—¿Estás segura de asistir a la cena? —Lucia levanta sus cejas con incredulidad.
Sigo observando el labial rojo que sostengo entre manos temblorosas. El sólo hecho de pensar en Luca ya me transporta al accidente. Así como me siento segura con su recuerdo, también me atormenta. Es un trauma que no logro desprender de mi piel, de mis sentidos… y de mi mente.
Una parte de mí ansía conocerlo, poder agradecerle en persona, pero otra parte quiere huir a mi departamento en Little Pocket, esconderse en el salón de arte y llorar. Llorar junto al fracaso de mi vida.
Carraspea cuando pasan unos minutos y no le respondo. Sé que me quiere proteger, y que nace de su cariño como mejor amiga, pero la situación es tanta que me agobia y lanzo el labial contra la pared. Una mancha rojiza aparece en donde el objeto impactó, y varios pedazos de plástico adornan el suelo de mármol del dormitorio; como una fatídica escena, perfecta para retratar.
—Has tenido ataques de pánico desde aquel día. Si sientes que esto es más de lo que puedes soportar…
—Lo sé —el nudo en mi garganta no se nota tanto al hablar, y aprovecho a forzar una sonrisa cuando nuestras miradas se cruzan, escondiendo lo mejor que puedo lo aterrada que estoy—, me iré.
—¿Quieres que te llame al rato de que llegues? Por si necesitas una emergencia para salir de ahí.
Su intención de aligerar mi ánimo funciona, y rio junto con ella porque esa es nuestra estrategia para los ligues. Si una cita no funcionaba, teníamos el respaldo de que nos hacíamos una llamada de “emergencia”.
—Así como en aquellos tiempos, debes confiar en que aún sé cuidarme sola —Nos fundimos en un abrazo de oso, meciéndonos ligeramente de un lado a otro como hacemos desde niñas—. No soy la frágil Eve de hace cuatro meses. Ya es hora de comenzar de nuevo, y eso implica ser una nueva versión de mí misma también.
—No sabes cuánto me alegra oírte así —me separo de ella por su tono de voz, y veo varias lágrimas deslizarse por sus mejillas—. El verte así, completamente rota, yo… No sabes lo hermoso que es poder verte fuerte nuevamente.
—Y te prometo que seguiré siendo fuerte —Limpio sus lágrimas con el dorso de mi mano y su sonrisa se ensancha, más aliviada—. Así como una parte mía murió en ese accidente, otra parte tiene que nacer. Como el ave Fénix.
—Es una buena idea para un tatuaje, ¿verdad? —asiento y ambas reímos. La atmósfera de la habitación ya parece más ligera, al igual que yo.
Unos golpecitos en la puerta nos hacen voltear, y mi padre nos sonríe como saludo.
—Espero no interrumpir, pero ya es hora.
—Gracias, pa. Ya bajamos.
—Te esperaré en el hall.
Cuando cierra la puerta me encamino al baño, deteniéndome frente al espejo. Instintivamente toco mi muñeca, allí donde una cicatriz con seis puntos la atraviesa verticalmente. Un grotesco y enorme recordatorio de que estuve a punto de morir.
Ese pensamiento es uno de los que me atormenta, y en mayor nivel que el haber perdido mi futuro. El saber que mi vida estuvo en manos de él, y que sin su ayuda hubiese sucumbido allí mismo. Dentro del carro que estalló. ¿Podré acaso tener el valor de verlo a los ojos sin revivir todo ese horror?
—Te preguntaría de nuevo —la voz de Tamy me vuelve al presente—, pero no quiero que te enojes por ser repetitiva.
—Estoy bien —observo mi muñeca enrojecida allí donde mis dedos se apretaron, y suelto un suspiro resignando—. Bueno, lo estaré. Confía en mí, sabré cómo manejarlo.
—De acuerdo. Sabes que te quiero.
—Y yo a ti —nos damos un último abrazo breve y tomo la cartera y la chaqueta de cuero antes de encaminarnos a la escalera—. Te llamaré para contarte cómo fue todo.
En el hall mis padres ya me esperan, y él me apresura a subir al taxi. Desde que salí del hospital entro en pánico más fácilmente de lo que me gusta admitir. Uno de los factores son los carros, y estar dentro de ellos. Por suerte mi mente no relaciona los taxis con los carros que puedan tener un accidente, por lo que se volvió mi único medio de transporte. Claro, eso y el autobús cuando voy con tiempo extra.
El viaje hasta el restaurante es breve, no demoramos más que unos quince minutos. Mientras el taxi va deteniéndose observo con admiración el enorme y lujoso restaurante, que se alza imponente y orgulloso. La estructura es moderna, con mucho cristal y mamparas que dejan ver el interior decorado en motivo n***o y blanco, lo cual lo hace aún más elegante.
El carro se detiene justo a pocos metros de la entrada, y bajo mientras mi padre paga.
—Sí que es hermoso…
Las luces que decoran la entrada destellan, en sintonía con las estrellas y el cielo nocturno y despejado.
—¿Estás lista? —mi padre extiende su brazo para que lo entrelace con el mío. Sus ojos brillan con una mezcla de orgullo y amor, y eso hace que mi sonrisa se ensanche mucho más.
—Por supuesto, papá.
Ingresar con él siendo mi sostén me da fuerzas, siento que no estoy sola en esto. La certeza de que podré enfrentar a Luca sin hundirme es maravillosa. Sé que luego deberé afrontar a mi padre y revelarle quién es él en realidad, pero eso es algo que se deberá dar con naturalidad. Mi padre entenderá, pero le diré luego de aceptar el puesto de secretaria. Debo retomar mi vida, y comenzar de nuevo, tal como él dijo.
El recepcionista nos guía hasta el fondo del local, en donde está el área de las mesas reservadas. La mantelería hace juego con el color de las paredes y de los adornos del lugar. Los comensales visten atuendos elegantes –vestidos y trajes costosos–, y por un momento el nerviosismo de no sentirme acorde con mi vestido gris claro me hace dudar y estar un poco incómoda… Hasta que lo veo.
En cuanto mi mirada se cruza con aquellos ojos azules me paralizo. Una corriente eléctrica detiene mi corazón, y en esa milésima de segundo mi alma cae al piso, de rodillas, tal como me siento desvanecer internamente. El calor recorre mis venas cuando él se levanta lentamente de su silla, nuestras miradas siguen conectadas y la necesidad de correr hacia sus brazos comienza a batallar con mi lado coherente. Intento seguir dando un paso tras otro sosteniéndome aún más del brazo de mi padre para no caer, cual novia hacia el altar.
—¡Artur! Qué gusto verte, ha pasado tiempo —el robusto y enérgico hombre se levanta y estrecha con confianza la mano de mi padre, quien le devuelve la alegre sonrisa.
—Gerard, que alegría. ¿Has ido al gimnasio? —ambos hombres ríen con elocuencia, pero Luca y yo no dejamos de vernos a los ojos, absortos en el otro. El brillo que reflejan es tan magnífico que siento derretirme por dentro, con la paz que me trasmiten.
—Ojalá tuviese tiempo de ir, mi esposa ha estado controlando lo que como. Es mágica esa mujer —el amor con el que habla de su esposa hace que su hijo y yo sonriamos, y se siente tan cálido ese gesto—. Éste es mi hijo, Luca. ¡Igualito a su padre! ¿Verdad?
—Por supuesto que sí. Un gusto conocerte al fin, jovencito. Tu padre ha hablado maravillas de ti.
—Señor Monroe, el gusto es mío —desvía un instante su mirada para estrechar la mano libre de mi padre, y enseguida vuelvo a ser su centro de atención.
—Y ella es mi dulce hija, Eve —mi padre me suelta para que salude a los Huxley, y eso hace que el nerviosismo amenace con volver.
El señor Huxley me saluda con un apretón de manos y sin tantas presentaciones, porque ya lo he conocido hace unos años, en una fiesta que mi padre organizó para la empresa. Cuando llega el turno de su hijo mi respiración se corta, y comienzo a sentirme más liviana por su cercanía.
—Encantado de conocerla oficialmente, señorita Monroe —el sonido de mi apellido pronunciado por su boca parece el ronroneo más satisfactorio que oí jamás. Toma mi mano y roza suavemente mi piel con sus labios, provocándome un escalofrío—. Un placer.