Capítulo 2

1054 Words
Después de pasar la plaza, camino un par de calles más, hasta ver en la esquina el letrero de madera que tiene grabados una pluma y un pequeño frasco de tinta, el cual indicaba ser la oficina de un letrado. Muchas personas en el pueblo no saben leer y mucho menos escribir, así que ese es el oficio de mi padre, ayuda a redactar cartas o documentos oficiales, también ayuda a traducir documentación extranjera y lee cartas. Al entrar en la casa el aroma a vainilla que proviene de los papeles de mi padre inunda mis fosas nasales, toda la casa huele de la misma forma, pero no es un olor sofocante ni chocante, sino todo lo contrario, ese lugar se siente muy acogedor, no puedo imaginar mi casa sin ese aroma. Subo a mi habitación, la cual está muy al fondo, pero es la más grande aunque no muy opulenta, la ventana suele rechinar durante las noches de viento y la base de mi cama esta un poco desigual y la única manera de mantenerla recta y firme es colocando sobre una de las patas, un bloque de madera pequeño, aunque a veces suelo patearlo sin querer. Me agacho y gateo por debajo de la cama hasta acercarme a mi escondite donde guardo mis tesoros más valiosos. Por ser una moneda de alta denominación y un poco más grande que los nimbos de bronce decido guardarlo en mi caja de los tesoros de esa forma no lo perderé. Retiro la piedra sobrepuesta que sirve de puerta de mi escondite y saco la cajita de madera que mi madre me obsequio como regalo de cumpleaños un año antes de morir, la destapo y por un momento contemplo lo que hay en su interior, un guardapelo que perteneció a mi madre y el que se supone ha pasado de generación en generación en mi familia, solo que murió antes de poder dármelo formalmente, ademas también se encuentran cinco cartas que ella me escribió mientras se encontraba en diferentes cuarteles militares durante la guerra y un pequeño ramito de flores secas que me obsequio Stefan el día en que mi padre descubrió que él me estaba cortejando, después de ese día mi padre me prohibió salir e inocentemente creí que ya no habría forma de poder verlo, así que guarde ese ramito de flores como su último recuerdo, por supuesto, eso ocurrió mucho antes de que Stefan ideara lo de la casa abandonada. —¿Lía, estás aquí? Doy un brinco al escuchar la voz de mi padre, ese movimiento inesperado me hace golpearme ligeramente la cabeza. Gimo de dolor, pero aun así guardo la corona de plata y todo en su lugar para después salir debajo de la cama antes de que mi padre descubra mi escondite. Al bajar, lo veo descargando un pequeño cargamento de papiros, hojas y otros materiales de trabajo sobre el pequeño comedor que disponemos, al verme me sonríe. —¿Cómo te fue en tu viaje?— me aproximo a él y le doy un beso en la mejilla. —Mejor de lo que pensé—expresa en un tono de voz extraño, me parece que esta molesto por algo. —¿Sucedió algo? Inclina la mirada hacia los materiales en la mesa y se queda en silencio mientras revisaba sus cosas, supongo en ese instante que la razón de su molestia soy yo. —Has estado con el chico Benoit ¿No es cierto? — expresa más como una afirmación que una pregunta. Al alzar la mirada, comprendo que mi padre, de alguna forma, lo sabe. Ver en su expresión indignación me hace asentir con la cabeza, él simplemente ladea la suya aseverando su inconformidad. —Lía — agacho la mirada lista para recibir el sermón de su parte—cuantas veces tendré que repetirte que debes terminar toda relación con ese... joven. — Pero papa... —Sin excusas Lía — me interrumpe — sabes lo que pienso al respecto. —Es una buena persona papa, por favor date el tiempo de conocerlo, si tan solo le dieras una oportunidad te darías cuenta de lo mismo que yo. —¿Darme cuenta de qué? —brama ladeando la cabeza negándose rotundamente a la idea — de que es un menesteroso con aspiraciones de grandeza aunque por milagro apenas sobrevive. —Todo el mundo sufre lo mismo —impugno molesta por su prejuicio. —¡Pero yo no quiero lo mismo para mi hija!—replica azotando las manos contra la mesa—quiero que salgas de este vulgar pueblo, que conozcas el mundo y que aprendas de él, que encuentres el amor en un joven que sea capaz de proveer pan a la mesa, que se desviva por ti y no solo por las preocupaciones de la miseria ¿Entiendes? Entiendo a la perfección, pero mi corazón no. A mí no me importa las riquezas y no tengo problema con pasar penurias siempre y cuando sea al lado de Stefan. El dinero proporciona posesiones, pero no la felicidad. —Sí, padre — expreso agachando la mirada. En ese momento solo pienso en cuan dolido y enfadado se sentirá al ver a Stefan al día siguiente aquí. — Lía, tal vez no me comprendas ahora y pienses que estoy siendo demasiado duro, pero solo quiero lo mejor para ti, un muchacho de este pueblo solo te hará sufrir y no digo que lo haga por voluntad, sino que la necesidad lo hará y él también sufrirá al no darte lo que él quisiera poner en tus manos. Se crea un silencio absoluto, uno que duele porque sus palabras me ponen entre la espada y la pared, entre él y Stefan. ¿A quién elegir? — Perdóname por darte mi opinión — expreso al ver que comienza a tomar sus cosas, quizás para acomodarlas en la oficina donde recibe a sus clientes— pero pienso diferente, él me hace feliz a pesar de todo, a pesar de lo que a ti te molesta y eso es algo que el dinero no puede comprar. Repentinamente, se escucha la pequeña campanilla que cuelga de la puerta de entrada a su oficina desde el exterior, él gira al escuchar aquel sonido sin decirme nada y luego se encamina para atender a quien ha entrado.
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