Bajo la luz de la luna

1593 Words
Narra Carlos De todas las cosas que creí que me pasarían en la vida, definitivamente no me imaginé estando casado con un hombre. Yo solía ser un mujeriego. El típico “todas mías”, pero ahora heme aquí, con un hombre durmiendo sobre mi pecho, y quien legalmente es mi esposo. Me desperté hace cinco minutos, pero todavía no me atrevo a moverme. Me gusta esta sensación de paz al tener a Luciano dormitando plácidamente sobre mí, ambos estando completamente desnudos, en una cabaña de las paradisiacas playas del Nuquí. Es bien cierto que prácticamente Massimo nos obligó a casarnos por el bien de nuestras familias, pero antes de eso, Luciano y yo ya habíamos caído flechados el uno por el otro, y ese amor y esa pasión parece ser más fuerte con cada día que pasa. A veces me pregunto si en serio es posible estar tan enamorado de una persona. Mientras acaricio perezosamente la espalda desnuda de Luciano, caigo en cuenta de algo muy importante: no le he dicho expresamente a Luciano que lo amo. Si me pongo a hacer cuentas, nosotros tan solo llevamos cuatro meses de relación. Carajo. Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo. Admito que las cosas con Luciano pasaron muy rápido. O tal vez no. Antes de que se nos ocurriera la maravillosa idea de follar, la atracción entre ambos la primera vez que nos vimos fue muy obvia. Todavía recuerdo la manera en que sus ojos grises brillaron al verme en mi fiesta de ascenso a coronel, y cómo mi paquete se endureció y templó la tela de mis pantalones. También recuerdo lo nervioso que me ponía cada vez que mis amigos me informaban que Luciano estaba dando vueltas por el palacio presidencial. Me desconcentraba totalmente de mi trabajo. En ese entonces yo estaba teniendo mi cuento con Daniela, y todavía me negaba a aceptar que me podían llegar a gustar los hombres, así que me obligué a amarla —y por supuesto que la amé de verdad. Todavía lo hago — para evitar tener algo con Luciano. Si me lo preguntan, creo que puedo decir que, al igual que Daniela, yo también estuve enamorado de dos personas al tiempo. De Dani y de Luciano, pero ella escogió primero que yo, y se quedó con Fernando. Al principio me sentí devastado, por supuesto que sí. Daniela era todo lo que yo buscaba en una mujer, en una esposa, en una mamá para mis hijos..., pero el carajito del Luciano tuvo que llegar y enrollarme como cual serpiente es, y cambiar todos mis planes de vida. —Ummm —murmura el italiano, empezando a despertarse. Él se mueve un poco, haciendo que su erección matutina se restriegue con la mía, y tengo que obligarme a pensar en otras cosas para no calentarme tan rápido. Mi hombre se termina de despertar, y apenas alza su bella carita para mirarme, siento a mi corazón como si fuera de gelatina. —Hola, bonito —lo saludo, dándole un besito en la nariz —. ¿Dormiste bien? —Como un bebé —responde, y cruza sus brazos sobre mi pecho y me da un húmedo beso en la barbilla —. ¿Crees que Edahi ya esté despierto? Me causa mucha ternura que lo primero en que piense Luciano al despertarse, sea en mi hijo. En nuestro hijo. Una de las tantas cosas que llevó a Daniela a decidirse por Fernando y dejarme, fue que Edahi llegara a mi vida. Ella sintió que nunca sería prioridad en mi vida. Aun antes de que Edahi llegara, yo ponía mi vida militar por sobre todas las cosas, y precisamente fue mi trabajo en el ejército lo que me impidió llegar primero a Dani antes de que lo hiciera mi hermano. Y apenas las cosas terminaron con ella, yo en serio que llegué a creer que me quedaría como papá soltero, ya que no creía posible que alguien en su sano juicio aceptara ser el padrastro de un niño como Edahi, que es tan...diferente a los demás, pero Luciano aceptó el combo completo. Y antes de siquiera poder darnos un besito de buenos días, Luciano mira la hora en el reloj de pared, y parece entrar en pánico al notar que es muy tarde, y que no hay señales de que Edahi esté cerca. —¿Cuánto tiempo llevas despierto, Carlos Arturo? ¡¿Y si Edahi se está ahogando en el mar?! —exclama Luciano, saltando de la cama —. Eres un papá muy irresponsable. El italiano busca entre toda la ropa que dejamos tirada en el suelo anoche, unas bermudas para ponerse, y apenas las encuentra y cubre su desnudez, sale de la alcoba. —Te recuerdo que creció en el Amazonas. Sabe nadar mejor que cualquiera de nosotros —le digo, mientras busco algo qué ponerme. Apenas me pongo mis bermudas, salgo con tranquilidad de la alcoba. Sí. Tal vez soy un papá demasiado relajado. Dejo que Edahi salga por ahí como un animalito en busca de su libertad, sin estar detrás de él a cada rato. Precisamente por Edahi no ser un niño como los demás, no necesito sobreprotegerlo tanto. Creció en la selva, así que sabe defenderse. Además..., yo no quiero hijos introvertidos y consentidos. Quiero hijos fuertes y tenaces, así que la única manera de lograr que sean así, es soltarles la correa y dejar que sean libres. Que asuman riesgos. Que se caigan y que se vuelvan a levantar. Total, si a Edahi le llega a pasar algo, lo sabré si grita. La cabaña en donde estamos queda lo suficientemente alejada de las demás que hacen parte del exclusivo complejo hotelero como para darnos la privacidad que necesitamos. La playa que está a tan solo unos metros de la cabaña también es solo para nosotros. Me acerco a la pequeña cocina y pongo a hacer algo de café en la cafetera eléctrica. Yo no soy de beber café de cafetera, ya que durante mis años como militar me acostumbré al café instantáneo hervido en una olla vieja, pero Luciano..., ese sí que es más complicado. Como el digno italiano que es, se acostumbró al expresso. Apenas el café está listo, me sirvo una taza y me acerco al balcón, sintiendo el aire salado proveniente desde el mar golpear suavemente mi cara. Ummm, sí. Esta es la vida que me merezco después de haber sufrido las duras y las maduras durante mi época como militar. Me río al ver que Luciano está correteando a Edahi, el cual tiene en la mano algún insecto que se encontró por ahí y que se lo quiere comer. Luciano tiene hermanos pequeños. Nada de esto es nuevo para él, y me atrevo a decir que él es mejor padre de lo que yo estoy intentando ser. Y, para ser sincero, no sé qué hubiera sido de mi vida si Luciano no hubiera llegado en el momento correcto. No me imagino criando a Edahi solo. Unos minutos después, Luciano regresa a la cabaña junto a un sudado Edahi. A veces me pregunto de dónde los niños sacan tanta energía. —Ven, vamos a lavarte esas manos, porque están llenas de restos de...insectos —dice Luciano, empujando al niño hacia el cuarto de baño. —Hola papá —me saluda Edahi rápidamente, antes de que Luciano lo desaparezca de mi vista. A veces incluso pienso que Luciano quiere quitarme a mi hijo. Todo en su vida ahora tiene que ver con él, y esa es una de las cosas que me enamoran cada día más. No existirá jamás alguna manera de recompensar a Luciano como se debe por haber llegado a mi vida —la cual yo sentía rota —, curar mis heridas, quererme tan bonito y querer a mi hijo como si fuera suyo. Más tarde, en la noche, tras llegar exhaustos de todo un día de caminata por los rincones más visitados del Nuquí, y tras asegurarnos de que Edahi se ha quedado profundamente dormido, Luciano y yo nos escapamos a la playa para bebernos un vino sobre la arena y simplemente observar la luna mientras nos abrazamos. Hablamos por un rato sobre lo que tenemos pensado hacer cuando nuestras vacaciones terminen, y después pasamos a darnos unos húmedos besos que inevitablemente nos llevan a otra cosa, y termino clavando a Luciano en la arena con fuertes embistes, mientras que él suelta unos excitantes gemidos y me aruña la espalda. Ambos llegamos al éxtasis al tiempo, y unos minutos después, mientras todavía disfrutamos de la calma post orgásmica, la dopamina me ayuda a decirle esas palabras que de seguro él ha estado esperando con ansías, pero que la frialdad que tanto me ha caracterizado desde pequeño me impedía decírselo: —Te amo. Luciano abre los ojos como platos y se me queda mirando un buen rato, sin poder creer lo que he acabado de decir. —¿Qué? ¿Creíste que nunca te lo diría, pequitas? —le doy un beso esquimal —. Y si no me crees, pues te lo vuelto a repetir —le doy un piquito en los labios —. Te amo —le doy otro piquito —. Te amo —. Y otro —. Te amo —. Él ríe con cada beso —. Te amo. Te amo. Te amooo. A mi hombre se le ponen los ojos vidriosos de la emoción, y terminamos haciendo el amor una vez más bajo la luz de la luna.
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