Sus pequeñas manos, posadas sobre su regazo, se apretaban con tanta fuerza que los nudillos se tornaron blancos como la nieve. Fue entonces cuando Acaz se acercó a ella con su presencia abrumadora, invadiendo el espacio personal de ella. Con una facilidad que la estremeció, él la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él —sus enormes manos abarcaban casi todo su torso—. Acaz la giró como si fuera una muñeca de trapo, y comenzó un ritual que Ofelia no comprendía y que él había estado haciendo desde que la hizo su prisionera: él hundió su nariz en su cuello, inhalando profundamente su esencia, impregnándola con su propio aroma en el proceso. Este era un acto que los hombres lobo a veces hacían de forma consciente o inconsciente, ya que era una forma de marcar territorio y establecer dominio