Álvaro Duarte
Pasaron varios días y el enfermero Pablo Sánchez, como dijo que se llamaba, ya no apareció. Estaba completamente intrigado con sus palabras, había crecido en mí una nueva esperanza de poder salir de este maldito lugar, estaba dispuesto a todo, con tal de salir de aquí, pero necesitaba hablar con él primero.
Cada día cuando salía al jardín me sentaba en la misma banca, mirando hacía todos lados y no lo veía, tal vez estaba jugando conmigo y no me di cuenta, decepcionado dejé de buscarlo.
A los pocos días apareció de nuevo, me dio las pastillas y el vaso con agua. Se sentó junto a mí.
- ¿Pensaste en lo que te platiqué la vez pasada? - lo fulminé con la mirada. ¿Era una broma? Los últimos días en lo que pensaba la mayor parte del tiempo era en salir de aquí, ¿todavía cuestionaba si había pensado en eso?
Aprete los dientes esperando que dijera algo más.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer para ser libre? - pregunté por lo bajo.
- Te imaginarás que en el mundo político se mueve mucho dinero, siempre hay ciertas mafias que anhelan alcanzar lo más alto en el poder, especialmente aquí en Colombia.
¿Colombia? Fruncí el ceño,
- ¿Qué? … No me digas que no sabes dónde estamos - negué con la cabeza, Cazares me vino a tirar a un maldito manicomio en Colombia. Ese imbécil.
- ¿Qué parte de Colombia? - estaba tan sorprendido que mi voz sonó áspera.
- Sibaté.
Ni si quiera tenía idea de donde estaba Sibaté, lo identificaba por el nombre, pero en su geografía no tenía ni la menor idea. Los nervios comenzaron a apoderarse de mí, apreté mis puños con fuerza. Ahora más que nunca deseaba venganza.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer para salir de aquí? - pregunté mientras apretaba mis dientes con fuerza, ahora estaba enfadado de verdad.
- ¿Qué estarías dispuesto a hacer para obtener tu libertad? - la misma pregunta de la vez pasada. ¿Pero qué es lo peor que tendría que hacer?
- Háblate claro, no me gustan los rodeos.
El enfermero sonrió, volteó a ver su reloj, dijo que se le acababa el tiempo y se fue, quise seguirlo, pero otro enfermero que cuidaba la parte central del jardín me impidió el paso, tuve que contener todas mis fuerzas de pelear con él, porque si lo hacía ya no podría salir al jardín, tenía una banda imaginaria atada a mis manos.
Pasaron otros días y yo seguía esperando al enfermero.
Siempre aparecía del mismo modo.
- ¿Qué estás dispuesto a hacer Álvaro? - preguntó un día.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer? - preguntaba siempre molesto, porque no lo decía exactamente.
- ¿Estarías dispuesto a matar a alguien a cambio de tu libertad?
- ¿Matar?... yo no soy un asesino.
- Pero un violador si... - en ese momento sentí que mi sangre hirvió, me puse de pie inmediatamente dispuesto a propinarle un golpe en la cara. Él se puso de pie al mismo tiempo que yo.
- Ni se te ocurra.... ¡siéntate! - ordenó alzando la voz.
Apreté mis puños con fuerza. Me senté. Hundí mi rostro entre mis manos.
- Yo no soy un asesino, tampoco un violador, abuse de alguien una vez, pero ese fue un error que aún estoy pagando – mi voz salía amarga, esperando que entendiera que no estaba dispuesto a hacer nada de eso, prefería quedarme encerrado aquí para siempre.
Aunque pareciera lo contrario, y mucho en mi interior haya cambiado en los últimos meses desde que ingrese en este lugar aún conservaba los principios que mi madre me inculco de pequeño, nunca fue mi intención hacerle daño a Emily, no sé qué me paso, maldigo cada día haberme dejado llevar por el enojo.
- Hemos investigado tus antecedentes Álvaro, tienes mucha suerte que mi jefe se haya fijado en ti más que nada por tus conocimientos en negocios, sabes tratar a gente con poder, por eso se te está dando esta oportunidad, lo de violar fue broma sólo quería ver tu cara - río burlándose, maldito.
- Imbécil - espeté con furia.
- Tranquilo Alvarito, seremos compañeros de trabajo, no quieras que te comience a hacer la vida imposible, además de tu libertad mi jefe está dispuesto a otorgarte otros beneficios aparte, tu decide.
La oferta que este tipo me hacía era demasiado tentadora, por todo lo que me ha dicho imagino que me quieren reclutar para alguna especie de mafia, ¿drogas? ¿narcotráfico? ¿política? Muchas cosas pasaron por mi mente, pero era aceptar eso o quedarme aquí encerrado. Allá afuera tendría mayores posibilidades de poder regresar a Estados Unidos con mi hermana, ella ni si quiera sabría dónde estaba, un día sólo ya no regrese a casa.
Me preocupaba mucho saber cómo le habría ido allá sola, era muy joven para poderse quedar al frente de la empresa que dejo nuestro padre, lo más seguro es que ya estuviera en la quiebra.
Tenía que salir.
- Bien, acepto la propuesta.
El enfermero sonrío.
- ¡Eso parcero! No te arrepentirás, ya verás - exclamo con gusto - ahora sólo espera, iré por ti por la noche, hoy no, pero puede ser mañana o en estos días - me dirigió una sonrisa con malicia.
Lo escruté con la mirada.
Después de regresar a la habitación pasé todo el día pensando en mi libertad, después de hacer lo que ellos querían que hiciera, porque el enfermero sólo me explicó que tendría una sola misión y después de eso podría irme a donde quisiera, imagine la cara que pondría Cazares al verme de nuevo o cuando se enterará que ya no estaba donde él me dejó.
Buscaría a Emily y le pediría perdón, sólo a ella.
(…)
Y dos noches después aparecieron dos tipos con traje de militares, con un arma cada uno, me despertaron de manera brusca y me arrastraron con ellos hasta la puerta principal, ellos traían llave lo cual no entendí, pensé que la escapatoria sería más difícil pero no. ¿Qué estaba pasando aquí? Todo era muy raro.
Una vez en el exterior mire con desesperación a todo mi alrededor, el psiquiátrico estaría a las afueras de algún pueblo porque todo lo que podía divisar a lo lejos eran árboles, no había civilización alrededor. Caminamos a la carretera donde un jeep ya nos estaba esperando, el tipo al volante condujo a toda velocidad.
- ¿Cómo es que salimos tan rápido del psiquiátrico? - pregunté al enfermero Pablo Sánchez, quién estaba a mi lado, sentados en los asientos de la parte de atrás del jeep.
Éste, esbozo una sonrisa con malicia, parecía como si algo le divirtiera.
- La directora del psiquiátrico es una corrupta, basto con ofrecerle unos billetes para que hiciera como que tu escapaste por tus propios medios, eso es lo que le dirá al tipo que p**o para tenerte encerrado, ella obtendrá doble p**o, ¿Cómo la vez?
Desvié la vista de la suya, me negaba a ser un títere más de su clan, pero que otra opción tenía, como él lo prometió me había sacado del manicomio.
No cerré los ojos en todo el camino, calculo que pasaron unas dos horas en lo que entramos a una nueva ciudad, pronto nos encontramos con casas, más adentro algunos edificios, parecía una ciudad como la Ciudad de México o la Capital. Donde yo nací.
Pronto entramos en un tipo hacienda cruzando la ciudad en línea recta, tardamos otras horas en hacerlo, esta hacienda también estaba en medio de la nada. Una vez que el jeep se detuvo, todos descendimos.
- Ven – me dijo Pablo Sánchez, apuntando al interior de una casona de adoquín color cobre. Era enorme en su interior al estilo rústico, lo que pude observar que había varios hombres cuidando la casa todos ellos con armas, no me deje intimidar al ver toda la seguridad en aquella casa.
Estaba amaneciendo, serían las siete u ocho de la mañana. Caminé junto al enfermero hasta un despacho privado, ahí estaban varios hombres, pero supuse que el que estaba sentado en medio de los otros dos de pie, era el jefe de todo esto y el responsable de que yo estuviera aquí.
- ¡Álvaro Duarte, bienvenido a mi humilde casa! - exclamó aquel tipo apenas me vio, pero no se puso de pie. Nos detuvimos frente a él.
- Aquí lo tiene jefe, tal como se lo prometí - dijo Sánchez dándome una palmada en la espalda.
- ¿Quién es usted? - exigí saber mientras alzaba mi barbilla, desconfiaba de todos los tipos a mi alrededor.
El hombre sonrío.
- Siéntate y te explicaré, Pablo puedes retirarte – hizo un ademán con la mano.
El enfermero salió de la habitación, pero los guaruras del tipo se mantuvieron inmóviles, pude analizar su aspecto con cuidado. Era un hombre de mirada segura, unos cuarenta años, con algunas canas a los costados de su cabello, ojos oscuros, algunas arrugas en la frente, se veía aún fuerte. Al mismo tiempo él también me analizaba.
- Mi nombre es Andrés Correa, vicepresidente electo por el Partido Democrático de Colombia.
Sonreí con sarcasmo al escuchar la palabra democrático.
- ¿Y qué es lo que quiere de mí Sr. Correa? ¿Por qué se ha tomado tantas atenciones para traerme hasta aquí? - clave mi mirada sobre él. No estaba acostumbrado a andarme por las ramas.
El tipo frente a mi sonrío, saco una carpeta de color amarillo, la abrió y de su interior saco varias fotografías, él extendió su brazo para que las tomará.
Una fotografía era de un hombre de unos cuarenta casi llegando a los cincuenta también, canoso, ojos oscuros, piel aperlada. La segunda fotografía era de un hombre más joven de unos casi treinta, con traje, facciones cuadradas. La última fotografía fue la que me llamó más la atención, era una mujer joven de unos veinte al parecer, ojos verdes, facciones delgadas, cabello castaño. Era muy atractiva.
Alcé mi vista hacía Andrés Correa, en que lío me había metido ahora.