Estoy teniendo un sueño mojado.
Sueño que estoy en la intimidad con mi esposo, o al menos eso creo. No es posible distinguir un rostro en los sueños, pero creo que es Fernando, porque estamos en nuestra cama matrimonial, pero entonces escucho aquella voz grave y autoritaria que solo puede pertenecer a Carlos.
—Eres solo mía —me dice, mientras que me sigue haciendo el amor, lento, profundo, y sin prisa.
—Carlos... —gimo, no queriendo que se vaya nunca de mi lado.
Abro los ojos de golpe, encontrándome con el techo de la habitación, y sintiéndome totalmente empapada en sudor.
Volteo mi rostro y casi me asusto al ver los ojos ambarinos de Fernando observarme fijamente. Está totalmente despierto, y al parecer sabe con quién me he acabado de soñar por su cara de pocos amigos.
—Buenos días —lo saludo, queriendo que me trague el colchón y que me escupa en Narnia.
Las novelas de romance no hablan sobre lo complicado que resulta dormir con un hombre. Lo muestran todo muy fresón, en donde solo hay abrazos y besitos de buenos días, pero no hablan sobre que hay que soportar patadas, flatulencias y demás cosas incomodas.
—Buenos días —me responde Fer y enarca una ceja —. Veo que dormiste muy bien.
Noto que mis piernas están cruzadas, y que la pequeña almohada entre mis rodillas para dormir de lado cómodamente, está mucho más arriba de lo que debería estar, y que mis piernas todavía la están apretando con fuerza.
Esta no es la primera vez que Fer me pilla en una situación bochornosa. En anteriores ocasiones él solo soltó una risotada y me ayudó a “terminar” con lo que empecé en mi sueño mojado, pero la diferencia en esta ocasión es que...he dicho el puñetero nombre de su hermano, y es obvio que le ha molestado, ¿pero qué culpa tengo yo? No es que alguien pueda controlar con quién se sueña y con quién no.
—Me iré a bañar. Ya se me ha hecho la tarde —dice Fer, saliendo de la cama.
Ni siquiera me da un beso de buenos días. Así es él cuando está enojado.
Otra de las cosas que he aprendido en los pocos meses que llevo de casada, es que las discusiones son más frecuentes de lo que llegué a pensar, y Fernando es...como la gasolina. Recibe una sola chispa, y ya prende fuego, pero le tengo mucha paciencia, así como él me tiene mucha paciencia a mí, porque yo no soy ninguna perita en dulce. Tengo mis defectos, así como él también los tiene, pero el amor todo lo soporta, y sorteamos juntos aquellos baches que se atraviesan en nuestro camino.
No somos el matrimonio perfecto, ni buscamos serlo, pero trabajamos cada día por mantener esta unión que Dios nos dio.
No estamos casados por lo religioso. Aún tenemos una gran boda pendiente, con nuestros familiares y amigos más allegados como invitados, pero quiero creer que aun así Dios ha bendecido nuestra unión.
Mientras que Fer se alista para ir al club de golf con sus clientes y potenciales socios de la firma, voy a la cocina a prepararle el desayuno. Ana descansa los fines de semana, así que hoy me encargo del desayuno. Generalmente es Alejandro el que prepara todo un festín los fines de semana, pero se fue desde anoche a pasar el finde en casa de su novio.
Los desayunos de Fer deben ser especiales, y con especiales no me refiero a desayunos de restaurante fino. Me refiero a que debo cocinarle una cantidad de huevos que considero insana, junto con unas tostadas con crema de maní y aguacate. Él es un hombre al que le gusta mantenerse en forma, así que va al gym dos horas, cinco días a la semana, y se asegura de ingerir la proteína necesaria. Oh, y es de esos que tienen tarros y tarros de proteína y creatina en la cocina y en su auto para darle una ayudita extra a sus músculos.
Carlos no necesita de esos suplementos alimenticios. Come cantidades exuberantes de comida para darle a su cuerpo los nutrientes necesarios para mantener esos musculitos de super humano.
Carlos..., debo dejar de pensar en él, pero no sé cómo.
Tengo la esperanza de que, apenas entre a la universidad a estudiar mi máster, no me quedará tiempo para pensar en mi ex amante.
Apenas tengo listo el desayuno, le preparo a Fer su merienda de la mañana. De eso también se suele encargar Alejo los fines de semana, pero como me ha dejado abandonada, lo hago yo con todo el amor del mundo, porque Fer es mi esposo, y me nace atenderlo como las esposas de antaño lo hacían con sus hombres.
Busco en internet un tutorial sobre cómo preparar una merienda fitness, y hago mi mejor esfuerzo, midiendo milimétricamente los scoops de proteína para el batido de banana, y le preparo un sencillo sándwich de pavo, queso parmesano y tomates.
Tomo algunas frutas, y alisto toda su merienda en la mochila que siempre se lleva al club de golf. Espero que esto trate de remediar un poco lo del sueño del cual yo no tuve la culpa.
Unos minutos después, Fernando aparece por el pasillo, en su impecable uniforme de golf, su cabello castaño perfectamente engominado y peinado hacia atrás, y oliendo a su carísima colonia, de esas que solo se pueden permitir comprar los que son billonarios.
Un reloj Rolex brilla en su muñeca izquierda. Tiene toda una colección de relojes en su closet. Él no es un hombre que escatime en gastos, mientras que Carlos y Alejandro más bien son de esos que solo se compran calzoncillos nuevos cuando los que tienen ya están agujereados por todas partes, y no tienen que ser de marca. Alejo incluso reutiliza la ropa dejada por sus hermanos, y es por eso que todo le queda holgado.
Carlos y Alejo son igual de sencillos a como lo fue su padre, mientras que Fernando es la versión masculina de su madre, la mujer que era la más clara muestra de la palabra “dinero”.
Pero Fernando no siempre fue así. Él solía ser alguien muy sencillo, hasta que se fue a Italia y se juntó con Luciano.
—Wow. Todo se ve muy exquisito —dice Fer, apenas nos sentamos en la barra de la cocina —. No tenías por qué molestarte en preparar el desayuno. Pude haberme comprado algo por el camino.
—Soy tu esposa, y creo que atenderte es lo menos que puedo hacer cuando cambiaste mi vida tan drásticamente —digo, y él esboza una suave sonrisa y me toma una mano, mirándome con esos ojos llenos de amor con los que todos los días me mira.
—Tú fuiste la que cambió mi vida de una manera en que nunca me lo llegué a imaginar —se lleva mi mano a los labios, y besa cada nudillo —. Te amo.
Me relajo al confirmar que él ha dejado pasar el pequeño incidente de mi sueño con Carlos. Yo sabía que él no iba a durar tanto tiempo enojado por una idiotez como esa.
—Yo te amo más —le digo, y él se estira para darme un beso en los labios. Ese tierno beso que me quedó debiendo al despertarnos.
Hasta su aliento a huevos y café me parece perfecto. Todo en él me parece perfecto. Lo amo demasiado como para encontrarle algún defecto significativo.
—Si no me vas a acompañar al club, y si Alejo no está... ¿qué te quedarás haciendo aquí durante todo el día? —me pregunta Fer unos minutos después, cuando ya estamos terminando nuestros platos.
—Leer algún libro y ver películas, supongo —respondo, y él entorna los ojos.
—Deberías tener un poco más de vida social, mi amor.
—¿Qué vida social puedo tener en esta ciudad en donde no tengo casi amigos? —replico. Tengo algunos amigos, y pienso en uno en especial.
—Podrías...salir con Álex —propone Fer, como si me estuviera leyendo la mente.
Observo a mi esposo analíticamente para saber si está bromeando, pero parece hablar muy en serio, y hasta esboza una sonrisita traviesa.
Fernando no es un esposo celoso. Todo lo contrario.
A él...a él le prende verme con otros hombres.