Mientras Ofelia se encontraba atrapada en sus “misteriosos asuntos" con el rey Acaz, el pequeño Jim era arrastrado sin misericordia por los pasillos del castillo. La mujer loba que lo sujetaba tenía un agarre férreo sobre su delgado brazo, con sus uñas casi clavándose en su piel suave. El cabello castaño de la mujer se mecía con cada paso brusco, y su piel color canela brillaba bajo las antorchas del pasillo. Sus movimientos eran más rudos de lo necesario, como si quisiera demostrar su dominio sobre el pequeño prisionero. —Será mejor que te comportes, mocoso, si quieres vivir —siseó entre dientes —. Mejor no hagas enojar al rey… es lo único que te diré. Aquellas palabras hicieron que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Jim, pero, aun así, reunió todo el valor que pudo encontrar