Momentos de caos y amor

2043 Words
Siento que todo se mueve a cámara lenta, como en una escena de una película de suspenso o que la ciudad entera estuviera sumergida en una película de terror en blanco y n***o. Cada paso que doy se siente como si arrastrara toneladas de peso. Después de la noticia, todos comenzaron a correr de un lado a otro como si hubieran perdido la cabeza. El ruido de sus voces se mezcla, creando un caos casi ensordecedor y estresante. La excitación del momento es casi tangible. Leilah está al teléfono, tratando de localizar a la niñera, pero no da resultado. Austin comienza a llorar con tanto ajetreo y ya estoy sintiendo mi cabeza estallar. —¡Calma todos, calma! —grito, tratando de hacerme oír sobre el bullicio—. Tenemos que organizarnos si no queremos sufrir un síncope. Vamos a irnos a los autos y llamar a nuestras niñeras si las tenemos. Nos veremos en la clínica. Peter, con una expresión amarga, responde sin titubear: —Gina y yo nos vamos de una vez. No tenemos una niñera que llamar. —Peter… —hablo, sintiendo un nudo en el estómago. La preocupación es evidente en cada rostro, especialmente en el de Gina. —Tal vez esto es culpa mía —dice la pequeña con voz temblorosa—. Seguramente contribuí a su malestar sin darme cuenta. Todo lo de Kendall… Peter, con una ternura que contrasta con la tensión del momento, acaricia su mejilla. —No, pequeña. No podrías haber evitado que la abuela se sintiera mal. Lo que pasó con Kendall y su situación en la cárcel no es tu culpa. Las palabras de Peter parecen calmarla un poco, pero la sombra de la preocupación no desaparece del todo de su rostro. —Oye, no quise hacerte sentir mal con mi comentario, hermano… —comienzo a decir, pero él alza una mano. Intentando ser amable pero sin poder ocultar su desánimo, sonríe sin ganas. —No es tu culpa, Evan —dice, antes de salir con una Gina muy preocupada, que parece a punto de ponerse a llorar. Mi mirada se encuentra con la de mi esposa, quien hace una mueca con la boca. Sé que ella también siente la tensión del momento. Leilah me dice que va a organizar las cosas de Austin mientras los otros presentes hacen sus propios arreglos. El pánico y la urgencia son palpables en el aire, como una carga eléctrica a punto de estallar. —Ya respondió la niñera, amor —le informo, mirando el celular—. Solo debemos esperar unos diez minutos, llegaremos a la clínica pronto. Finalmente nos dirigimos a la clínica. La noche está lejos de terminar, pero al menos habíamos encontrado un poco de calma en medio del caos. … Luego de que la cena se tornara en un torbellino de emociones y conflictos, estamos finalmente sentados en la sala de espera del hospital, observando cómo los miembros de la familia se mueven inquietos, todos esperando noticias sobre la abuela Anne. Pero contra todo pronóstico, de pronto vemos a Hillary llegar con su enorme barriga, luciendo pálida y preocupada. Todos nos volvemos hacia ella con rostros llenos de alarma. —¿Qué te ocurre, Hillary? —pregunta Leilah de inmediato, tomando sus manos—. No fuiste a la cena y ahora estás aquí… —Tenía dolores de parto —responde la rubia, con la voz débil—. Vine a hacerme un chequeo. El miedo y la preocupación por ella se intensifican en la sala. Siento que no podemos permitirnos más complicaciones en una noche como esta. Es entonces cuando Marcus aparece, pálido y sudoroso. —¿Cómo está la abuela? ¿Ya tienen noticias? —habla acelerado, en un estado de gran agitación como nunca antes lo había visto. Por un instante, la imagen de su rostro desencajado me hace pensar en soltar una carcajada, pero Peter se me adelanta. —¡Marcus, pareces un zombie! ¡Vas a espantar a cualquiera con esa cara! —exclama divertido. Marcus, con los ojos inyectados de sangre y el ceño fruncido, lo mira de hito en hito. Se parece un poco a la niña de El exorcista. —Ahórrate tus comentarios, ¿quieres? —gruñe con voz ronca, parece a punto de caerse en pedazos. Peter alza las cejas y su rostro se transforma en ese limón con patas que tantas veces habló de manera mordaz y cortante. Ya extrañaba esa expresión. —Deja de parecer que tienes un palo metido por el culo —espeta de manera fría, ofendido—. Solo quería hacer una broma inofensiva. Marcus bufa y la tensión comienza a incrementar de peor manera, parece un maldito campo de batalla. —Tús bromas te las puedes meter por tu… —Marcus —le advierte Hillary de manera cortante. —Pero él… —Ya siéntate —lo corta la rubia. —Gracias —suspiro, pasando las manos por mi cabeza. A punto estoy de buscar al doctor para huir de este ambiente peor que Chernobyl. Marcus me dirige una mirada torva, pero se muerde la lengua. Creo que me tiene más respeto a mí que a mi hermano, aunque no entiendo el porqué. —Estar así no va a hacer que la bebé salga más rápido ni que la abuela se mejore —comenta Neil con voz alegre, queriendo aliviar la tensión. Marcus se gira bruscamente hacia él, con su mirada ardiendo de rabia y frustración. —Al menos yo tengo una bebé en camino —espeta con sorna—. Algo que él —señala a Peter—, ni siquiera puede. Las palabras caen como un balde de agua fría. Peter se queda paralizado por un momento, pero sus ojos se entrecierran y luego su rostro se tiñe de furia. —¿Cómo te atreves? —sisea, con voz temblando de ira contenida—. ¿Perder a un bebé es motivo de burla para ti? ¿Crees que no poder concebir es algo de lo que te puedes reír? ¿Y si pasa algo en el parto de Hillary? ¿Qué dirías entonces? Marcus se queda callado, ahora su rostro está enrojecido de vergüenza. Hill se levanta pesadamente, colocándose frente a él y sosteniendo sus mejillas. —Marcus, basta —sus ojos están llenos de lágrimas—. Ya es bastante difícil todo esto como para que empeores las cosas. ¡Hemos estado en buenos términos hasta ahora, no lo arruines! Antes de que Marcus pueda responder, Gina, su hermana, se acerca y se coloca delante de él. Parece a punto de golpearlo y eso hará que a todos nos echen del hospital. Maldición, debo hacer algo o las cosas se saldrán de las manos. —¡Eres un imbécil! —le espeta Gina, temblando de rabia—. No puedes hablar así con ese desdén sobre un asunto tan delicado. ¿Eres idiota o te caíste al nacer, Marcus? ¡Peter ha sufrido mucho y yo también! ¿Acaso piensas antes de mover tu maldita lengua? Los ánimos están demasiado caldeados. Marion, esta vez sin tartamudear, se interpone. —Esto es precisamente lo que ha llevado a la abuela Anne a estar aquí —dice con voz firme y todos la miran, anonadados—. El estrés y las constantes peleas entre nosotros no sirven de nada. Respeten, estamos en un hospital. Creo que nunca la he escuchado hablar tanto sin quedarse trabada. Está roja de indignación y tratándose de ella, es de temer. Marcus abre la boca para hablar, pero Neil lo interrumpe con un gesto autoritario. —¡Calla, Marcus! —le ordena con el ceño fruncido—. Ya has dicho suficiente. Tengo los ojos tan abiertos por la impresión, que Leilah me da un codazo discreto, haciéndome carraspear. ¡Jamás había visto tanto carácter en esos dos! Peter, dolido, le da la espalda a Marcus, sus hombros están tensos por la indignación y prefiere hacer de cuenta que su cuñado no está presente. El cubito mira a su hermana y a su cuñado, dándose cuenta con una mueca de su error y del dolor que había causado. Con pasos lentos y hombros caídos, se acerca a Peter, —Lo siento, Peter —susurra con voz llena de arrepentimiento—. No quise… Antes de que pueda terminar, el doctor sale de la habitación. Todos giramos hacia él, con los rostros llenos de ansiedad. —La abuela Anne está bien —informa con una sonrisa tranquilizadora—. Solo ha tenido una descompensación leve. Estará perfectamente en unas horas. Un suspiro colectivo de alivio recorre la sala. Hillary abraza a Marion que está cerca, Gina toma la mano de Peter y Neil cierra los ojos por un momento, agradeciendo en silencio. —Gracias a Dios —murmura Peter, abrazando a su esposa—. ¿Ves? Todo estará bien, mi vida. Como médico, he visto muchas familias correr desesperadas, creyendo que su apresuramiento cambiaría el curso de las cosas. La realidad es que, a veces, las circunstancias están fuera de nuestro control. La anciana Anne está estable, y el caos de los momentos previos parecen ahora insignificantes. Observo a la familia mientras recuperan la calma, con sus malos ánimos disipándose lentamente. Ver cuánto se preocupan por esa fuerte y guerrera ancianita me hace sonreír a pesar de todo. Tal vez, después de todo, este incidente les enseñará a valorar más los momentos de paz y a no dejar que las peleas y el estrés los consuman. —Tomen un respiro —digo suavemente, rompiendo el silencio—. La abuela Anne estará bien. Aprovechen este tiempo para estar juntos y apoyarse mutuamente. Los miro uno por uno, viendo cómo sus rostros se suavizan lentamente. He aprendido que, en medio del caos, siempre hay espacio para la reconciliación y el perdón. Hoy, esta familia ha dado un pequeño paso hacia esa dirección. … Las luces de la ciudad brillan débilmente a través del parabrisas mientras Leilah y yo conducimos de regreso a casa. La noche es serena, y el silencio en el coche contrasta con el caos emocional que habíamos dejado atrás en el hospital. Apenas pasada la medianoche, el cansancio comienza a hacer mella en nosotros. Había logrado calmar los ánimos con la táctica de recordarles a todos cuánto se enfadaría la abuela Anne si supiera que estaban peleando en un momento tan delicado. Funcionó, pero las cicatrices de viejas rencillas parecen hacerse visibles. Peter estaba visiblemente alicaído, con una mirada perdida y su rostro marcado por la tristeza. Gina, con los labios apretados, reflejaba una mezcla de ira y frustración. El pronto parto de Hillary y la descompensación de la abuela habían reabierto heridas que creíamos cicatrizadas. Sabía que tendría que hablar con ellos pronto. El estrés está alcanzando niveles peligrosos y temo por la estabilidad emocional de todos. Cuando llegamos a casa, me siento aliviado al encontrar a Austin profundamente dormido y despachamos a la niñera, agradeciéndole por su ayuda. Leilah, visiblemente agotada, se desploma en el sofá, su mirada está fija en el techo y bosteza cada tantos segundos. Observándola, quiero sugerirle una noche romántica y apasionada, pero parece que no puedo abusar de mi suerte, así que me resigno a caminar hasta la habitación para meterme entre las sábanas. Me sorprendo cuando Leilah aparece de pronto y se acerca a mí. Sin decir una palabra, comienza a besarme suavemente, sus labios son cálidos y reconfortantes. Sus manos empiezan a desabotonar mi camisa, y su mirada, aunque cansada, brilla con una chispa de deseo. —Pensé que estabas muy cansada —murmuro entre besos, con mi voz en apenas un susurro. Leilah sonríe, aunque sus ojos reflejan una mezcla de agotamiento y necesidad. —Lo estoy —admite—. Pero con tanto estrés, necesito urgentemente mi dosis de cariño. Ya hemos esperado demasiado, amor. Sonrío eufórico, sintiendo una oleada de gratitud y amor por esta mujer que, incluso en medio de la tormenta, es capaz de encontrar consuelo en nosotros. La tomo en mis brazos, llevándola de volandas a nuestro dormitorio. Estoy dispuesto a terminar con este maldito suplicio de la cuarentena, rogando al cielo y todas sus huestes que Austin no arruine nuevamente el momento.
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