La capital de Tiara siempre fue ruidosa y la construcción del colegio de cirujanos lo empeoró, con las calles cerradas y los edificios acordonados la calle principal era usada como plaza y los carruajes avanzaban más lentamente. Eso y un carruaje de baja categoría con una rueda torcida iban a darle dolor de cabeza. – ¿Cuánto falta para llegar? – Estamos a diez minutos, señor. El archiduque Samus Enebra se sintió aliviado y media hora después tenía dolor de cabeza. – Llegamos. Con los dientes apretados, ropa desaliñada y una túnica con tela que bien podía usarse para costales, bajó del carruaje y entró al castillo de Tiara por la puerta de servicio. Todas esas medidas, ¿siquiera eran necesarias?, él más que nadie sabía que el Barón Sigfred se sentía confiado y que el número de espías