sino que le envío la invitación por e-mail. No sé si él interrumpa su viaje por los principales destinos turísticos de Colombia junto a su bella familia para asistir a algo que a él en realidad no le importa, pero cumplo con al menos enviarle la invitación. Total, la firma también es de él por derecho de herencia. También invito a mis primos, Chloe y Gustavo. Este último me rompió la nariz el año pasado en una pequeña discusión que tuvimos, pero supongo que recibí mi merecido. Yo hubiera reaccionado igual que él si me hubiera hablado mal de mi padre. Del resto de las invitaciones, se encarga mi asistente y amigo, J.P. Sí. Al fin he admitido que tengo un amigo, y esa fuera razón suficiente para que otro amigo del que yo nunca admití que teníamos una profunda amistad, Max, se burlara de mí. Juan Pablo, apodado por todos como J.P., es un muchacho muy especial, y no solamente por ser sordomudo y saber arreglárselas en el complicado mundo de los tribunales, sino también por ser un amigo leal. A veces me saca de quicio y se aprovecha de que tengo dinero, pero sigue siendo especial. Y hablando del rey de Roma..., me llega un mensaje de texto de él. > Enarco una ceja. Claramente me está diciendo que quiere que se lo compre. A él, a diferencia de Dani, no le da pena pedirme cosas. Aprovechado... > Le pregunto, y él al instante responde: > Cinco millones de pesos colombianos no es nada para mí, pero para JP equivale a dos meses de salario. Algo que claramente él no se puede comprar así no más. Muchos hombres —y por qué no, algunas mujeres — deben usar su tarjeta de crédito si quieren tener esa famosa consola de videojuego. Yo nunca he sido fan de los videojuegos, pero Carlos sí. Me imagino que también ya se habrá comprado esta consola. Y como si para mí el dinero lloviera del cielo, le hago a JP la transferencia de cinco millones de pesos a su cuenta bancaria. > Me río apenas leo eso último. Por supuesto que él no es mi sugar baby ni nada por el estilo, aunque no voy a negar que me agradaría la idea de tener uno. Ya lo he hablado con Dani, ya que no nos ocultamos nada. Antes de que yo me ennoviara con ella, tenía varios sugar babies. Todos ellos con los 18 años recién cumplidos, ya que me gusta que sean más jóvenes que yo, porque precisamente en eso consiste ser un daddy. Tal vez me llegué a acostar con uno o dos de ellos, pero la verdad es que no siempre le relación sugar daddy-sugar baby radica en el sexo. Claro que no. Algunos sugar daddy solo quieren compañía. Alguien con quién hablar, y pagarle al baby en cuestión por soportar sus aburridas conversaciones, y eso era lo que yo hacía. Tenía citas con muchachos atractivos, y les regalaba cosas caras y todo lo que quisieran, pero sin nada de sexo de por medio, ya que eso vendría siendo otra cosa: prostitución. No voy a negar que antes de estar con Daniela frecuenté mucho esos clubes en donde los muchachos ofrecen sus servicios, y que aun estando con Daniela, ella misma es la que me incita a continuar con eso, ya que le excita verme en acción con un hombre. Sí, lo sé. Dani tiene una mente muy sucia, pero tal vez por eso es que somos tal para cual. En fin..., con Daniela hablamos sobre la posibilidad de que yo siguiera teniendo sugar babies, pero, obviamente, sin tener una relación romántica con ellos, ni mucho menos s****l. Llego al gimnasio, que es el lugar ideal por excelencia para conseguir sugar babies, pero me dedico a hacer lo mío, ya que no vengo aquí a coquetear. Como ya estamos en el horario en el que la mayoría de personas trabajan, el gimnasio no está tan lleno, así que evito miradas incomodas. Por supuesto que, al ser un Orejuela Bustamante, y tras de eso, ser atractivo, a la gente le gusta mirarme, y no los culpo por ello, pero a veces me cansa eso de siempre ser el centro de atención a cualquier lugar a donde voy. Todo en este país tiene que ver con la familia Orejuela Bustamante. Somos el comidillo de la prensa. Somos los personajes que más venden revistas, y somos los que les suben el rating a los canales nacionales. Y eso por supuesto que cansa. El deseo que tenía Dani de irnos con Carlos a una casita en el campo y formar la inusual familia que queríamos, no era tan mala después de todo. Mi mente se despeja apenas empiezo a levantar pesas, bajo la atenta mirada de mi entrenador personal. Esto es lo que me encanta de entrenar. Es el único momento del día en el que dejo de pensar en tantas cosas y me enfoco solamente en mí. Hago una buena rutina de tren superior durante una hora, y finalizo con media hora de cardio en caminadora. A dos máquinas de mí, hay un muchacho de no más de 20 años, que me observa sin ninguna pena. No hago contacto visual con él sino hasta cuando termino mi rutina, y él me sonríe coquetamente. No le devuelvo la sonrisa ni le sostengo mucho tiempo la mirada. Estoy lo suficientemente enamorado de Daniela como para hacer frente a este tipo de tentaciones. Y aunque Daniela estuviera de acuerdo con esto, el único baby o amante que yo quiero tener, en estos momentos lo veo inalcanzable, porque es hetero y supuestamente tiene novia. Mientras me desacaloro y bebo bastante agua para recuperar los líquidos perdidos, saco mi celular y busco en i********: aquel perfil que no he podido dejar de mirar en los últimos días. El perfil de Álex. A diferencia de mi cuenta en esa red social, la de Álex es pública, así que no tuve que pasar por la pena de enviarle una solicitud de seguimiento para poder ver sus publicaciones, con el sumo cuidado de no darles un like. La última publicación es de anoche, cuando estaba en el gimnasio. Aparece frente al espejo, tan solo con su jogger de entrenamiento, mostrando su esculpido tren superior. Solo me bastan unos segundos observando esa foto para que cierta parte de mi anatomía se despierte. Jesucristo, ayúdame.
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