Narra Camille: Estoy terminando de amarrar a uno de los becerros más jóvenes del ganado para ponerle su respectiva inyección desparasitante, cuando escuchó a una voz de mujer llamarme en las afueras del corral. No reconozco la voz al principio, pero sé que no es alguien de por aquí, porque en el rancho hay muy pocas mujeres trabajando, y ninguna me llamaría por mi primer nombre. Sin embargo, como estoy enfrascada en que la pequeña ternerita se quede quieta, no tengo tiempo para detenerme en miramientos y respondo como una autómata al escuchar mi nombre. —¡Casilla siete! —grito, mientras tiro de la soga para atraer al animal, que finalmente ha cedido a mi llamado. Lo primero que siento es el aroma de su perfume, algo chillón para mi gusto, pero muchísimo mejor que el aroma a estiércol