Me siento en las nubes al besar a mi mujer, mi Leilan, luego de que al fin haya acostado al pequeño Austin a dormir.
¡Es como si me hubiera ganado la lotería!
Los besos de mi esposa son adictivos y sus manos se aferran a cada mechón de mi cabello, jaloneando de una manera que solo enciende el deseo que siento por hacerla mía de nuevo luego de tanto.
«Está pasando, finalmente está pasando», pienso eufórico, con mi corazón a mil.
Voy soltando el cabello de Leilah de su coleta y ella suspira, siento que se estremece entre mis brazos y más cuando comienzo a soltar los botones de su blusa, pero estos se traban, como burlándose de mí.
—Malditos botones raros —gruño molesto, oyendo una risita de su parte—. ¿Les pusiste un candado? Joder con estas cosas…
—Calma, tigre —ríe Leilah al ver mi torpeza, ayudando a sacarse la ropa y sacando también la mía—. También me siento urgente, como una adolescente con las hormonas alborotadas.
¡Y que lo diga! Nunca me había sentido tan urgente por ella, es como si cada maldito botón de esos fuese un obstáculo que me separa de su mojado y delicioso co’ño.
Es tan frustrante, agradezco que mi esposa tenga la paciencia que a mí me falta para soltarlos. Yo los hubiera reventado así sea con los dientes.
¿Quién carajos inventó eso tan complicado? Merece una demanda por retrasar mi momento perfecto con mi esposa.
Las manos de Leilah sobre mi piel me encienden aún más, así que la tomo en brazos y la subo a la encimera de la cocina, dispuesto a hacérselo allí mismo, porque la habitación no es una opción estando el bebé tan cerca.
Leilah envuelve sus piernas alrededor de mi cintura y gime sonoramente al sentir mi enorme erección rozar su entrepierna. Se nota que está bastante sensible ante cualquier toque y eso me vuelve loco.
—Leilah… mi vida, te deseo tanto —susurro, mordiendo el lóbulo de su oreja con ansias. Ella tiembla—. Quiero comerte toda, devorarte como león hambriento.
La analogía suena graciosa, pero ella se excita con mis palabras y comienza a devorar mi boca con ansias, mientras ambos quedamos rápidamente en ropa interior.
Apenas vemos dónde quedó todo, estamos más concentrados en darnos placer en cada rincón de nuestro cuerpo.
La adrenalina se incrementa cuando uno de mis dedos se desliza por su mojada y ardiente intimidad, como si me llamara a gritos.
—Me está invitando a entrar, mi amor —digo con voz ronca y ella asiente, sus ojos parecen llenos de fuego—. Entonces entraré, ya no aguanto la espera.
Leilah gime cuando la penetro de una sola vez, su intimidad está preparada para recibirme y un enorme escalofrío nos recorre de la cabeza a los pies.
Apenas puedo hilar un pensamiento con otro. Ella comienza a gemir y mueve sus caderas a la par de las mías, mientras gemidos y jadeos llenan la cocina rápidamente junto con el olor a comida y s*x’o.
No me importa si se quema todo, o si el mundo se abre y nos traga en este momento. Siento que el cielo se está aquí y que acaban de cantar los ángeles.
—Oh, Evan… —Los gemidos de Leilah me matan, son tan exquisitos como ella.
Y por supuesto, como su co’ño, que parece estar goteando con cada embestida que le voy propinando.
—Oh, Dios —gruño cuando acelero la velocidad. Me siento urgente, desesperado y agitado en apenas pocos segundos.
—Si…sigue, E-Evan —pide ella con un hilo de voz. Sus ojos se cierran y noto el sonrojo de su rostro incrementarse con los segundos.
Jodida suerte que tengo. ¿Podría tener a una mujer más perfecta que ella? Es hermosa en todas sus facetas, tanto, que me siento embelesado por completo, como metido en un hechizo.
—Te amo… Leilah —suspiro cuando una corriente me recorre la columna vertebral, aunque la sensación se detiene rápidamente cuando escuchamos un ruido inequívoco.
—Oh, no —resopla Leilah. También lo ha escuchado.
Austin ha comenzado a llorar a todo pulmón y yo siento que soy capaz de reventar la pared con uno de mis puños.
—Joder… ¿por qué se despertó ahora? —cuestiono, mirando la expresión de decepción y frustración en el rostro de mi mujer.
Seguramente la mía es semejante. Tanto que quería acabar con esto, incluso ella está tomando anticonceptivos así que no tenemos ningún riesgo.
Salgo de ella y rápidamente busca su ropa, dándome un pequeño beso fugaz que me deja con hambre. Veo su trasero desnudo alejarse de mí y la boca se me seca.
—Maldita sea mi mala suerte —murmuro entre dientes, comenzando a acomodar mi propia jodida ropa.
Bebé Austin 1, papás cachondos 0
***
Desde que nos mudamos a nuestra casa apenas a veinte minutos de la de Peter, las cenas familiares se volvieron una costumbre agradable.
Esta vez, Leilah había organizado una cena especial invitando a algunas parejas, incluidos mi hermano Peter y Gina.
Marcus no pudo venir porque Hillary espera dar a luz en poco tiempo y se cansa con rapidez. Esperan una pequeña niña a la que llamarán Hannah.
—Dicen que sus facciones son como las de Hill —dice Leilah emocionada y yo no pude evitar reír.
—Menos mal, se salvaron esos genes —comento con sorna, ganándome una mirada de reproche de mi esposa—. Es broma, mi amor.
Todos se me quedan mirando de inmediato, pero es que me ha hecho gracia el comentario. Ojalá Marcus estuviese aquí para molestarlo un poco.
—Estás completamente sometido por tu mujer —se burla Peter y Gina carraspea, mirándolo inquisitiva—. Está bien, yo también lo estoy, cariño.
Todos nos echamos a reír por su cara de niño regañado, animando el ambiente mientras comemos nuestro rosbif.
—¿Yo soy el único que piensa que Marcus sigue siendo un amargado? —dice Neil con su habitual alegría.
—No, no eres el único. Está enamorado, pero esa esencia en él no se quita ni tallándolo con un jabón —comenta Gina y todos reímos de nuevo.
—Es malo hablar de los que no están presentes —dice Leilah y algunos asienten de acuerdo, alegando que debíamos invitar a Marcus para así burlarnos mejor en su cara.
Eso me hace sonreír, divertido.
La cena transcurre animada. Neil, como siempre, hace un comentario ocurrente que provoca el típico golpe ligero de Leilah en su brazo.
—Es una lástima que Kendall siga pagando su condena en la cárcel —carraspea al sentir el codazo—. Es decir, todavía le falta mucho, ¿no? La abuela lo ha pasado muy mal.
Gina se remueve inquieta y Peter le rodea la cintura de manera protectora, susurrándole palabras suaves al oído y dándole pequeños besos llenos de ternura.
La escena es completamente adorable y sonrío al igual que mi esposa, tomando nuestras manos debajo de la mesa.
—Ojalá… estuviera toda la familia reunida —interviene Marion para romper un poco la tensión.
—Si invitamos a toda la familia, de seguro no cabemos —bromea Peter—. Necesitaríamos un estadio al menos.
Gina lo llama exagerado y todos reímos. La camaradería entre todos es reconfortante después de todo lo que hemos pasado juntos.
—También hace falta Alan y su esposa Alanys —dice Leilah de manera animada y todos están de acuerdo, aunque ellos están en Nueva York y ella muy embarazada de sus gemelos.
En un momento de la reunión, los hombres nos quedamos de un lado y las mujeres del otro, aprovechando para hablar de cosas que tal vez no queríamos que nuestras esposas escucharan.
—Oye, Evan —me llama Neil—. Dime una cosa, ¿ya has retomado la intimidad con tu esposa después de la cuarentena?
Como siempre, él es un poco indiscreto. ¿Cómo puede preguntar algo así?
—¿Es decir, quieres conocer las intimidades de tu… hermana? —Peter lo mira burlón, soltando una risita—. Eso es perturbador, rubio.
—¿Qué tiene de malo? —responde el aludido, confuso—. Con Marion y Lucy nos tardamos al menos dos meses. Fue una completa tortura volver a nuestra rutina normal.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al pensar en ello. No puedo creer que tendré que esperar tanto.
—No hemos podido… concretar nada —hago una mueca cuando siento sus miradas cargadas de pena. Incluso me siento mal conmigo mismo, como un fracasado.
—No todas las parejas son iguales —interviene Peter, intentando aligerar la conversación—. Algunos pueden hacerlo después de la cuarentena sin problemas.
—Bueno, no creo que tú puedas saberlo, tu bebé… —Neil se calla, visiblemente avergonzado—. Lo siento, Peter, a veces no logro controlar mi lengua a tiempo.
Veo en la mirada de mi hermano una mezcla de dolor y deseo de evitar más incomodidades.
—Chicos, hablemos de otra cosa —interrumpo, tratando de cambiar el tema hacia los deportes que habíamos visto recientemente.
La noche sigue entre risas y conversaciones familiares, recordándome lo afortunado que soy de tener a estas personas en mi vida, compartiendo momentos buenos y apoyándonos mutuamente en los desafíos que vendrían.
Un sonido inesperado rompe el silencio y todos nos miramos algo aprensivos, aunque es Leilah quien atiende la llamada y queda pálida luego de exclamar un chirrioso “¡¿Qué?!”, que nos deja a todos nerviosos.
Sus ojos están llorosos y muerde su labio para tratar de calmar el temblor en él. Me acerco a ella y beso su mejilla, sus manos están frías y suspira antes de informar:
—Es la abuela Anne.