Empanadas

1955 Words
Narra Alejandro No es la primera vez que tomo el transporte público. Cuando vivía en Bucaramanga, tuve que tomarlo algunas veces para evitarme el tráfico. Me le escabullo a mis escoltas y camino hasta la estación más cercana del Transmilenio como si fuera una persona del común, ataviado en mi ropa para el frío, que consta de unos pantalones térmicos bajo mis vaqueros, dos camisetas bajo mi chaqueta del equipo de fútbol americano Dolphins que Gustavo me regaló, guantes para el frío y un gorrito ruso que...que Vlad, mi ex, me regaló. Lo sé, es algo exagerado para tratarse de una ciudad en la que ni siquiera cae nieve, pero eso es lo pasa cuando creciste toda tu vida en una ciudad de clima tropical. Me toca irme parado en el autobús articulado, ya que está a reventar, y tengo la precaución de colgarme la mochila en el pecho, ya que tengo materiales muy caros que no quiero que me roben, y también me aseguro de guardar muy bien mi celular; es el último modelo de iPhone, y aunque a Fer no le dolería comprarme otro en caso de que me lo lleguen a robar, la verdad es que tengo fotos muy íntimas ahí. Como es lo apenas normal en una relación, Nicolás me pide fotos sensuales en esas noches de frío que no podemos pasar juntos, y yo por supuesto que se las envío; y aunque las tengo muy bien guardadas en un álbum que solo se puede abrir con mi huella digital, aun así, no quiero correr riesgos. Eso, y que también tengo vídeos de nosotros haciendo el frutifantástico. A Nicolás le encanta que nos grabemos en esas, para después disfrutar en la intimidad de su habitación, en una noche en la que esté aburrido y calenturiento. Sonrío como idiota al pensar en Nicolás, mientras que el autobús da una curva y la marea humana que está a mi alrededor me aprieta. Contra todo pronóstico, mi relación con un hombre 15 años mayor que yo ha funcionado. Es una relación muy sana. Él me respeta y me trata como a un príncipe, pero..., pero yo estoy en una edad en la que prácticamente es imposible mantener una relación estable, porque admito que me gusta andar en la putería. En el ambiente universitario obviamente que pasan cosas. Las fiestas y salidas con amigos se prestan para muchas cosas, y no más hace tres días follé en el baño de la universidad con un chico de la facultad de Derecho. No sé por qué los abogados me persiguen. Y Nicolás por supuesto que no es estúpido. Él también tuvo 20 años e hizo de las suyas, así que debe imaginarse en las que ando en la universidad, pero prefiere hacerse el de la vista gorda. Total, ambos tenemos la creencia de que el simple sexo no es infidelidad. La infidelidad va aún más allá. Considero que hay infidelidad cuando tienes un lazo emocional con esa persona, y ese no es mi caso. Los chicos con los que he follado en los baños de la universidad y de las discotecas ni siquiera los conozco de a mucho. Fue algo de una sola vez con cada uno de ellos. Ok, tal vez he repetido con el susodicho estudiante de leyes de mi universidad, y tal vez tenemos chats calientes que después debo eliminar por si a Nicolás se le da por revisar mi celular —algo que no ha hecho porque precisamente en eso consiste el respeto que me tiene. En no violentar así mi privacidad —, pero juro que solamente es por diversión, y que sigo amando a Nicolás. Tras soportar media hora de empujones y peleas de la gente en el autobús, llego a la estación subterránea del centro de la capital colombiana. El centro de Bogotá no es tan caótico como la gente de otras ciudades piensa. Tiene su encanto. De hecho, mi proyecto de grado está titulado como “El encanto de la capital”, y consiste en un álbum de fotos en donde retrato lo bueno que tiene esta ciudad. Más que una ciudad propiamente dicha, en donde su frío atrapa por el calor humano y el caos te mantiene despierto, es una caja de resonancias espirituales; un gran bosque de concreto que hay que recorrer a pie sus entrañables rincones para descubrir la existencia de las cosas, con ánimo receptivo y todos los sentidos y poros abiertos para descubrir el encanto de la ciudad. Mientras camino hacia el museo nacional para iniciar un día más de prácticas, me pongo mis auriculares para escuchar el mensaje de Whats que me envió Edahi por medio del celular de Carlos. ¡Hola, tío Alejo! Por estos días estamos en un pueblo que se llama “Nuquí”, ¡y me ha encantado! Pude ver ballenas por primera vez, ¡es asombroso! He estado buscando cocodrilos, pero creo que por aquí no hay, ¡que aburrido! Hay mucha naturaleza. Me recuerda mucho a mi casa. Ya estaba aburrido de ese bosque de concreto frío y sucio en el que estás. Allí casi no hay lagartijas, ¡aquí hay bastantes! Te quiero mucho, tío, y espero verte pronto. ¡Ciao! Mi corazón brinca de amor. Hace unos meses, cuando Edahi llegó a nuestras vidas sin tener siquiera alguna sospecha de su existencia, se mostraba como un niño agresivo y que no confiaba en nadie, pero era algo apenas normal, ya que lo habían sacado de su habitad selvática, alejándolo de su familia materna, para estar con nosotros, unos completos desconocidos, y que tras de eso tuvo que adaptarse de la noche a la mañana a la civilización; pero solo fue cuestión de meses y de mucha paciencia por parte de todos, para que Edahi al fin se fuera abriendo y que al fin se sintiera cómodo con su familia paterna. Es así que mi pequeña piraña pasó de comportarse como si quisiera matar a todo el mundo, a repartir besos y abrazos. Es un niño muy tierno si no lo hacen enojar, porque, después de todo, heredó el temperamento de nosotros los Bustamante. —Hola, mi pirañita —le empiezo a decir por medio de audio de Whats —. Yo también te extraño mucho. Y a tu papá también —agrego, ya que sé que Carlos escuchará este audio —. Los quiero, y espero verlos pronto. Carlos y yo ya estamos bien. No pudimos durar mucho tiempo peleados, pero con el que él que no quiere hacer las paces todavía, es con Nicolás. Mi hermano mayor consideró como un acto de traición que uno de sus mejores amigos se metiera con su hermanito, pero... ¡vamos! Él hizo algo peor, que fue meterse con el ex de Fernando, pero, a decir verdad, no culpo a Carlos por eso. Luciano es...wow. No hay palabras para describirlo. Yo también hubiera caído a sus pies. Antes de entrar al museo, me paso por el local de Café Bustamante que está pasando la calle y compro una bandeja con seis vasos de capuchinos. Uno para mí, dos para las chicas que trabajan en la recepción, uno para el conserje Gregorio, y dos para mis compañeras de pasantía, Camila y Juliana. Estas dos últimas se alegran al verme y me dan un fuerte abrazo. Ellas también están en sus pasantías de la carrera de Bellas Artes, pero estudian en otra universidad. Una mucho más prestigiosa que la mía. La Universidad Javeriana. Pero, contrario a lo que muchos pueden llegar a pensar, estas chicas en realidad no son adineradas. Lograron entrar a esa prestigiosa universidad gracias a una beca que ofrece el gobierno a aquellos jóvenes que obtuvieron los puntajes más altos en el examen de Estado que todos los bachilleres presentamos para poder graduarnos de la escuela. La cruda realidad de esta sociedad es que...nadie de la élite estudia una carrera como la de Bellas Artes. De hecho, estoy seguro de que, si mi mamá siguiera viva, no me hubiera permitido estudiar esta carrera. Ella hubiera querido que estudiara una carrera más...prestigiosa. ¿Voy a vivir de mi arte? Lo dudo mucho, pero, de todas formas, no estoy estudiando esta carrera para pretender vivir de ella, sino porque en serio me apasiona. Gracias al privilegio con el que nací, perfectamente puedo vivir de lo que recibo por las acciones de Café Bustamante, y otras inversiones que he hecho. No soy tan idiota como mis hermanos piensan que lo soy. Mi tío Ricky me enseñó a invertir en CDTS y en bolsa de valores desde muy joven, así que, desde que tengo 18, he invertido parte de lo que me llega de la mesada pensional de mis padres en un CDT y en algunas acciones de las principales compañías del mundo. Sí. Tengo mi propio dinero. El suficiente como para darme una vida de lujos hasta que muera, y solo le pido dinero a Fernando por capricho. No, en realidad yo no le pido dinero a mi hermano. Él me lo da sin pedírselo. Tiene una extrema necesidad por ser el proveedor de su familia. Esa no es más que una manera de Fernando por mantener el control, ya que creció viendo cómo mamá manipulaba a todo el mundo con el dinero. Yo, afortunadamente, no necesito repartir dinero para manipular a mis seres queridos o no tan queridos. Solo me basta con una sonrisita y hacer de cuenta que les doy toda mi atención. —¿Qué tal estuvo tu fin de semana, Alejo? —me pregunta Juliana, mientras que nos dirigimos al salón de artesanías en donde trabajamos. —Estuvo muy relajado, en realidad —respondo, mientras que le paso un brazo por la cintura —. Me quedé en casa viendo películas, ¿y tú? —Trabajar —responde, soltando una profunda exhalación —. Tuve que hacer horas extra para pagar el alquiler de este mes. A mi mamá no le ha ido muy bien este mes con el negocio de las empanadas. —Oh, lamento escuchar eso —digo, y apenas entramos en el salón de restauración de artesanías, nos disponemos a ponernos nuestros trajes especiales para el trabajo. —Esa es la realidad de nosotros los de clase media...—suelta Camila. Aunque las chicas no saben a qué familia pertenezco, y aunque hago un gran esfuerzo manejando un bajo perfil..., se me nota que soy de clase alta. No es algo que se pueda ocultar vistiéndome como hippie. Mis manos delicadas y sin signos de haber lavado platos o ropa durante la mitad de mi vida, ya lo dicen todo, y ni qué decir de mi caro celular y mis materiales de arte y fotografía. La mayoría de mis compañeros, lamentablemente, deben pedir cámaras prestadas para los proyectos de fotografía, y ninguno cuenta con un estudio en casa como el que yo tengo. Y si algo me enseñó mi padre, que creció en una familia muy humilde, fue a ser empático y ayudar a las personas cuando tengo los medios para hacerlo. —¿Cómo es que se llama el negocio de tu mamá? —le pregunto a Juliana después de un rato, cuando ya estamos trabajando en nuestras artesanías. —La Empanada Bogotana —responde, y yo asiento. —Bueno, ya sé a quién pedirle por si tengo alguna reunión familiar o algo por el estilo —digo, y ella sonríe. Unos minutos después, sin que Juli se dé cuenta, ingreso a la página del negocio de su madre, y ordeno más de 5.000 empanadas para que sean repartidas en los colegios públicos de los vecindarios más humildes de la ciudad. Eso es lo que mi padre habría hecho.
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