Una flor para otra flor

2661 Words
Me despierto a eso de las diez de la mañana. Creo que soy una de las únicas personas en Bogotá que puede hacer eso en un día entre semana.   Bogotá D.C., como cualquier capital del mundo, es una ciudad cara. Todos tienen que trabajar para poder vivir medianamente cómodos aquí, pero yo, bueno...soy la esposa de Fernando Orejuela. Abogado y CEO de la famosa firma Orejuela Lawyers Enterprise, e integrante de la familia Bustamante, los dueños de la multinacional de café más importante del mundo.  Siendo la esposa de un multimillonario por supuesto que no necesito trabajar, ya que mi amado esposo me lo da todo, pero aun así tengo mis propias fuentes de ingreso.   Gracias a una cuantiosa indemnización que me pagó la familia Mancini por haberme secuestrado hace unos meses, pude meterme en el negocio de la finca raíz, y compré varios apartamentos en las ciudades principales de Colombia, los puse en arriendo y es así como recibo un jugoso salario mensual que me permite decir que no dependo totalmente de mi marido; y aunque yo tenga mis propios ingresos, Fernando me sigue dando un salario mensual por el solo hecho de ser su esposa. Él reconoce que las mujeres tenemos que aguantarles mucho a los maridos. Ojalá que todos fueran igual de comprensivos que él.  Me siento en la cama y estiro los brazos. Ya es muy tarde para ir a mi clase de yoga. Iré mañana. Si es que soy capaz de madrugar.  Toda la culpa de que yo no sea capaz de levantarme temprano algunos días la tiene Fernando. No más anoche hicimos el amor hasta la madrugada. No sé cómo es que él fue capaz de madrugar hoy para irse al trabajo.  La sucursal bogotana de Orejuela Lawyers Enterprise abrirá muy pronto. En dos meses. Y eso obviamente que tiene a Fernando colmado de trabajo, ya que se está asegurando personalmente de que la remodelación del edificio que ha comprado para que sea la casa de la firma, vaya de acuerdo a sus instrucciones.  Me quedo en pijama. No soy capaz de bañarme con el frío cala huesos tan típico de esta ciudad, así que me pongo mis pantuflas, me lavo la cara y los dientes, y salgo de la habitación que comparto con Fernando en dirección a la cocina para desayunar.  Me encuentro con Ana, la ama de llaves, la cual parece estar llorando en un rincón de la cocina, pero apenas se percata de mi presencia, se enjuga rápidamente las lágrimas con el dorso de su mano, y sigue barriendo el suelo de resina de la cocina, siendo incapaz de mirarme a los ojos, supongo que para que no me dé cuenta de que está llorando.  —Señorita Daniela. Buenos días —me saluda, sin dejar de barrer y sin dejar de mirar al suelo —. ¿Quiere que le prepare el desayuno?  —Buenos días, Ana —me acerco al refrigerador para sacar una botella de agua —. No te preocupes. Me prepararé unos huevos y fritaré una de las arepas que hizo Alejandro. No te preocupes por mí. Sigue en lo tuyo.  Sé que Ana está teniendo problemas económicos. La he notado un poco preocupada en estas últimas semanas, y hace unos días me pidió el favor de que le pagara su sueldo por adelantado, aunque todavía no hemos llegado a fin de mes.   —Ana...—la llamo, antes de que salga de la cocina —. ¿Estás bien? ¿Necesitas que te dé el día libre? Es que creí verte llorar.  —Oh, no. No se preocupe por mí, señorita Daniela. Solo es una alergia. Nada del otro mundo —dice Ana, intentando sonreír, a pesar de que se le nota su desasosiego hasta en la forma en que camina.  Dejo que Ana continúe trabajando, recordando aquella época en la que yo me sentía como ella y lloraba silenciosamente en el autobús por no tener a veces ni siquiera para lo más mínimo.  Tuve una mamá presente en mi vida, pero muy ausente en el aspecto económico, así que no le importaba si yo aguantaba hambre cuando estaba en la universidad. Mis amigos eran los que me compraban los refrigerios y los almuerzos cuando veían que yo estaba que me desmayaba por no comer.  Me acerco a la mesa de centro de la cocina y noto la cantidad impresionante de frutas que hay. Cuando yo vivía con mi madre, a duras penas teníamos alguna que otra manzana. Tuvimos que regalar el frutero de vidrio que teníamos sobre la mesa del comedor apenas papá se murió, ya que comprar frutas se nos hizo imposible.  Fernando todavía me pregunta por qué no como frutas, si Ana va a al mercado a comprar una buena cantidad cada semana. Me acostumbré tanto a la escasez en mi casa, que se me olvida que ahora tengo frutas a rebosar en mi cocina.  Tomo una pera y le doy un mordisco. Mamá nunca compraba peras. Decía que eran muy caras.  Todo era muy caro para mi mamá. Desde un helado, hasta mi semestre universitario.  No sé cómo sea en otros países, pero en Colombia, aunque tengas un empleo, es casi imposible poder pagar una carrera universitaria en una universidad privada sin tener la ayuda de los padres, y mi mamá...ella no me ayudó con eso.  Desde que mi papá murió, me acostumbré a escuchar la palabra “está muy caro”, y a no comprar nada; así que, a pesar de que tengo un esposo adinerado y que tengo mis propias fuentes de dinero, es Fernando el que debe recordarme que debo comprarme calzones nuevos, cuando los que tengo ya se están empezando a ver viejos.  Es gracias a mi madre que sé el tipo de mamá que no quiero ser. Fernando me asegura que nuestros futuros hijos nunca tendrán que preocuparse por la comida y el estudio. Es imposible que él entre en bancarrota, y, aunque a él le pasara algo, nuestros hijos quedarían con una buena herencia; no como en mi caso, que mi padre dejó más deudas que otra cosa.  Ya estoy casada, y mi mamá ni siquiera se ha sentado a cenar a la mesa junto a Fernando. Así de complicada es la relación con mi madre, que las únicas veces que ha hablado con Fernando fue en mi cumpleaños 24, y en aquel difícil día en que fui secuestrada.  Mi mamá no quiere a los Orejuela. Punto. Ella hubiera querido que yo tuviera como pareja a un hombre del común. Uno que no tuviera un apellido famoso, ni que tuviera que andar escoltado para que no lo maten.  Ella hubiera aceptado a un chico como el que mi hermana tiene por novio.  Juan Pablo, o como todos le decimos, “JP”, es el asistente de Fernando, y por mucho que lo niegue, también es su mejor amigo, y resultó ennoviándose con mi hermanita. Es un jovencito muy noble, de orígenes humildes, y no tiene que andar cuidándose las espaldas; y aunque mi hermana esté trabajando en un local de Café Bustamante, él le da alguito de dinero cada mes para ayudarla con sus gastos personales. Es el chico perfecto.   Mientras tomo mi desayuno, observo los estados de Whats de mis contactos y veo uno de Carlos en donde está disfrutando sus vacaciones junto a Edahi y Luciano.  Carlos...  Mi cuñado fue mi amor platónico desde que yo era una puberta. Lo veía en los desfiles de la independencia cada año, y lo perseguía por la calle junto a sus demás admiradoras, y unos años después, por cosas del destino, resulté estando con su hermano Fer, el cual terminó por darme el “permiso” —por decirlo de alguna manera — para tener una aventura con él.  Eventualmente, esa aventura terminó en un hermoso desastre en donde tuve que decidirme con cuál Orejuela quedarme, y elegí a Fernando. Puede que otras personas piensen que tal vez Carlos hubiera sido una mejor opción para mí, pero Fernando es...él es mi vida entera.   Además, está la pequeña cuestión de que Carlos tiene un hijo. Admiro a Luciano por haber aceptado a Carlos con el paquete completo, pero yo quiero ser la única prioridad para mi pareja, al menos por el momento, mientras somos un joven matrimonio sin hijos.  A veces me dan unas ganas incontrolables de escribirle a Carlos, como en este momento, pero tengo la suficiente fuerza de voluntad como para dejar el celular a un lado y terminar de desayunar.  No puedo volver a repetir ese círculo vicioso con Carlos, quien, a pesar de estar felizmente casado, sé que, si le doy la oportunidad de volver a estar juntos, sería capaz de serle infiel a Luciano por estar de nuevo conmigo, y yo en definitiva no quiero ser una roba maridos. Que las roba maridos sean las otras amantes de Carlos. No yo.  Ana prepara el almuerzo y lo tiene listo a la misma hora de siempre, a la una de la tarde, pero espero a que Alejandro llegue de sus prácticas para almorzar con él. Fernando me ha pedido el favor de que no lo deje jamás almorzando solo en casa, ya que una de las cosas que él detestó mientras estudió en Italia fue tener que almorzar solo después de clases, al menos en el poco tiempo que duró viviendo solo, porque después se enamoró de Luciano y se fue a vivir con él.  Sí. Mi esposo es bisexual, y fue novio del que ahora es esposo de Carlos. Lo sé, todo un drama familiar digno de una telenovela, y es la razón por la que en estos momentos Fer y Carlos no se hablan.   Aparte de que Carlos fue quien le reveló a Luciano que Fer le fue infiel mientras fueron novios, se terminó metiendo con el italiano, y Fer consideró eso como el peor acto de deslealtad, y entiendo completamente a mi esposo. Yo tampoco le volvería a hablar a mi hermana si, en dado caso de que Fer y yo termináramos, ella se terminara metiendo con él.  Alejandro llega a las 15:30, cuando mi estómago hace rato que está rugiendo por el hambre. Llega totalmente empapado, ya que en esta ciudad llueve casi todos los días.  —Ay, pobre bebé —digo, acercándome para recibirle su mochila llena de implementos de pintura —. Te prepararé un baño caliente.  —No es necesario —intenta negarse el jovencito, pero no le doy tiempo a rechistar, porque salgo corriendo hacia su habitación.  Lo menos que puedo hacer cuando Fernando me tiene viviendo como una reina, sin que yo deba lavar un solo plato y con todas las comodidades que alguien podría desear, es atender a su hermano menor, quien, aunque no lo demuestre de a mucho, le gusta que lo traten como a un rey.  Subo al segundo piso del pent-house, en donde Alejandro tiene su espacio privado en el que ni Fer ni yo lo molestamos. Le dimos su propio espacio apenas nos mudamos aquí, entendiendo que siendo apenas un joven de 20 años, necesita privacidad.  En el suelo hay todo un desorden de pinceles, tizas, pintura, papel, lienzos y demás implementos que un artista utiliza para sus obras, pero logro sortearlas todas y llegar a su habitación, que es un desorden de ropa, libros, porros y demás cosas que no pienso detenerme a ver qué es, y entro al cuarto de baño.  Si Alejandro dejara que Ana aseara su piso, tal vez no parecería el hogar de un convicto, pero él es tan receloso con sus cosas, que no deja que nadie entre a asear su espacio de trabajo y su espacio personal. Él mismo se encarga de hacerle el aseo a su piso, pero si lo hace dos veces al mes eso ya es mucho.  Lleno su tina con agua caliente, mientras que él se quita la ropa mojada y se prepara para el relajante baño, y una vez él está dentro de la tina, traigo una bandeja con el almuerzo para comer ahí mismo. Sí, en el baño, con un desnudo Alejo en la tina, y yo sentada en la tapa del váter.   En mi defensa, hemos comido en lugares y situaciones mucho peores que esta.  —¿Qué tal estuvo tu día? —le pregunto al jovencito rizado, y él me muestra sus dedos, los cuales están manchados con pintura.  —Restauré pinturas de la época de la colonia durante toda la mañana, y después tuve que ir a la universidad a entregar mi avance de proyecto de grado. Por eso llegué un poco tarde —sigue comiendo de su plato de frijoles con arroz —. Ya quiero graduarme de una pinche vez y tomarme un año sabático para viajar por todo el mundo junto a mi novio.  Sí. Los tres hermanos Orejuela tienen el arcoíris en su sangre. En el caso de ellos, el gen LGBT es heredado, ya que su tío Ricky es bisexual, o lo fue durante un tiempo.  Alejo es gay, Fernando es bi, y Carlos es pansexual, aunque a este último no le guste identificarse con ninguna etiqueta.  Y si me preguntan si me preocupa que exista una pequeña posibilidad de que Fernando me sea infiel con algún hombre, responderé que no. Sin dudarlo.   Mi Fer me demuestra cada día lo mucho que me ama, lo mucho que me adora y de que solo tiene ojos para mí. No me sería infiel ni siquiera estando drogado.  Alejo y yo terminamos de almorzar y nos quedamos el resto de la tarde viendo películas. Gracias a él es que no me muero del aburrimiento cuando Fer está trabajando, y sé que no es bueno que mi vida social se limite a pasar tiempo con mi novio y con mi cuñado, pero esa es mi realidad, al menos por el momento, porque la próxima semana empezaré a estudiar mi máster en derechos humanos en una de las mejores universidades del país, y tal vez allí pueda hacer nuevos amigos.  —Oye, Alejo, creo que Ana está teniendo problemas económicos —le digo a mi cuñado apenas se termina la peli que estábamos viendo —. ¿Crees que puedas hablar con ella? A mí me da pena preguntarle directamente si necesita dinero, pero tú eres bueno sonsacándole cosas a la gente.  —Ok, le preguntaré mañana después del almuerzo —dice, y luego me pellizca la nariz con cariño —. ¿La vas a ayudar?  —Sí. Yo hubiera querido que alguien me diera una mano cuando tanto lo necesité.  Me entristezco de nuevo al recordar aquella difícil época universitaria en donde no tenía ni en dónde caerme muerta; y aun siendo una profesional, cuando trabajaba como dependiente judicial en Orejuela Lawyers y no me alcanzaba ni siquiera para comprarme un almuerzo decente.  Si no hubiera sido por Fernando, creo que todavía estaría viviendo en un pequeño piso, con una lata de atún en mi pequeña cocina y nada más.  Y, como si lo hubiera invocado al pensar en él, escucho su voz desde la sala, avisando que ha llegado a casa.  Bajo las escaleras como una niñita emocionada que no ha visto a su padre durante días, y me lanzo a los brazos de Fer, que me estampa un besote en los labios mientras me levanta por los aires y da vueltitas, demostrándome con ese ardiente beso todo el amor y la pasión que siente por mí.   Solo hasta cuando vuelvo a estar en el suelo, noto que él tiene un ramo de rosas en su mano.  —Te traje estas rosas —dice, sin borrar esa radiante sonrisa de su bello rostro, entregándome el ramo y besándome el dorso de la mano que me queda libre —. Una flor para otra flor.  Sonrío como tonta y me empino para volver a besarlo.  Cielos. Cuánto me encanta este hombre.     
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