Prefacio

604 Words
Me encuentro en un pasillo que se me hace bastante familiar, sin embargo, algo a mi alrededor no me cuadra. Camino por lo que parece ser el Saint John 's, pero el lugar no tiene el mismo aspecto de siempre. Parece abandonado, desolado. Las luces parpadeaban y el eco de mis pasos resuenan en el vacío. Me detengo y miro a mi alrededor, frunciendo el ceño. —¿Dónde están todos? —me pregunto en voz alta, tratando de divisar algún rostro conocido. La sensación de soledad y monotonía se incrusta en mi pecho, y no entiendo la razón. El alivio me invade cuando veo a lo lejos el rostro de mi hermano Peter. —Evan, me alegra que todo sea como antes —dice Peter, completamente fuera de contexto. —¿De qué hablas? —pregunto, curioso y desconcertado. De repente, la escena cambia por completo delante de mí. Siento un sobresalto al ver a Leilah, pero no por el hecho de verla, sino porque está acompañada de alguien que no esperaba ver por nada del mundo. Alan Beresford tiene su brazo alrededor de la cintura de mi mujer, mi esposa, con una posesividad que me hace apretar los dientes con fiereza. —¿Qué diablos es esto? —gruño molesto, sintiéndome momentáneamente mareado. Decidido a pedir explicaciones, y quizás repartir unos cuantos golpes, me adelanto, pero un brazo me detiene. Es Peter de nuevo. —Evan, ¿qué crees que haces? —me cuestiona, algo alarmado. —¿Qué crees que hago? Ese imbécil de Beresford está tocando a mi mujer. Voy a enseñarle a no meterse con lo ajeno —digo cabreado. Peter me mira como si me hubiera vuelto loco. —¿Tu mujer? ¿Hablas de la señora Beresford? —cuestiona con tono incrédulo, haciendo que mi mandíbula se abra en sorpresa. —¿Qué dices? ¿Cuál señora Beresford? —murmuro, completamente perdido. —Por Dios, Evan. ¿Estás bien? Creo que te has drogado o algo parecido. Ahí está el imbécil de Alan junto a su esposa, la chica que siempre ha estado enamorada de él —explica Peter con calma, como si fuese lo más normal del mundo. Me siento desfallecer. ¿Qué clase de maldita broma de mal gusto es esa? —Peter, esto no es divertido. Ella es Leilah y es mi esposa, la madre de mi hijo y tu sobrino, el pequeño alien al que llamaste Alvin —le recuerdo, esperanzado de que me diera la razón. Él me mira realmente asustado y preocupado. Sus expresiones no pueden ser fingidas. Realmente parece que el que está mal aquí soy yo. Siento un miedo terrible que anuda mi estómago. La garganta se me seca y busco cualquier indicio de estar en una maldita pesadilla. Siento mi corazón adolorido. ¿Qué está pasando? ¿Acaso estoy viviendo una maldita realidad alterna? —Evan, Alan se casó hace un año con esa tal Leilah —explica Peter y yo niego obstinadamente—. ¡Escucha! Tal vez tuviste un sueño o algo así, porque ella se casó con él y ahora ambos tienen un bebé, una niña llamada Avril. —Es imposible… esto no es verdad, no es real —repito con rostro demudado, sintiendo que mis piernas pierden fuerza. Las palabras de Peter son absurdas, pero la ansiedad que recorre mi cuerpo es real. Por un momento, pierdo el aliento al pensar que quizás tiene, que Leilah nunca se casó conmigo, sino con el amor de su adolescencia: el imbécil de Alan Beresford. No puede ser posible que esto sea la realidad, me niego rotundamente.
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