Cuatro meses.
Hace cuatro meses que mi vida se destrozó por completo.
La fresca brisa de otoño me recibe al salir del Centro “Rincón Medicina Física y Rehabilitación”. Acabo de tener la última consulta con el fisiatra, y espero no tener que volver aquí nunca más. Desde aquel día tengo pesadillas en las que me veo de vuelta en el accidente, o aquí en el consultorio, con mi mano perdiendo la movilidad por completo.
Una maldita fractura de muñeca, eso fue lo que me dejó. Eso, dos costillas rotas, y varias cicatrices de vidrios enterrados.
Cuando desperté en el hospital había pasado casi una semana. Los médicos se asombraron por el reporte de la policía. Aparentemente fue un milagro que no me encontrara dentro del carro antes de que explotara.
Y el milagro tiene ojos azules.
No lo olvidé, al contrario, incluso soñé con él en varias ocasiones. Estando inconsciente hubo momentos en los que mi mente sí estaba alerta, despierta, pero por más esfuerzo que pusiese en abrir los ojos, simplemente no me respondían.
Pero escuché su voz, varias veces, de hecho. Me llamaba, sabía mi nombre, y repetía nuevamente que era su luna, y que él me protegería siempre.
Durante mi recuperación llegué a pensar que estaba enloqueciendo, que alguna contusión dejó como secuelas las alucinaciones. ¿Quién hace lo que él y sólo desaparece? ¿O quién sería capaz de acercarse a un paciente de hospital pero sin dejar registro de visita, y sin que nadie del personal lo vea? No era real. Mi subconsciente quizás intentaba aferrarse a una esperanza. A quien me salvó la vida.
Me acerco a la vereda de la University Ave y extiendo mi brazo para parar un taxi. Cuando frena abro la puerta con rapidez y lanzo mi bolso y el abrigo al haciendo trasero, antes de ingresar y soltar un bufido por lo bajo.
—Al Frémont Park, por la 16th St —le indico al chofer y éste pone en marcha el carro.
Saco el celular y leo los mensajes que mi padre me dejó. Uno sobre pasar por su despacho cuando llegue a la empresa, y otro recordándome la cena de esta noche. Detesto asistir a las cenas con sus socios, o con las familias supuestamente amigas que tienen mis padres. Todos son de la alta sociedad, desde empresarios, banqueros, políticos, y algunos dentro del mundo del espectáculo.
En lo que a mí respecta, son todos falsos, interesados, y orgullosos. Mis padres son buenas personas, pero también tienen avaricia, quieren que sus negocios sigan creciendo sin detenerse a disfrutar del hoy, del momento y del dinero que ya han generado. Y es por eso por lo que me impulsé aún más a seguir mi sueño como artista, para tener una vida lejos de esa clase de personas.
Desde la Universidad comencé a trabajar con diseño gráfico para algunos emprendedores o artistas de otras áreas, como la escritura y la música. Luego fui recomendada con empresas pequeñas con las que hice algunos trabajos, y sumando unas tutorías académicas por las que cobraba por hora, pude devolverles el dinero a mis padres, y vivir día a día.
Mi esfuerzo me llevó lejos, vendí más de veinte cuadros en total, algunos por encargo como los retratos, y otros en ferias y muestras que organizaba con mis compañeros. Hasta que di con la Topazi Galery, y casi logro llegar a la meta… Casi.
—Señorita, ya llegamos —el chofer me saca de mis pensamientos, y noto que unas lágrimas se me escaparon.
—Sí —tomo apurada mi billetera y saco el monto que dice el contador del taxi—. Muchas gracias, que tenga buen día —Escucho su saludo mientras bajo y cierro con cuidado la puerta. Me dejó a mitad de cuadra por no haberle especificado, y aprovecho a caminar tomándome mi tiempo, y disfrutando de la vista del parque.
El día está perfecto, fresco y con una brisa que llena de vida mis pulmones. Las hojas amarillas y marrones caen de los árboles y forman pequeñas alfombras que crujen cuando camino sobre ellas. Me divierto con eso hasta llegar a la puerta de la empresa, es un edificio enorme que ocupa fácilmente tres locales normales, tiene cinco pisos y un estilo moderno, con muchos ventanales y colores neutros.
Al ingresar por las puertas corredizas de vidrio todos los empleados me saludan con amabilidad y una sonrisa –la mayoría honesta–. Desde las recepcionistas, los guardias de seguridad, los oficinistas, todos me conocen por ser la hija del dueño. Siempre me incomodó tener que cargar esa etiqueta, porque las personas que se acercaban a mí o a mi familia es por codicia, por querer algo y usarnos para obtenerlo, ya sea estatus, dinero, fama, incluso el hecho de mencionar que son “amigos” nuestros. Y prefiero mil veces ser conocida como Eve y no como la hija de Monroe.
Presiono el botón del ascensor y tarareo mentalmente una canción para pasar el tiempo. De por sí suelo ser un poco ansiosa, o nerviosa, pero desde el accidente ha empeorado. Es como la necesidad de estar alerta, como si algo fuese a pasar. Cuando las puertas se abren ingreso junto con otras dos mujeres que visten trajes. Presionan el mismo piso al que me dirijo, que es el quinto. Van sumergidas en una discusión sobre un nuevo producto que deberán promocionar y analizar las ventas en el mercado. Hasta que una de ellas menciona una editorial que me es familiar.
—¿Y te has enterado de que la editorial Huxley ahora es asociada de Empire Monroe?
—No —se asombra la mujer más baja—. Creí que el CEO era el que se asociaría como socio individual, no que integraría su editorial también.
—Aparentemente intentarán hacer un acuerdo, pero no se sabe sobre qué.
—Interesante, ¿verdad? —comento antes de que las puertas se abran. Ambas mujeres se sonrojan y agachan la mirada, murmurando un saludo y una disculpa. Intento no reír por sus expresiones y les sonrío con amabilidad.
Paso entre ellas con paso ligero, impregnándome de la familiaridad de este sitio. A pesar de detestar a las personas de clase alta, aquí hay muchos empleados dando lo mejor de sí para cumplir con sus trabajos, esforzándose, y por eso adoraba este lugar.
Casi al otro lado del área se encuentra la oficina de mi padre. Está completamente a la vista, con las mamparas y los ventanales permitiendo que la luz ingrese a la perfección. Al verme llegar se apresura a abrirme la puerta con una amplia sonrisa. Me saluda con un cálido abrazo y me guía a los sillones que hay a un costado de su escritorio.
—¿Qué era lo importante que querías hablarme? —pregunto antes de dejarme caer en el amplio sillón de cuerina gris.
—Es sobre el puesto de secretaria que te había comentado, y que rechazaste tan apresuradamente —me encojo de hombros y él frunce los labios, negando con la cabeza— Sabes que debes seguir adelante, y también…
—También, ¿qué?
Él se detiene dubitativo un instante, estudiando lo que va a decir.
—Sé de tu cuarto de pinturas, tú sigues intentando…
—No —lo corto antes de que siga—. No es justo, y lo sabes. No puedo rendirme, no me educaron así.
—Lo sé —se acerca y me toma de las manos. En sus ojos hay preocupación, incluso miedo—. Sé que eres fuerte, y que no te darás por vencida. Pero esta es una oportunidad de poder estabilizarte económicamente ya que no aceptas el dinero que te damos. Ni siquiera has usado ninguna de las tarjetas que te hemos dado.
—Ya les había dicho que no las necesito. Sé cuidarme sola, y no vivo con lujos.
—Pero aún así —insiste y se levanta, tomando unos papeles de su escritorio—. Puedes revisarlos si quieres. El puesto es para ser secretaria de Luca Huxley, nuestro nuevo socio activo. Él ya nos propuso un acuerdo para vincular una nueva extensión de su editorial familiar a nuestra compañía. Empire Monroe pasará a estar a cargo del área de revistas digitales y libros que lanzarán bajo una nueva plataforma online. Eres perfecta para este empleo, porque él necesita que su secretaria sepa de diseño y arte, para poder empujar los nuevos proyectos hacia el lado artístico de sus escritores.
—Puede que tengas razón —sopeso la información, y sí, me conviene un trabajo como ese. Puede incluso que sea una oportunidad para explorar otras áreas del diseño, y poder terminar de tomar algunos cursos que me quedaron pendientes sobre diseño web.
—Hoy es la cena con el señor Huxley, irá su esposa, y su hijo Luca, para poder hablar de negocios —el silencio nos invade mientras observo las hojas que me ha dado. Son unos análisis del proyecto “Hope Book”, y el portafolio de Luca Huxley…
En la primera página aparece una foto de él. Del hombre que me salvó del accidente.
El hombre de ojos azules.
‹‹No puede ser…››