De inmediato, el sonido de pasos apresurados y el roce de telas llenó el espacio mientras todos abandonaban precipitadamente la habitación. Los músicos, con sus instrumentos abrazados contra el pecho, se apresuraron hacia la salida, al mismo tiempo que las doncellas se deslizaban como sombras silenciosas por las puertas. Ariana permanecía reclinada en su diván, un mueble tan opulento que más parecía una cama que un simple asiento, con sus sedas y almohadones creaban un marco perfecto para su figura. Al ver a Acaz aproximarse, una chispa de deseo iluminó los ojos de Ariana. Sus labios se curvaron en una sonrisa provocativa. Su mente interpretó erróneamente la situación, fantaseando con un encuentro íntimo en la soledad de su santuario. —¡Acaz, esposo mío! —su voz se escuchó con una falsa