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1035 Words
Al fin me había graduado de la facultad de finanzas y no podría estar más feliz por ello. Mi madre lucía hermosa en su largo vestido color crema, a pesar de ser una vieja prenda, pero la más acordé a la ocasión, su enorme sonrisa me llenaba el alma, no hay nada más hermoso que ver a mi madre feliz. -Qué hermosa te ves hija, estoy tan orgullosa de ti. –fueron las palabras de mi madre, una vez que llegué a su lado, me recibió entre sus brazos y cerré mis ojos aspirando el perfume de flores que le había regalado en navidad. -Gracias mamá, todo te lo debo a ti y ahora me toca devolvértelo con creces. –mis dos hermanos menores se unieron en el abrazo, después de felicitarme por mi logro. –Ahora una foto. –saqué el celular de mi pequeña cartera y capturé el momento en una foto que la guardaría como un tesoro. –Pediré un taxi para que se vayan a casa, ya se me hace tarde para ir al trabajo. - ¿No irás a la fiesta de graduación? –preguntó mi madre desesperanzada, negué con mi cabeza. -No, tengo que cubrir las horas que falté por la graduación, ya debo estar en el restaurante. –le regalé una sonrisa, para que borrara la triste expresión de su rostro. -Debes descansar, es un día importante para ti, te lo mereces, nunca has parado de trabajar, por favor mija. -No puedo hacer eso, aún tenemos deudas por pagar. Nuestra vida no ha sido la mejor que digamos, desde el momento que mi padre nos abandonó cuando nació mi hermano menor de trece años, Manuel. Ese ser, el que no le quedaba la palabra padre, nos dejó a nuestra suerte, al enterarse que mi madre enfermó de diabetes, desde entonces, me había convertido en el sustento de la casa, a mis doce años, le ayudaba a los vecinos con sus mandados y ellos me daban una pequeña propina, fue así como empecé a ayudar a mi madre, pues, su sueldo de enfermera no cubría todos los gastos ni aunque trabajara el doble de horas, cuando comencé la universidad encontré un trabajo estable en un restaurante del pueblo, con mi sueldo pagaba mis estudios y lo que sobraba se lo daba a mi madre para los gastos de la casa. No había parado de trabajar y hoy no era la excepción. -Oh, pero ahí está la Licenciada en finanzas. –mi jefa Martina me abrazó en cuanto me vio en el restaurante arreglándome para empezar a trabajar. –Yo te hacía disfrutando en la fiesta de graduación, ¿qué haces aquí? -Gracias, Martina, pero sabes que necesito el dinero, mientras busco un lugar donde ejercer mi carrera. –me regaló una sonrisa, sabía muy bien mi situación y la de mi familia, era mi única amiga, por así decirlo. - ¿Recuerdas que mi esposo se fue a los Estados Unidos? –asentí con mi cabeza, el señor Pedro, emigró hace un par de semanas, en busca del tan mencionado sueño americano. –Encontró un buen empleo y hoy me envió buena cantidad de dinero de su primer sueldo, si quieres sacar a tu familia adelante deberías hacer lo mismo, en este pueblo no tienes futuro, piensa en grande mija, eres joven e inteligente, mejores oportunidades te esperan allá afuera. -No es tan fácil Martina, no tengo dinero suficiente como para costear un viaje de esos, ¿y si me va mal? Volvería a México con la cola entre las patas, no quiero decepcionar a mi familia. –Martina me dio una mirada desesperanzada, de sus labios sonaba la mejor idea del mundo, pero decirlo no es lo mismo que hacerlo, se necesitaba más que dinero para lograr emigrar. -Tienes visa americana, ¿cierto? –asentí con mi cabeza, me había costado mucho conseguirla, todo fue gracias a algunos contactos de un compañero de la universidad, estaría eternamente agradecida con él, aunque dudo mucho que la utilice. –Es todo lo que necesitas, yo te prestaré el dinero para que viajes, hablaré con mi esposo para que te reciba, luego me lo regresas. –abrí mis ojos sorprendida por la oferta. -No, como se te ocurre que yo voy a aceptar tal cosa, Martina, te has vuelto loca. –No podía permitirlo, no estaba segura de poder devolverle todo el dinero, tampoco era su obligación. Llené un vaso con agua del grifo y la bebí en un santiamén, mi garganta estaba seca desde que terminó la graduación. -Jenni, sé la calidad de persona que eres, llevas años trabajando arduamente para mí, sin mencionar todos los favores y las veces que has ayudado a mi familia sin pedir nada a cambio, yo te considero como una hija más, ¿crees que voy por la vida ofreciéndole tal oportunidad a la primera persona que se me cruce? Sabes muy bien que no. –sentí un nudo en mi garganta, nunca nadie me había dicho algo tan lindo, a pesar de todos mis esfuerzos por ayudar a las personas a mi alrededor. -Aun así, no puedo aceptarlo, es… es tu dinero y no puedo quitártelo así, sin más. -Ay, pero que testaruda eres mi hija, tómalo como agradecimiento o como una liquidación laboral por los años que has trabajado en este humilde restaurante. –no pude retener un segundo más mis lágrimas, pero eran de mera emoción. -Martina, es usted un ángel caído del cielo, no sé cómo agradecerle. –me lancé a sus brazos y sollocé en su hombro, no había palabras para describir la emoción que sentía en mi pecho por el acto de generosidad de Martina. -Empieza por atender la mesa de allá que acaba de llegar. –me reí aun con mi cabeza hundida en su cuello. -Pero claro que sí jefa, tenga por seguro que los dejaré satisfecho con mi atención. –dije separándome de ella y limpiando mis rebeldes lágrimas. -Como siempre. –dijo con una sonrisa en su rostro y regalándome una de sus miradas maternales. -Tenga por seguro que no haré que se arrepienta, le devolveré cada centavo, porque me llamo Jennifer María Pinedo.
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