Beso con deseo y pasión a Leilah, mi amada esposa. Nuestros cuerpos se encuentran con una urgencia que habla de mucho tiempo de tensión acumulada.
Suspiro contra su piel, sintiendo su calor, su suavidad y el dulce aroma que emana de ella. Las semanas sin tenerla habían sido las más largas de mi vida, llenas de una frustración y anhelo que odié con todo mi ser.
Pero ahora estoy aquí, y puedo perderme en el placer de sus manos quitándome el resto de la ropa con una habilidad asombrosa. Oh, nena…
Siento escalofríos y cada caricia sobre mi piel enciende mi deseo al mil por ciento, como si fuese un jodido adolescente puberto a punto de tener su primera vez.
Intento no perder el control, mantener la calma para alargar este momento, pero su toque me vuelve loco y mi mente se nubla ante la idea de penetrarla, de hacerla gritar con mis embestidas y de escuchar sus jadeos y gemidos en mi oído.
Mi respiración se vuelve errática cada vez que sus dedos rozan mi piel y la siento arder, así como mi erección crece a pasos agigantados, apretada contra mi pantalón.
—Oh… qué delicia —susurra mi Leilah cuando acaricio uno de sus pechos por encima de la tela, apretando su rosado pezón y haciendo que se arquee contra mi cuerpo, chocando mi enorme contra su vientre.
—Amor… eres tan exquisita —consigo decir entre besos acelerados y caricias escaldantes.
Quiero complacerla, hacer que ella gima bajo de mi cuerpo y convertir esta noche en una inolvidable para ambos. A pesar de mi urgencia, mi prioridad es darle placer a mi mujer; el amor de mi vida y la madre de mis hijos.
—Evan —susurra ella y sus labios rozan mi oreja, enviando escalofríos por mi toda mi columna—. Te he extrañado tanto.
—Yo también, cariño —respondo, con mi voz cargada de deseo—. Ya quiero estar dentro de ti y sentir tu bonito coñ’o apretarse a mi alrededor.
—Oh, amor…
Sus dedos desabotonan mi pantalón con una destreza que me deja sin aliento. Cada prenda que cae al suelo nos acerca más, y mi autocontrol se desvanece con cada maldito segundo que pasa.
Su cuerpo debajo del mío es todo lo que he deseado durante estas largas semanas, y ahora por fin puedo tenerla hasta el final.
—No sé… si voy a aguantar —sus palabras son como un eco de mis propios pensamientos.
La habitación se llena de gemidos, jadeos y suspiros de placer. El cansancio que había sentido al llegar a casa se desvaneció, reemplazado por la pura euforia de tenerla conmigo.
Sus labios se encuentran con los míos en un beso ardiente mientras un gruñido de placer sale de mis labios, sus manos recorren mi espalda desnuda y mi lengua invade su boca, enviando ondas de placer por todo mi cuerpo.
—Te amo… ¡Te amo! —exclama cuando al fin la dejo respirar.
—Eres increíble, Leilah —murmuro contra su cuello, mientras mi mano se desliza por su costado, sintiendo cómo su piel se eriza bajo mi toque.
—Hazme tuya, Evan —jadea ella, sus palabras están llenas de anhelo y deseo—. Hazlo ya.
—Amor, quería probar primero tu coñ’o…
—Después —jadea al sentir mis dedos moverse en círculos, buscando su clítoris, encontrando el punto exacto donde se retuerce de placer—. Te necesito dentro de mí, Evan. Ahora… por favor.
La habitación está en silencio, excepto por nuestros jadeos.
—Eres mía, Leilah —apenas nos da tiempo de respirar—. Mía, completamente mía.
La necesidad de complacerla, de hacerla sentir tanto placer como ella me da, me impulsa a moverme con más pasión y rápidamente me deshago de mi ropa interior, llevándome también la suya.
La penetro de un solo golpe, su cavidad está tan caliente y húmeda que me escucho jadear fuertemente, mientras me estremezco de puro placer. Leilah se aferra a mis brazos y arquea su espalda, haciendo que nuestros s*x’os se rocen de manera exquisita de nuevo.
—Ah… extrañaba tanto esto —susurra, antes de atacar mi boca de manera hambrienta—. Me siento tan urgida…
Se sonroja y sonrío, mientras mi cuerpo tiembla de nuevo cuando comienzo a balancear mis caderas. Siento que quiero moverme con rapidez y toda la fuerza posible, así que contenerme supone un gran esfuerzo para mí.
Nuestros cuerpos se encuentran sincronizados en una danza rítmica y apasionada, mientras mi miembr’o entra y sale de su delicioso co’ño, que se moja cada vez más con nuestros fluidos. Sus gemidos son música para mis oídos, y cada sonido que emite me motiva a seguir, a darle más.
Perdemos la noción del tiempo, envueltos en nuestro mundo de placer. Siento cómo su cuerpo tiembla bajo el mío, y sus uñas se clavan con fuerza en mi espalda, lo que me lleva al borde del éxtasis.
Cada movimiento, cada susurro y gemido, todo es perfecto. Ella tiembla entre mis brazos y gime mi nombre, siento que voy a explotar.
Disfrutamos de la calidez del otro y de la corriente que emiten nuestros cuerpos cargados de placer.
Lamo su cuello y siento sus caderas moverse furiosas contra las mías, en un intento de que acelere mis embestidas, llenándonos de nuevos espasmos de placer y escalofríos que parecen no tener fin.
Mientras la noche avanza, y nuestros suspiros y gemidos llenan el aire, no puedo evitar pensar en lo afortunado que soy. Después de tantos conflictos, tener este momento de paz y conexión es más que una recompensa; es una bendición del cielo.
Cada beso, cada caricia son una promesa de amor y apoyo incondicional. Siento su corazón latiendo al mismo ritmo que el mío, y sé que, a pesar de todo, estamos juntos en esto.
Finalmente, ambos alcanzamos el clímax, nuestros cuerpos se contraen y relajan al unísono. Nos quedamos allí, respirando pesadamente, con nuestros cuerpos enredados y cubiertos de sudor.
—Te amo, Leilah —susurro, acariciando su cabello suavemente.
—Y yo a ti, Evan —responde ella, con una sonrisa satisfecha en su rostro.
Sé que esta noche será inolvidable, un recuerdo que guardaremos para siempre. En medio de la penumbra, sus caricias son una bendición, un recordatorio de lo que realmente importa.
Nos quedamos juntos, abrazados, dejando que el mundo exterior se desvanezca por unas horas, sumergidos en nuestro propio oasis de tranquilidad y amor.
A medida que el sueño comienza a reclamarnos, susurro una última promesa al oído de Leilah, agradeciendo en silencio por este momento de paz en medio del caos.
—Siempre te amaré, amor. Mi Leilah.
Mañana sería otro día, con sus propios desafíos, pero por ahora, todo lo que importaba es este instante, juntos, en la quietud de nuestra habitación.
***
Nos despertamos bastante temprano con una llamada urgente de Marcus.
Aunque Leilah y yo pensábamos que se trataba de Hillary dando a luz a la pequeña Hannah, resultó ser un asunto completamente diferente.
La anciana Anne está en casa, descansando. Aunque su cuerpo había pasado por mucho estrés últimamente, su mirada seguía llena de coraje y sabiduría.
A su alrededor se encuentran Peter y Gina, Neil y Marion, Marcus y Hillary, Gael, Janella… casi toda la familia reunida.
—He mandado a reunirlos aquí para decirles algo importante —dice Anne con voz calmada—. Pero primero debo hacer algo por el bien de la familia.
Leilah me mira nerviosa y me encojo de hombros, sin tener la menor idea de lo que planea la anciana. Parece cansada, con ligeros círculos oscuros alrededor de sus ojos.
—Marcus, ven aquí —ordena Anne. Su voz cambia a un tono de seriedad que me causa un escalofrío.
Siento que no soy el único y lo compruebo al mirar a mi alrededor.
El pelinegro amargado se acerca, algo circunspecto a su abuela, quien le sonríe casi de manera angelical antes de propinarle una fuerte y sonora cachetada.
Abro los ojos como platos de impresión. Nuevamente no soy el único; incluso Gina está boquiabierta y Peter parece estar mirando a una especie de superhéroe.
Neil sonríe nervioso y rasca su nuca, mientras Marion tiene el rostro rojo y muerde sus labios. Leilah está a punto de decir algo, pero luego sacude la cabeza y se queda callada con los brazos cruzados.
Hillary sonríe complacida y Marcus… bueno, él parece muy indignado, esperando una explicación.
Anne explica tranquilamente, aunque su mirada es acusatoria.
—Ya me he enterado de lo que pasó en el hospital —su tono tiene un ligero tono de reproche—. Siento vergüenza de tal comportamiento cuando nunca les he dado ese ejemplo.
Marcus la escucha en silencio, sobándose la mejilla con resentimiento.
Sé que no puede refutarle nada a la anciana que hizo un enorme esfuerzo por sacarlo adelante luego de la muerte de sus padres.
—No quiero escuchar de nuevo una palabra respecto a lo que pasó con Gina y Peter —dice Anne, mirando a los mencionados con una expresión más suave—. Ya ha sido demasiado duro para ustedes, hijos míos. Merecen un poco de paz.
—Abuela… —intenta intervenir Marcus, pero ella le lanza una mirada de advertencia, alzando un dedo.
—Cállate, Marcus —su voz es terriblemente seria—. Entiendo tu estrés por el embarazo de tu esposa y preocupación por mí, pero eso no te da derecho a hacer sentir mal a Peter y mucho menos a tu hermana por lo que pasó. Creo que te hicieron falta unos cuantos azotes de pequeño y me culpo por ello.
—Lo… lo lamento —musita casi de mala gana.
Marcus se siente avergonzado y su esposa lo abraza con ternura. Él hace muecas de tristeza y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Marcus, promete que no vas a mencionar nuevamente ese asunto —pide Anne con voz tranquila—. También debes pedirle perdón a Gina y Peter, me sentiré complacida si lo haces, querido.
—Lo siento —Marcus traga saliva y mira a Peter, quien esboza una sonrisa y extiende su mano—. Les pido una sincera disculpa por no controlar mi lengua. Por favor, no más rencillas entre nosotros, ¿sí?
La escena es conmovedora, y ellos se perdonan rápidamente. La abuela parece tener un magnetismo mágico que nos mantiene unidos.
“No sé lo que será de esta familia si ella muere. Ni siquiera quiero pensar en eso,” pienso con una mueca.
Después de una pausa, la voz de Anne tiembla y sus ojos se llenan de lágrimas. Alarmado, me acerco a ella, pero alza una mano, asegurando que está bien.
—Tengo algo importante que decirles y es lo principal por lo que los hice reunir aquí —dice Anne, con voz temblorosa—. Su… el abuelo… se ha puesto en contacto conmigo. Quiere vernos a todos.
Todos quedamos conmocionados por la noticia. Las emociones en la sala son palpables: sorpresa, incredulidad, enojo y miedo.
«¿Qué significa esto? ¿Por qué ahora?»
Las preguntas flotan en el aire, sin respuesta, mientras intentamos asimilar lo que Anne nos había revelado.