Vida matrimonial

1649 Words
Siento que he gritado en medio de la noche, pero la calma de la habitación me demuestra lo contrario, incluso el ambiente es pacífico… a excepción de la rapidez con que late mi corazón. El aire, por otro lado, es curiosamente sofocante, teniendo en cuenta que la habitación tiene aire acondicionado y que además, estamos en pleno otoño. “Maldito sueño extraño,” pienso frunciendo el ceño al recordar los detalles. Me remuevo inquieto y paso una mano por mi frente perlada de sudor, mi mirada se enfoca en la figura que duerme a mi lado desde hace más de un año y sonrío por automático, más sosegado. Mi Leilah; mi esposa y la madre de mi hijo, la mujer que me acompaña en mis días buenos y también malos, la que a pesar de estar cansada, tiene una sonrisa y buena disposición para nuestra familia. El sonido de un llanto interrumpe la quietud de la noche y mis pensamientos. Mi pequeño Austin está despierto y por ende, Leilah abre los ojos y se endereza en la cama, como si no hubiera estado profundamente dormida segundos atrás. —El bebé —musita, y se levanta sin más. Me levanto también por si necesita ayuda, caminando detrás de ella mientras buscamos la habitación de nuestro hijo. Me doy cuenta de que el sueño ha huido de mí y que a pesar del cansancio de un segundo turno en el hospital, Leilah arrulla al bebé en sus brazos, luciendo como un verdadero ángel. Contemplo con admiración y gratitud a mi familia. Una oleada de amor y felicidad me inunda, haciéndome reflexionar sobre todo lo que hemos pasado juntos para llegar a este momento de dicha. Recuerdo claramente las largas horas de trabajo en el hospital, los sacrificios y los momentos de incertidumbre durante el embarazo, pero todo eso queda eclipsado por la maravilla de tener a mi hijo, fruto del amor que comparto con mi Leilah. —¿Quién es el bebé más bonito del mundo? ¿Quién? ¡Sííí, tú, mi amor! —escucho la dulce voz de mi esposa canturreando, mientras contempla el rostro del bebé, algo adormilado. Este sonríe entre sueños y Leilah suelta un «aww» que me hace sonreír también, lleno de ternura. A pesar del cansancio acumulado por los trasnochos y el estrés, cada momento con mi familia se convierte en un tesoro preciado. Cada sonrisa, cada gesto de cariño de Leilah y cada balbuceo del bebé, son un recordatorio constante de que todo el esfuerzo ha valido la pena. Me siento agradecido por tener una familia que me apoya y me completa, y estoy decidido a hacer todo lo posible para asegurarles un futuro lleno de amor y felicidad. —¿Evan? —me sobresalto un poco al escuchar el tono incrédulo de Leilah—. ¿Desde cuándo estás allí? Parece sorprendida, quizás mi sigilo fue tan grande que no se percató que la había seguido, aunque es posible que su somnolencia también jugara un papel importante en su ensimismamiento. —No tengo sueño —aclaro con una sonrisa—. Quise venir a ver si necesitabas algo, mi vida. Su mirada brilla incluso en esta luz tenue y siento mi corazón henchirse. No importa si luce algo desaliñada, para mí es la mujer más hermosa del universo. —Estamos bien, amor. Este pequeño tragón tiene hambre de nuevo, le sacaré los gases y luego a la cama de nuevo —me mira con una mueca—. Tienes unas ojeras terribles, deberías ir a descansar. —No puedo dormir —objeto con un suspiro. Mi esposa me mira con perspicacia. No puedo entender cómo sabe cuando le oculto algo, es como si leyera mi mente. —¿Por qué? ¿Estás bien? —cuestiona con tono de preocupación. Quiero decirle de qué iba mi sueño o más bien pesadilla, pero me convenzo de que es algo irrelevante y que además, no es real. No puede serlo. «Seguramente es producto de una mala digestión» pienso más tranquilo. —Estoy bien, cariño —tomo un mechón de su cabello y la siento estremecerse—. Solo lo normal de cada día, con los turnos y los constantes cambios de pañal a medianoche. Sonrío al escuchar un pequeño gruñido de Austin que se oye justo ahora, como si no estuviera de acuerdo con mis palabras. —¿No es así, campeón? —lo tomo en brazos y Leilan sonríe, acomodando su pequeño gorrito—. Eres una máquina de gastar pañales, vas a arruinarme. —Oye… —reprocha mi esposa con un puchero—. Es el bebé más tranquilo del mundo, solo se levanta dos veces en la madrugada. «Si fueran más veces, sería un zombi» pienso con diversión. —Eso es porque esas botellas de leche naturales lo dejan exhausto —señalo los enormes pechos de Leilah, quien me da un ligero golpe en el brazo—. Ni siquiera puedo disfrutarlos porque usted, señorito, acapara su atención y a mí me tiene a pan y agua. Leilah ríe ligeramente y Austin la acompaña con una sonrisa desdentada. Creo que ama tanto como yo la risa de esta maravillosa mujer. —Deja de quejarte con nuestro hijo, papá chistoso —me da un beso en la comisura de la boca y busco más contacto, pero mueve su cabeza a un lado, haciéndome gruñir—. Ahora no, tengo que alimentar al bebé, dormirlo y luego descansar. Estoy que me caigo a pedazos. —Podría darte un masaje —le ofrezco, esperanzado a que al menos me deje hacerle un oral—. Vamos, cariño… Ella hace un gesto de diversión y algo de astucia, desbaratando mis planes en un santiamén con su dedo alzado, moviéndose de un lado a otro de manera negativa. Resoplo con impaciencia, pensando que mis pelotas se pondrán azules si no consigo descargarme. No he querido darle acción manual, pero creo que me va a tocar, teniendo en cuenta las constantes negativas de mi mujer. «Con qué ser tan maligno me vine a casar» —No soy mala, solo… no quiero arriesgarme, cariño —hace una mueca al escuchar mis pensamientos en voz alta—. Prometo que te voy a compensar, dame un par de días para organizarme mejor. —Un par de días suena como una tortura, niña —sin darme cuenta, mis labios se han inflado con esa mueca que ella hace a menudo—. Ya quiero tenerte debajo de mí, gimiendo mi nombre, con tu coñ’o apretado alrededor de mi miembr'o… —Amor, el bebé —hace un gesto de que haga silencio y ruedo los ojos, sabiendo que ese pequeño glotón apenas entiende lo que digo. Leilah muerde su labio de manera sensual y demonios, tengo unas ganas enormes de devorarlos y hacer caso omiso de sus excusas y protestas. —Deja de hacer eso o vas a calentarme, niña —susurro con voz ronca, agonizando. —Apenas ayer se acabó mi cuarentena, amor —dice algo insegura, mi corazón se agita, pero rápidamente me llevo una decepción al ver que niega con la cabeza—. Un par de días más, lo prometo. En momentos como este es cuando me convenzo de que debo tener algún superpoder o algo parecido. Tengo unas enormes ganas de hacerle el amor a mi esposa, pero como no quiero disgustarla, asiento como un buen niño. Decido que debo buscar algo para que el sueño vuelva a mí y unos minutos después veo con añoranza cómo Leilah, luego de su labor, se despide de mí con un pequeño beso y se acuesta rápidamente en nuestra cama, quedando dormida casi de inmediato. Sacudo la cabeza, porque sé que el cansancio le está pasando factura y es mejor que duerma ahora lo más que pueda. Me dirijo a la sala a buscar qué ver en la TV, algo inusual en mí. Normalmente, prefiero pasar mi tiempo libre leyendo o trabajando en mis casos clínicos, pero hoy necesito desconectarme. Al encender el aparato, me encuentro con algo que llama mi atención: es un video de nuestra boda. Me pregunto cuándo Leilah lo había puesto. Decido ir a la cocina por palomitas. Mientras se hacen en el microondas, reviso mi celular y suspiro de alivio al ver que no hay ninguna emergencia que perturbe mi paz. Vuelvo a la sala, coloco la película en el Blu-ray y me acomodo en uno de los sofás, con el cuenco de palomitas y un vaso de leche tibia a un lado. Espero que el líquido me ayude a dormir más tarde. Sonrío al reconocer el salón y a las personas del video. Miles de recuerdos se agolpan en mi mente, llenándome de una emoción indescriptible. El salón estaba adornado con largos listones y flores por todo el lugar. Las mesas, los adornos, la decoración en general eran dignos de una fiesta lujosa que ni los mismos actores de Hollywood tendrían el placer de presenciar. En verdad, esa amiga rubia de Leilah se había lucido. La música llega a mis oídos, trayendo consigo recuerdos y un sentimiento de nostalgia que me es imposible sacar de mi mente, a pesar de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la escuché. Una intensa emoción me invade al ver a mi esposa, a mi Leilah, desfilar por el pasillo hacia mí con esa sonrisa deslumbrante y esos hermosos ojos cargados de amor. De repente, hago una mueca al recordar esa horrible pesadilla. Sacudo la cabeza y decidido a concentrarme en ver el video de nuestra boda. No quiero que esos recuerdos no gratos arruinen este momento. Quiero revivir uno de los días más felices de mi vida, junto a la mujer que amo. «Solo fue una pesadilla, Evan, no es real», pienso más para convencerme a mí mismo, porque maldición, sí se había sentido jodidamente real.
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