Destinada a...
—Tomé la ruta 99 hacia Stockton —el sonido del viento contra los cristales del carro me zumba en los oídos, haciendo que el grito de mi amiga en altavoz se oiga distorsionado.
—¡Lo lograste! Sabía que podrías. El mundo debe ver tu talento —una risa se me escapa, la felicidad plena que siento hace que mi pecho se infle de orgullo y satisfacción.
Mucho tiempo pasó hasta que pude dar con Hank Gutiérrez, un artista español muy reconocido en Europa por sus asombrosos cuadros modernistas. El contacto de un amigo, de un conocido de mi compañero de clase en la Universidad del Sur de California. Así fue que di con él. Tuve que asistir a un par de fiestas para que me presentaran finalmente con Hank. Muchos tragos, brindis y charlas de cortesía e interés con la gente adecuada; y todo para obtener un contrato, mi más preciada meta.
Ahora estoy yendo hacia su galería en Stockton, la Topazi Galery. La primera vez que pisé aquella galería quedé deslumbrada. Desde la entrada un adorno con cristales azules enmarcaba el nombre del local, y las paredes blancas junto con la iluminación le daba un toque elegante y sofisticado. Las pinturas se lucían unas seguidas de otras a lo largo del amplio espacio, mientras que algunas columnas en formación de círculo lograban darle una impresión de museo. Cada lienzo destacaba, y bajo cada uno de distinguía un marco de vidrio grueso azulado con la plantilla ficha de pintura. Varios nombres de pintores reconocidos y algunos no tanto salían allí, junto al año en que crearon la pintura, y algunos otros datos.
Y realmente quiero que mis lienzos se muestren allí, colgados a la vista pública en esa galería de ensueño.
—Ya quiero llegar y leer el contrato —le respondo a Mila mientras siento mi corazón latiendo acelerado.
Unos bocinazos se oyen a lo lejos, más adelante junto a los dos camiones que van a unos tres carros por delante del mío. Lo bueno de ir a esta hora de la media tarde es que no hay tanto tráfico, no como en las horas pico cuando debo ir a ver a mi padre a su empresa. Y eso lo agradezco. Por lo que puedo conducir más tranquila y disfrutar del viaje, sin tener que estar midiendo tanto la velocidad del carro.
—Te dejo, voy a tratar de distraerme —lanzo un sonoro beso al aire igual que ella que se despide deseándome suerte, y corto la llamada.
Tamborileo los dedos sobre el volante mientras tarareo mi canción favorita del momento, y para relajarme tecleo rápido en mi celular la lista de canciones, pasando los títulos hacia arriba hasta dar con la que quiero.
Más bocinazos se oyen, pero esta vez más fuertes. Tanto que siento temblar los cristales de la ventanilla del conductor. Elevo la vista hacia delante justo cuando un estruendo me saca de órbita, junto con el impacto.
Todo pasa en cámara lenta para mi cerebro, y lo primero que hago es soltar todo y llevar mis brazos a mi cabeza, tratando de protegerme. El carro se va de lado, hacia la izquierda, y siento que la gravedad desaparece junto a un jalón muy fuerte. El cinturón de seguridad me lastima y los cristales rotos de las ventanas y del parabrisas se me clavan en todos lados. Cierro los ojos con fuerza, tratando de respirar por el enorme dolor en mi pecho. Quiero gritar, pero la voz no me sale. De mis brazos cae un líquido caliente, mi cabeza late con fuerza y las punzadas no tardan en llegar.
Abro los ojos con lentitud y todo se ve borroso. Los gritos desgarradores de otras personas llegan a mi y me aterran. Los bocinazos cesaron, reemplazados por un silencio que me aturde por completo. Ese vacío… es el sonido más trágico y espeluznante que oí en mi vida.
Por el hueco destrozado que antes era el parabrisas delantero logro ver a lo lejos el horror. Y a pesar de estar el carro dado vuelta distingo los dos camiones que antes tocaron claxon están tumbados, uno tiene la cabina del conductor totalmente aplastada. Un carro está a más de la mitad incrustado en la parte trasera del otro camión. Logro ver sangre en una de las ventanas traseras del coche, y mi cuerpo comienza a temblar como nunca.
Ver la muerte tan de cerca es algo para lo que nadie está preparado. El frío cala mi piel y todo mi cuerpo comienza a tener espasmos, las lágrimas no paran de salir y mi visión se termina de nublar por completo.
—Socorro… —mi boca está tan seca que la palabra sale estrangulada en un susurro ahogado.
Mi corazón retumba en mis oídos, y el cinturón de seguridad me arde en el pecho. Intento agarrar la manija de la puerta para abrirla e intentar escapar, pero aunque logro alcanzarla, está trabada. Como puedo y con un gran quejido doblo la rodilla izquierda y trato de patear la puerta. El metal y el hierro está machucado y doblado, y la puerta no cede. La desesperación y el terror de morir salen junto con un grito sofocado, y doy patadas lo más fuerte que puedo. El nuevo estallido me ensordece y paraliza. Una ola de fuego sale disparada del carro que estaba incrustado al camión, y todo vuelve a detenerse, pasando tortuosamente en cámara lenta. El calor llega a mi piel, junto a la certeza de que moriré si los bomberos no llegan pronto.
A mi lado un fragmento de uno de mis lienzos cae quemado, haciéndose cenizas frente a mis ojos. Mi corazón se rompe al tomar conciencia de la situación y una sensación de resignación aflora de a poco. Mis párpados pesan demasiado, y el sueño comienza a invadirme. El aire a mi alrededor está pasando a ser humo puro, y la tos no tarda en venir. Mi cuerpo está tan débil que sólo cierro los ojos y me dejo estar.
El chirrido de la puerta siendo arrancada me sobresalta. El humo escapa por la abertura, y unas fuertes manos me toman por debajo de los brazos y arrancan el cinturón de seguridad como si fuese nada. Caigo y trato de apoyar las manos en lo que era el techo del carro, lastimando mis rodillas con los trozos de cristal laminado que está esparcido por todas partes. El hombre me saca con un movimiento firme y rápido, y me alza como si fuese un bebé. Tomo una bocanada de aire puro que se siente como una caricia en mis pulmones.
El extraño hombre corre conmigo en brazos, alejándonos por la carretera hacia una zona segura, limitada por algunos policías y carros que frenaron a ver el accidente. Más gritos se oyen a lo lejos, y cae al suelo cubriéndome con su cuerpo.
—Cuidado —anuncia con voz gruesa, y otro estallido se escucha, pero más fuerte que los anteriores. Algunos trozos de metal y fierro salen volando, y él levanta un poco la cabeza para protegerme mejor.
Observo su rostro, y mi corazón se detiene. Sus ojos destellan un cariño inmenso, son azules y me recuerdan al océano, mi lugar favorito cuando era pequeña. Su nariz griega resalta su mentón pronunciado, que está cubierto por una barba de días. En su frente caen mechones de cabello cobrizo, levemente rizado en las puntas.
Intento incorporarme apoyando una mano en el áspero suelo de la ruta, pero mi cuerpo no responde. Las sirenas se oyen más fuertes, y el miedo comienza a disiparse.
—Estarás bien —su voz me transmite tranquilidad, y una sensación extraña recorre mi cuerpo. Sus manos se sienten muy calientes en donde me sostienen, y su perfume invade mis sentidos—. Estás a salvo, siempre estarás a salvo, mi luna.
Él sonríe, y es lo último que mis ojos captan antes de caer en la inconciencia.