POV DARKO ROMANOV
—No creo que sea una buena idea, Darko. Aunque lo logres... y no lo dudo, no se tomaran muy bien el que seas un ruso y el Pakhan de la bratva. Empezará una guerra sin fin.
Retiré mi atención del informe de los nuevos cargamentos de drogas que llegaron, para mirar a mi segundo al mando, mano derecha y amigo, Vladislav Sokolov.
—Lo sé, Vladik. Es por eso que estaré gobernando desde las sombras. Nadie lo sabrá. Será magnifico.
Ya casi podía saborear el sabor de la victoria. Llevaba años planeando rigurosamente todo y estaba a nada del golpe final.
—¿Quién será el títere?
—Su propio hermano —sonreí ante su cara de asombro.
—Eres un hijo de puta. —Asentí. Mi madre fue una gran puta—. Entonces, ¿no te interesa no tener popularidad esta vez? Que sepan cuanto poder tienes. Que te teman más, de lo que ya lo hacen.
Era lo que más deseaba. Que sintieran terror y admiración en cuanto lo supieran, pero esta vez tenía que aguantarme, pretendía seguir un consejo.
—Mi psiquiatra me aconsejó en tener pequeños cambios. Así que decidí ser humilde con las otras mafias, guardando esta vez mi superioridad.
—Es...Es un buen cambio, supongo.
La puerta se abrió abruptamente y por ella apareció el detestable de mi hermano menor, Mijail Petrov.
—Vuelve a entrar sin tocar. Vamos, hazlo. Disfrutaré cortándote otro dedo.
Instintivamente llevó su mirada al dedo meñique faltante.
—Lo siento, Pakhan.
—¿Qué quieres, Misha?
—¿Por qué hemos comprado una clínica privada en Florencia, Italia?, es lo único extraño en las cuentas del mes.
Rápidamente sentí la mirada juzgadora de Vladik.
—No tengo porque darte putas explicaciones.
—En este caso sí, más si tus acciones pueden lograr un enfrentamiento. Jamás habíamos tenido tan buenas relaciones con los italianos. Todos esperamos que siga así.
¿Sería muy hijo de puta de mi parte si le descargo todo mi cargador en su boca?
—Quiero vigilar a una italiana —saqué el arma de mi chaqueta y la puse en el escritorio.
Ambos me miraron fijamente. Atentos a mis movimientos.
—¿Y por ello compraste una clínica?
—Fue un buen negocio —me encogí de hombros.
—¿Tal vez no es aquella doctora que conociste en la casa de Francesco?
Necesitaré dos cargadores al parecer. Abrí el cajón a mi lado y saqué el faltante.
—Sí, Vladik.
De repente, una sonrisa de come mierda apareció en el rostro de mi Misha y maldije en un susurro.
—El otro día, te vi encargando una de esas mierdas de flores encapsuladas.
—¿Le mando flores?
Tal vez sería mejor en una pierna y dejarlos lisiados.
—Es lo que parece, pero... ¿por qué negra, hermano?
—¿Acaso no es romántico e innovador el que sea negra? —Ambos negaron—. Bueno, seguro a la insolente italiana le gustó.
Agarré el arma y le quité el seguro.
Vladik, que para este momento ya se había levantado, retrocedió casi al mismo tiempo que Misha.
—Darko —dijeron al unísono.
—Me preguntaba cuál de los dos primero —sonreí, viéndolos fijamente.
Sabían que lo haría, pero también sabían que no les mataría, solo les infringiría un poco de dolor. Eso es todo.
—Llegó una nueva chica. Yarik la mandó para ti. —Soltó rápidamente Misha—. Está limpia. Te espera en el cuarto, tal vez lo que nos quieras hacer a nosotros, lo puedas hacer con ella.
Eran unos malditos con suerte.
No dije nada, simplemente salí de mi oficina.
Había pasado mucho desde la última vez. Mi autocontrol dependía de un hilo y ningún maldito estúpido se atrevía a robarme o hacer su trabajo mal como para torturarlo.
Era un maldito sádico en el borde de la demencia, con fetiches sexuales aún más excéntricos.
A penas llegué a la habitación donde tenía mis encuentros sexuales, vislumbre una menuda chica en mitad de esta. Desnuda. Arrodillada. Con la cabeza gacha y un cuchillo de plata reposando en sus pequeñas manos.
Sonreí inmediatamente y cerré detrás de mí.
No dejaba de observarla mientras me acercaba lentamente. Su cuerpo empezó a tener pequeños temblores, haciendo que mi excitación empezara aumentar.
—Levántate —ordené.
Agarré el cuchillo de sus manos y alcé su mentón. Era hermosa, pero su mirada llena de terror lo era aún más. Perfecta.
—Hoy tendrás tantos orgasmos, que muy posiblemente en unos de ellos termines yéndote.
Puse mi dedo sobre sus labios en cuanto estos empezaron a temblar.
—P-Por... favor no —sollozo.
—No llores. Mis demonios han estado durmiendo. Es una buena señal para ti.
Rápidamente la agarré del brazo y tiré de ella hacia la cama.
—Abre las piernas. Déjame ver ese coño.
Dejé el cuchillo a un lado mientras empezaba a quitar mi ropa, deleitándome con la vista. A pesar de ser menuda, tenía buenas proporciones que estaba deseando recorrer.
No se me había pasado por alto que su mirada no abandonada cada movimiento que hacía. Ni que estaba recorriendo mi cuerpo con tal lujuria, que había olvidado muy posiblemente que estaría muerta en un par de horas.
Solté una pequeña risa cuando de su coño empezaba a salir fluidos.
Maldita. Aunque esa mierda me había puesto duro.
Me acerqué, hasta estar encima, mi polla rozando su coño. La agarré del cuello, obligando que su mirada no se apartara de la mía.
—Ojos abiertos o mueres.
En el momento en que asintió, entré en ella de golpe, arrancándole un grito de dolor. Era tan apretada, que rodeaba mi polla de una manera asfixiante. Pequeñas lágrimas salieron de sus ojos, pero aún seguía la lujuria en su mirada y continué embistiéndola una y otra vez, intentando saciarme, pero no era suficiente, necesitaba más incentivo.
Agarré el cuchillo y empecé a trazar una fina línea desde su cuello hasta su ombligo. Todo esto sin apartar mi mirada de la suya. No podía perderme el horror. El miedo. El dolor. Todo esto combinado con la excitación del momento.
Una locura total que amaba y me llenaba.
Detuve mis movimientos, al ver como el líquido rojo empezaba a emerger. Solo había sido superficial. Con mi lengua empecé a recorrer el camino que se había formado hasta llegar a sus labios y hacer que bebiera de su propia sangre, mientras reanudaba los movimientos, esta vez más erráticos.
Sus paredes empezaron a contraerse cada vez más, apretando aún más mi polla.
Maldición. Que coño tan agradable.
Con el mango del cuchillo empecé a estimular su clítoris rápidamente, haciéndola venir en cuestión de segundos.
—¿Te gustó? —quise saber, saliendo de ella.
Agarré el cuchillo y me levanté, observándola atentamente.
—S-Sí —gimió, contenta. Sus ojos brillaban.
Sonreí satisfecho al saberlo.
—Perfecto, porque lo que sigue no te gustará.
Su risa se fue de inmediato y agarré su brazo, levantándola de un solo tirón de la cama.
Era momento de divertirme.
—Solo serán algunos cortes. —Empuñé su cabello en mi mano y lo jalé, dejando su cuello libre—. Lo necesarios para que grites de dolor.
Corté su cuello, lo suficiente para que brotara mucha sangre de ella, pero no tanto como para agarrar la carótida. Cerré mis ojos al escucharla y al abrirlos, no pude ver ni una gota de lujuria en su mirada.
Mi polla vibró y casi... casi me corría ahí mismo.
Nuevamente delinee el camino del cuello, ahora hasta su abdomen bajo con bastante profundidad.
—Por...por favor ¡aaaah!
Que equivocada estaba, entre más me suplicara, entre más gritara, solo aumentaba mis ganas de hacerla sufrir.
—Oh mira que obra de arte eres —murmuré en su boca, mordiendo su labio inferior hasta sentir el sabor metálico—. Perfecta. Pero puede mejorar. ¿Sabes?
La volteé y tiré de la cama, viendo como ese pequeño culo jugoso estaba a la vista, invitándome adentrarme en ella y follarla hasta la inconciencia, pero no sucedería. Creía que ya empezaba a tener el puto control de mis instintos, pero al sentir como mis manos picaban y el pensamiento de matarla no abandonaba mi mente, supe que estaba jodido.
Agarré sus caderas y la levanté, alineando mi pene y entrando. Tiré de su cabello hacía mí, para que se arqueara y me viera, no quería perderme ni un segundo de sus gestos mientras la penetraba y le infligía dolor.
Esta vez empecé a cortar sus piernas, cada vez más profundo al escuchar el aumento de sus suplicas. La habitación estaba insonorizada, podía gritar todo lo que quisiera.
Cuando sus brazos desesperadamente agarraron mi antebrazo, y sus uñas se clavaron en mí tratando de detenerme, fue en ese justo momento, ahí, cuando ella llegó al límite del dolor, donde me cegué. Sus gritos empezaron a escucharse lejanos y solo podía escuchar los latidos de mi corazón. Cerré mis ojos dejándome ir, una sensación de placer absoluta me envolvió en cuanto sentí mi liberación llenando el estrecho coño que tanto me había gustado.
Cuando los abrí, apreté mi mandíbula al ver como mi mano apretaba fuertemente el cuchillo en su abdomen. De nuevo lo volvía hacer.
—A la final, si puede que esté un poco jodido.
¿Solo un poco?