El rey Acaz contempló a Ofelia en silencio por un momento, con sus ojos grises brillando con un hambre que no era necesariamente por comida, esa ya la estaba saciando en ese instante. En su mente se abrían ante él mil posibilidades, deseos oscuros y profundos que amenazaban con desbordarse. Podía pedir cualquier cosa, exigir la realización de sus más íntimas fantasías —después de todo, ella había prometido "lo que fuera"—, pero algo en su interior lo contuvo. Quizás fue la inocencia que irradiaba de ella, o tal vez un destello de autocontrol que ni él mismo sabía que poseía. Sus labios se curvaron en una sonrisa enigmática antes de pronunciar: —Un beso —susurró esa palabra aparentemente simple y sin embargo llena de significado. En su mente, sus deseos iban mucho más allá de esa petición