Ya había pasado una semana desde que recibí aquella flor encapsulada y me pregunté en que momento él aparecería frente a mi puerta, pero al pasar los días supe que eso nunca sucedería, algo que me desconcertó totalmente. Sus acciones no coincidían con el mensaje de su carta.
No es como que lo quiera ver, pero...Mierda.
No podía engañarme, una parte de mí, muy masoquista, por cierto, quería verlo y me molestaba en sobremanera ese querer. Siempre me habían atraído los chicos malos y por esa razón tuve muchos problemas en mi adolescencia con mis padres, pero estaba totalmente segura que la maldad de esos anteriores hombres, no tenía punto en comparación con la de Darko.
De solo recordar la expresión de satisfacción que tenía su rostro al quitarle los puntos a ese pobre hombre, me daba escalofríos.
Había pocas personas en urgencias, lo que era sorpréndete, gracias a ello estaba almorzando muy rápidamente con Emilia en la cafetería de la clínica. Todo podía estar tranquilo en un minuto y al siguiente ser un caos total.
Tenía un tema que quería tocar hace días, pero siempre se me pasaba hasta que los veía.
—Creo que Lorenzo debería de quitar a sus guardaespaldas. Ya pasaron semanas y no me pasará nada.
Empezaba a inquietarme tener a esas personas vigilando mi casa y a mí en todo momento.
—¿De qué hablas? Según me comentó, los retiró una semana después —la cuchara quedó a mitad de camino y la bajé de golpe.
—¿Cómo?
—Al ver que Darko había vuelto a Rusia y no había hecho nada en contra ti, no le vio la necesidad de que tuvieras guardaespaldas... ¿no te lo dije? —Negué levemente—. Lo siento, se me pasó.
Un escalofrió recorrió mi espina dorsal.
—¿Quién ha estado vigilándome? —murmuré.
—¿Qué dijiste?
—Necesito que me consigas el número de Darko. —Me observó como si estuviera loca—. Por favor, solo hazlo.
Me levanté rápidamente al escuchar la alarma. Me necesitaban en urgencias.
—No, espera Isabella. —Agarró mi mano alterada—. Con suerte sobrevivimos a un encuentro con él y ahora quieres su número, ¿Qué tienes en la puta cabeza?
—Ni siquiera yo misma lo sé, pero necesito su número. Después te juro que te cuento todo. Ahora tengo que irme.
Salí corriendo hacia urgencias, maldiciendo una y otra vez cuando el ascensor se estaba tardando. Hoy de nuevo estaba de turno con Coleman, lo que significaba un regaño más.
Al ver que no llegaba, bajé por las escaleras.
¿Quién colocaba una maldita cafetería en el cuarto piso?
En el momento en que llegué al primer piso salí corriendo, esquivando varios cuerpos y camillas. Estaba jadeando al entrar a urgencias. Localicé a Giulia, quien también estaba de turno.
— ¿Que tenemos?
—Pensé que no llegarías. —Me recriminó en su tono maternal—. Accidente automovilístico el pac...
No llega a terminar porque se ve interrumpida por Sr odio.
—Hoy no estarás en urgencias Di Marco. Yo acompañaré a Foster —le pidió a Giulia la historia clínica del paciente, empezándola a leerla.
— ¿Qué? No, este es mi paciente —exclamo enfadada.
Ya me cansé de Coleman y su mierda que tiene contra mí.
—Era Di Marco. Era.
Ordenó radiografías y otros exámenes para descartar posibles problemas, mientras trataba de asesinarlo con mi mirada
—No lo puede hacer. —Empecé a seguirlo. Estaba llegando al límite—. Ya no aguanto más esa mierda de actitud que tiene conmigo. Esto va más allá de las llegadas tardes. Se está desquitando por algo que no tengo idea, ¿Por qué me odia tanto?
Para ese punto tenía toda su atención.
—Sí, te odio.
Empezó acercarse muy peligrosamente. Estaba muy cerca y no entendía una mierda lo que estaba sucediendo.
—¿Por qué? —su mano viajó hasta mi mejilla, pero antes de que me tocara, me alejé.
¿Qué carajos?
—Porque cada vez que te veo... —se detuvo, mirando por encima de mí.
Agarró mi brazo y nos entró a una habitación vacía.
Me acorraló contra la puerta y ahogué un gemido de sorpresa. No entendía que estaba sucediendo, todo era tan rápido, que tardaba en procesarlo.
—No puedo parar de imaginarme que tan estrecho tienes tu coño. —Susurró en mi oído—. Ese es el maldito problema que tengo todos los días.
Apreté mis labios e instintivamente contraje mis paredes. Esa confesión me había excitado.
¿Qué mierda tenía que decir ante esa confesión?
—Dime, Isabella. —Me tensé cuando una de sus manos empezó a descender por mi pecho—. ¿Cuál es el estado de tus bragas ahora mismo?
Gemí en cuanto su mano cubrió todo mi maldito coño.
Hace mucho no tenía sexo. El simple hecho de pensar en tener sexo con el sexy de Coleman y en nuestro lugar de trabajo, me prendía, ahora tener su mano ahí abajo me estaba volviendo loca.
Estaba por responder, cuando de un momento a otro la puerta fue abierta, haciéndome perder el equilibrio y caerme.
Cerré mis ojos mientras esperaba el golpe, pero no fue al frio y duro piso donde aterricé, no, fue a una montaña de músculos y fuertes brazos que me sostenían de la cintura.
Cuando alcé la vista para ver quien me había atrapado. Mi corazón se saltó varios latidos.
—¿Recreando Grey's Anatomy, Isabelle? —Lo dijo con burla, pero sus ojos eran dos llamas a punto de consumirme.
—Darko —murmuré, saliendo rápido de su agarre y haciéndome aun lado.
—Me gusta mucho un capítulo en especial. Hombres armados llegan y asesinan al jefe de piso, la tortura que recibió. —Suspira con pesar—. ¿Lo recuerda, Dr. Coleman?
—Lo siento, no veo series señor Romanov.
—Que casualidad. —Sonrió—. Yo tampoco.
Me tensé de inmediato al captar la sutil amenaza que acababa de hacerle. Ni siquiera tengo que preguntarme si sería capaz de matarlo, es obvio que sí, pero no había ninguna razón.
—¿Qué hace aquí? —Cuestioné, intentando distraerlo. Tal vez si lo hacía, no sacaría su arma y asesinaría a Coleman—. ¿Está visitando a alguien?
—Compré la clínica. Observo mi nueva adquisición.
¿Qué?
—Debo retirarme, hasta luego.
Coleman huyó de la escena, dejándome con el maniático. Seguro también había entendido la amenaza.
¿Sabrá a lo que se dedica Darko?
Al ver que empezaba a llenarse el pasillo, le hice una seña para que entrara a la habitación en la que había estado. Necesitaba que mis dudas obtuvieran una respuesta.
—¿Por qué lo amenazó? —me atreví a preguntar, dejando a un lado por ahora su extraña compra.
—No me gusta amenazar a las personas. Jamás ha sido lo mío.
—¿Y qué es lo suyo? —un brillo peculiar apareció en su mirada.
—Las advertencias.
—No me pareció ninguna advertencia lo que dijo.
—Porque no lo fue, Isabelle.
Nadie dijo nada por varios segundos, estaba muy concentrada en su mirada y tratando de entenderlo a él en general, pero no podía hacerlo, era difícil. Su mirada no daba pie a nada.
—Esos hombres, ¿son de usted? —Asintió lentamente—. ¿Por qué?
—Era eso o colocar cámaras en el interior de su residencia —se encogió de hombros.
Confirmado, era un maniático y era el momento donde tal vez tenía que correr y huir del país.
—¿Acaso pretende matarme?
—Aun lo estoy considerando.
No pude retener la sonrisa al escucharlo. Él no me mataría. Sí, era una persona que daba miedo. Sentí terror y horror el día que lo conocí, pero justo ahora, no se sentía terrorífico estar a su lado.
Se acercó, observando atentamente mi reacción, pero no me moví.
Su mano se alzó y su dedo empezó a delinear mis labios. Era un toque sutil. Casi imperceptible.
—Espero no haya tocado tus labios —murmuró, con la mirada fija en ellos.
No, no me tocó los labios, pero si el coño.
—¿Por qué?
—Le prometí a la Bratva controlarme y no iniciar una guerra.
—¿Por qué iniciarías una guerra?
—Coleman es hermano de un Capo. —Aún seguía absortó en mis labios, mientras respondía mecánicamente—. Su muerte supondría un problema.
Eso sí me había sorprendido. Jamás pensé que especialmente él estuviera involucrado en ese mundo.
—Espera, ¿su muerte? —Asintió—. ¿Iniciarías una guerra con su hermano? —su tacto desapareció rápidamente y se irguió.
—No Isabella, iniciaría una guerra con toda la Cosa Nostra.
—Eso es estúpido. —Fruncí mi ceño—. Nadie asesina a otra persona por algo tan insignificante como el toque de un labio.
—Nadie excepto yo, zayka (conejita)
Entendí dos cosas en ese momento. Darko Romanov no era alguien normal. Segundo, él jamás se enteraría el lugar donde la mano de Coleman fue aparar.