Desde hace un par de noches que aquel horrible sueño es recurrente, apenas puedo concentrarme en cortar las cebollas para la salsa, ya que quiero hacerle una lasaña a Leilah y mi hermano me está ayudando en la cocina.
—¡Arg! Maldito cuchillo —me quejo, chupando la herida rápidamente—. Iré por el botiquín, ya vuelvo.
Suspiro, porque ya es la segunda vez que por descuido me corto el dedo, aunque solo son heridas superficiales, esto no puede continuar así.
Necesito hablarlo con alguien, quizás necesite ver a un psicólogo y me pregunto si mi amigo Barroso tendrá alguna plaza esta semana.
Cuando vuelvo a la cocina, veo a Peter concentrado en su tarea de preparar la salsa, además de preparar la pasta y el queso, pero alza la mirada cuando me ve entrar, haciendo una mueca que conozco bastante bien.
—Listo, continuemos con esto —trato de concentrarme también en preparar la comida, pero me siento incómodo al punto que quiero esconderme debajo de una manta.
Peter me observaba con atención, seguramente notando que estaba ido. Estuvo así unos segundos sin decir nada, ayudando con algunas especias, hasta que finalmente, rompe el silencio.
—Evan, ¿qué tienes? Te noto demasiado distraído.
Suspiro, tratando de organizar mis pensamientos. No sé cómo abordar el tema sin sonar como un lunático.
—Estoy preocupado, Peter. He tenido un sueño recurrente y eso me tiene intranquilo —la sensación aplastante en mi pecho es real, la misma cuando recuerdo a mi esposa con Alan, luciendo muy feliz.
Peter esboza una sonrisa y, adoptando una postura teatral, dice:
—¿Un sueño recurrente? ¡Quizás estás loco! Debería actuar como tu médico psiquiatra —una sonrisa de suficiencia se forma en su boca—. Pensé que tenías problemas con Leilah o algo así. ¿Por qué un simple sueño te tiene tan preocupado?
—Por favor, sé serio por un momento —respondo, poniendo los ojos en blanco, pero Peter no puede evitar reírse, claramente divertido.
—Vamos, Evan, es solo un sueño. No le hagas caso. Probablemente sea el estrés o la falta de sexo —dice, riendo aún más fuerte.
Frunzo el ceño. ¿Tanto se me nota o es que acaso Leilah le ha dicho algo a Gina? Maldita sea esta abstinencia.
—Ahora resulta que vas a burlarte —digo con una mueca de disgusto.
—No seas amargado, Evan —responde con burla, mientras yo frunzo el ceño.
—Te recuerdo que el amargado aquí eres tú —esbozo una pequeña sonrisa—. Pero parece que Gina te ha cambiado el cerebro. Quizás te hizo una cirugía.
De repente, la expresión de Peter se torna seria y eso me alerta.
—¿Qué ocurre? —pregunto preocupado.
Esto parece serio, una sombra cubre la expresión de mi hermano y de inmediato lo miro con atención, esperando que me diga lo que provocó esa expresión.
—Hemos estado intentando tener un bebé y nada ha funcionado —explica con voz afectada, evitando mirarme—. Temo que el aborto de Gina tiempo atrás haya afectado su fertilidad.
Peter suspira, su rostro se tiñe de preocupación y me siento contagiado. Pobre de Gina y mi hermano, no debe ser algo fácil enfrentar algo así.
Ahora entiendo sus expresiones últimamente al ver a Alvin. Había querido preguntarle al respecto, pero con todo el estrés que cargo, por supuesto se me olvidó.
—Te voy a recomendar con un médico de fertilidad de confianza —le digo, tratando de tranquilizarlo—. Estoy seguro de que dará con el problema, si es que realmente hay uno.
Peter asiente, aunque se nota que sigue preocupado.
No quiero decir algo que lo ponga peor así que me quedo callado y lo observo, esperando a que me diga qué pasa por su mente en este momento.
—No sé si Gina va a aceptar. Se ve algo desanimada —suspira, algo frustrado—. Hacemos todo lo que está en nuestras manos y francamente me parte el corazón ver su tristeza cada vez que su periodo viene con normalidad.
Siento una punzada en mi pecho de solo imaginar a la pequeña saltarina sentirse triste por no poder concebir un hijo luego de haber tenido ese aborto espontáneo a causa del accidente.
Todavía puedo recordar el llanto de Peter y los gritos de aquella noche tan fatídica para todos, y la frustración que sentí por no poder hacer nada para hacerlo sentir mejor, para consolarlo.
El cuerpo se me estremece y siento que mis ojos arden.
—Hablaré con ella —le prometo con voz queda, pero Peter hace una mueca ante mis palabras.
—¿Qué tienes? —cuestiono al ver su expresión.
—No entiendo el lazo que hay entre ustedes dos. Es algo que va más allá de mi comprensión —dice con un deje de desconcierto.
Frunzo el ceño por sus palabras. ¿Acaso está pensando que Gina y yo…?
—Hey, no quiero que pienses cosas raras… —comienzo a decir, pero Peter me interrumpe.
—No estoy pensando nada raro. Sé que Gina y tú compartieron mucho en Canadá y que es como una hermana menor para ti, Evan —aclara rápidamente y siento un alivio en mi pecho, aunque no entiendo del todo su mirada al hablar de un lazo entre nosotros.
—Quiero que hables con ella —suelta Peter de pronto, sorprendiéndome—. A mí no me quiere hablar sobre ese asunto y quizás a ti te escuche. Pero confieso que tengo miedo…
—¿Miedo de qué? —cuestiono, frunciendo el ceño.
—De que nunca podamos tener un hijo, Evan —de repente sus ojos se llenan de lágrimas.
Lo abrazo con un nudo en la garganta, sintiendo su aflicción.
Sé que debía ser duro perder a un hijo y arriesgarse a tener otro. Eso es algo que va más allá de mi comprensión; ni siquiera puedo imaginar algo así y espero de verdad nunca averiguarlo.
Peter se contiene con un enorme esfuerzo de llorar, puedo sentir la tensión en su cuerpo y el nudo en mi garganta se hace peor.
—Te aseguro que voy a hablar con Gina al respecto, pero no sé si se abrirá conmigo —le soy sincero, lleno de preocupación—. De todas maneras, hablaré con mi colega. Puedes comentarlo con ella a ver qué piensa.
—Gracias, Evan —dijo Peter con voz quebrada, abrazándome con más fuerza.
De pronto siento que alguien nos observa y al alzar la mirada me encuentro con mi esposa, quien nos mira a ambos con una enorme preocupación reflejada en sus hermosos ojos azules.
Detrás de ella se encuentra el cochecito del bebé, con Alvin durmiendo plácidamente su siesta de la tarde.
—¿Llegué en mal momento? —cuestiona mi mujer, con una mueca de incomodidad.
Peter de inmediato deshace el abrazo y trata de sonreír, pero se nota claramente la aflicción en su mirar. Me doy cuenta de que mi esposa tiene unas bolsas en las manos y me apresuro a ayudarla.
—No te preocupes, Leilah, ya me iba —dice Peter rápidamente, se nota que lo han pillado en un momento sentimental y sé cuánto odia verse vulnerable. Es casi como yo.
—¿Ya te vas? Pensé que nos acompañabas a almorzar —dice Leilah, dándome un dulce beso en la boca—. Llamaré a Gina o si quieres puedes hacerlo tú.
—Oh no, no puedo hoy —mi hermano rasca su nuca, sonriendo más tranquilo—. Iremos a bailar y ella quiere que la acompañe a comprar un vestido. Quería decirte a ti pero me dijo que tenías que ir al pediatra y luego al mercado.
—Ah sí, estuve bastante ocupada toda la mañana, aunque al parecer ustedes también lo estuvieron —olfatea el aire y sonríe—. Huele muy bien, ¿qué es?
—Tu esposo quería darte un almuerzo especial y pidió mi ayuda —explica Peter, sonrojándose un poco—. En eso estábamos antes de que nos descubrieras en una situación algo embarazosa.
Se ve avergonzado y Leilah sonríe con real simpatía, acercándose a él para darle un abrazo que nos sorprende a ambos.
Peter le corresponde y siento que sus facciones sufren un ligero cambio por unos segundos, estando bastante conmovido, aunque trata de reponerse.
—Me gusta ver esa faceta de ti, cuñado —sonríe mi esposa, separándose de él y guiñándole un ojo—. Será para otra ocasión entonces, llamaré a Gina para una cita en la peluquería, realmente nos hace falta.
—Genial, yo me tengo que ir a recoger a mi esposa y pasar dos o tres horas terribles escogiendo un vestido —bromea mi hermano de manera teatral, haciéndonos reír—. Cuídense, tórtolos, y cuiden a mi pequeño alien.
Se inclina y besa con ternura la frente de su pequeño sobrino, sonriendo con una mezcla de ternura y tristeza que no pasa desapercibido por mí.
Peter se despide de nosotros y apenas cierra la puerta, Leilah se vuelve a mí, interrogante.
—¿Está todo bien? Siento que Peter acaba de recibir malas noticias —muerde su labio con nerviosismo, realmente preocupada por su cuñado.
—Te contaré mientras comemos —me acerco a ella y la beso más profundamente, provocándole un suspiro—. ¿Qué tal si acuestas al bebé y comemos otra cosa que de seguro también será deliciosa?
Los ojos de Leilah brillan y siento mi corazón palpitar de emoción cuando asiente con la cabeza, dándome luz verde para acabar con esta maldita abstinencia que ya me tiene con las bolas azules.