Capítulo Uno

1977 Words
Unos meses más atrás. Emma Tener un futuro distinto a mi familia es lo que más anhelo, pero eso es ir en contra de las costumbres familiares, lo cual no le agrada mucho a mi madre, menos a mi padre. En mi familia las mujeres somos objetos que nada más sirve para complacer al hombre y permanecer en la cocina. Desde niñas no enseñaron a cocinar, planchar y cualquier tipo de qué hacer en el hogar, nos prepararon para el día en el que nos casemos, para que seamos sumisas con nuestro esposo. —¡Emma…! —el grito de mi madre resuena en nuestra pequeña casa. Termino de peinarme al mismo tiempo que corro al lugar de donde viene la voz de mi madre. Estoy segura de que viene con su retahíla de siempre desde que cumplí los dieciocho años. —Dime, madre. Sus ojos me recorren de arriba abajo buscando algún error en mi vestimenta, suele suceder muy seguido, según ella soy muy insípida, es decir, que con mi estilo no conseguiré un buen esposo. —¿A dónde vas? Ella sabe muy bien a donde voy. —Al trabajo. —Suelto un poco cansada de la misma pregunta de siempre. —Deja de perder el tiempo con eso. —Gruñe mi padre desde el comedor, adoro lo mucho que me apoyan—. Deberías buscar a un esposo o lo buscaré por mi cuenta. Aprieto mis manos con fuerza conteniéndome por no darle rienda suelta a mi lengua. Según el estilo de crianza de mi familia, a la edad de dieciocho años ya somos independientes como para casarnos y que nos mantengan, según mi padre ya no somos responsabilidad de él. Fuimos criadas como si viviéramos en el siglo XIX. Somos mujeres que no podemos trabajar, solo debemos llenarnos de hijos y hacer lo que nuestra pareja quiera. En caso de que no lo complazcamos nos pueden golpear las veces que lo deseen. Soy la decepción de la familia después de todo yo quiero algo distinto y es el motivo de muchas discordias entre nosotros. —Lo estoy buscando. —Mascullo de mala gana. Mamá me mira con reproche. —Espero que sea así. —Me marcho. —Suerte con encontrar a tu futuro esposo. —Suelta sabiendo que lo que he dicho es mentira. A pesar de los años, aún no me acostumbro a que no hay una frase que diga «cuídate» «desayuna primero». Por desgracia a mi familia solo le importa que me case y me marche de casa, de ser posible con un hombre millonario que los mantenga, después de todo es eso lo que quiere mi padre. Un yerno que pague las deudas que mi madre no sabe que tiene. Parezco inútil, pero sé lo que hace mi padre casi todas las noches o por lo menos sé algo de lo que hace, juegos y deudas. No le basta con el dinero que le da el esposo de Mina, mi hermana mayor. Creo que es por todo lo que ella ha pasado, por lo que quiero un futuro distinto a tener que complacer a un esposo y cuidar de todos los hijos que me pida mi pareja. Según las tradiciones de mi familia, ninguna mujer tiene permitido planificar. Debido a eso mi hermana Mina tiene tres hijos en tan corta edad. —¡Buenos días, Emma! —saluda la mujer de recepción. —Buenos días. Mi trabajo no es el mejor, pero no me quejo. Tengo un sueldo que me ayuda a costear mis estudios y fuera de ello me permite ahorrar para cumplir mi sueño de ser una diseñadora de esas que marcan nuevas tendencias y que salen en la revista. Quiero ser una mujer importante en el mundo de la moda. En parte ese sueño es porque le quiero callar la boca a mi padre, quiero demostrarle que puedo salir adelante y tener éxito sin un hombre. Sé que es un sueño absurdo viniendo de una mujer tan humilde como lo soy, pero soñar no cuesta nada. Además, es el único motivo por el que no me permito caer en la tradición familiar de casarnos a los dieciocho. Estoy segura de que Charles, mi padre, estaría encantado de buscarme un esposo. —¿Qué tenemos para hoy, Emma? —cuestiona el dueño de la empresa. Me pongo de pie con la agenda en la mano. —Tiene una reunión con los inversionistas de Nueva York, en media hora. En dos horas tiene la reunión con un abogado y… —Cancela lo demás. —Me corta entrando a la oficina. No es difícil trabajar con el hombre o bueno, no del todo. Es un hombre demasiado serio, más que serio diría frío. He escuchado en muchos lugares que mi jefe es un hombre que no le importa quitar al que le estorbe en el camino. Suelo pensar que eso lo dicen por la seriedad con la que siempre anda es que ni siquiera cuando ve a su amigo sonríe mucho. No creo que sea capaz de matar a una mosca. Los primeros meses que empecé a trabajar para él fueron difíciles porque es que quien no se pone nerviosa con un hombre como ese. Joder es que ni porque fuera ciega, mi jefe es justo el estereotipo de hombre que te imaginas cuando lees un libro, si también me gusta leer. Lo bueno de todo esto es que con los años me he acoplado al trabajo, soy eficiente en lo que hago, lo que evita que tenga problemas con él. Ese hombre sabe cómo hacer notar su presencia a donde vaya, lo mejor de todo son sus ojos es como ver el atardecer en ellos. Hay noches en las que fantaseo cosas inapropiadas, pero es que este hombre está como el doctor me lo receto. Aunque parezca de novela, sí, el hombre tiene un cuerpo escultura, sus ojos color ámbar con su mirada fría le dan un toque de misterio que te pone a fantasear millones de películas eróticas. Estoy segura de que a más de una nos ha puesto en esas. —Me marcho. —Informa. Y no es porque le importe decirme a donde va, es por si alguien viene a preguntar por él. —¿Puedo salir hoy antes…? —cuestiono antes de que se marche. No es que tenga amigos con cuáles pasar el tiempo, pero siempre que Gael sale de la oficina nunca vuelve y yo me quedo sin hacer nada más que ver como los demás pasan de un lado a otro. A veces vienen algunas chicas a contar chismes, pero eso no es lo mío, por lo que termino marchándome sin avisar. Gael me observa por un par de segundos, luego mira hacia su oficina. —Puedes marcharte. A pesar de la seriedad de mi jefe y lo duro que puede ser con los demás, sé que también tiene una parte noble que trata bien a algunos de sus empleados, según los que merecen ser tratados de buena manera. Por suerte no he visto la parte mala que todos dicen ver. —Gracias. Asiente y si nada más que decir se marcha a la cita con el abogado. Luego de dejar todo en orden para mañana, decido que lo mejor será ir a un lugar donde pueda pensar con claridad en lo que haré con mi futuro. Si continuo al lado de mis padres, lo más seguro es que un año esté casada con un hijo en brazos y el otro creciendo en mi vientre y esa no es la vida que quiero por si no lo he dicho. No soy mucho de ir a bares, en realidad, somos una familia abnegada al cristianismo o eso es lo que Charles nos ha enseñado. Sin embargo, no suelo seguir las reglas de mi padre, por lo que algunas veces me escapo al bar que estar cerca de la playa, en sí es una pequeña cabaña en la que venden diferentes bebidas con alcohol y sin alcohol. Lo que me gusta del sitio es que se siente el aire fresco y el bullicio natural de las personas que están cercas en el mar. Eso me ayuda a tener un poco de inspiración y termino haciendo bocetos que quiero lanzar en un futuro. —Dame un vodka. —Habla una persona sentándose a mi lado. Por el rabillo del ojo observo con cuidado a la persona. Es un hombre… Dios, ir vestido así debe ser pecado. Como se le ocurre, ir con sus abdominales al aire libre. Claro, estamos en una playa. Reviso la revista en mi mano sin dejar de ver al hombre por el rabillo del ojo al mismo tiempo que tomo un poco de mi bebida sin alcohol. No soy de tomar alcohol, si lo hago pierdo la cordura y me vuelvo muy vulnerable, ya tengo suficiente con sentirme inútil al lado de mis padres. —Una foto dura más. Parpadeo, confundida dándole la cara al hombre. —¿Perdón…? —Solo si me regalas tu nombre. —¿Ah…? —¿Eres lenta o te he puesto nerviosa…? —Un idiota como tú, ponerme nerviosa a mí. —Suelto una risa carente de gracia—. Ni en sueños. Se acerca un poco más tratando de invadir mi espacio. Perdió el encanto. —¿Quién dijo que fuera idiota? Ruedo los ojos al mismo tiempo que levanto mi rostro a la medida del de él. Esa es otra de las razones por las que no suelo ir a un bar. La mayoría de hombres están de casería y se comportan como idiotas sin cerebro. Soy muy estricta en cuanto a salir con una persona, me gusta que la chispa sé dé manera instantánea, nada de forzar las cosas. Me gusta lo natural, que todo empiece como una amistad y al paso del tiempo el amor. No leo muchas novelas, pero sí he visto ese amor en novelas. —No es necesario que lo digan con solo verte me puedo dar cuenta. —Para darle sentido a mis palabras lo miro de abajo arriba como si fuera poca cosa. Es verdad ese dicho que escucho en todo lado “lo que tienen de guapo, lo duplican de idiota”. Mis palabras parecen no gustarle. Ahora su mirada y su pose se parecen a la de un zorro a punto de asustar a la gallina. Otra de las razones por las que no me gusta ir a un bar es porque siempre termino metida en problemas, cada hombre con el que me encuentro termina siendo un idiota y yo termino enfrentándolo hasta que provoco una pelea o me terminan sacando por golpearlos en las partes no deseadas. —Estoy seguro de que este idiota te puede ofrecer un buen momento. Dejo salir un suspiro dramático al mismo tiempo que miro al hombre que atiende, ya me estoy aburriendo. —Deberías poner repelente para que ahuyentes a las moscas fastidiosas. —Hablo mirando al hombre de la barra. El hombre me sonríe divertido. —Lo tendré en cuenta. —No me ignores. —Me toma del brazo con más fuerza de la normal. Por suerte mi piel es morena, de lo contrario quedaría alguna marca. Me pongo de pie observando al hombre. —¿Puedes soltarme? —Solo si me lo pides con amabilidad. Estoy a punto de perder los estribos y propinarle una buena patada en medio de las piernas. No sé pelear, pero sé defenderme de abusadores o por lo menos eso creo que puedo defenderme. Este hombre ya está pasando mi límite de tolerancia y eso ya es decir demasiado. —Creo haber escuchado a la dama decir que la soltara. ¿Le ha pasado que con solo escuchar una voz tu cuerpo tiembla? A mí nunca me había pasado.
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