En el interior de una modesta casa de madera se cernían las sombras nocturnas, esa madrugada solamente se escuchaba el silencio y a más, el ocasional ladrido de algún perro en las viviendas de los vecinos. Pero esa vez ni siquiera un grillo en el jardín hizo el mínimo ruido, parecía más bien que el mundo entero había contenido la respiración aquella noche bajo un cielo tan n***o como el ala de un cuervo y frío como el beso de un fantasma.
El pecho de aquella joven mujer de n***o cabello largo extendido sobre su almohada, subía y bajaba conforme sus pulmones tomaban el aire necesario y lo expulsaban luego, en un exhalo lento y armónico. Sus facciones eran delicadas, casi aniñadas y sus pestañas como dos abanicos negros se le podían apreciar mientras dormía entre sábanas blancas y en su vientre se gestaba una pequeña masa corporal de apenas un mes, nadando inconsciente en sus aguas primigenias, protegido dentro de su tibia y blanquecina bolsa.
Un par de pequeños y breves toques en su mejilla la hicieron salir de su sueño, abriendo los ojos en medio del sopor y procediendo a continuación a sentir un pánico que primero palpitó en su vientre y luego hincó en su estómago. No esperaba tener compañía y a punto estuvo de gritar, pero no alcanzó hacerlo antes de que el intruso le rodeara el cuello con sus manos, presionando con fuerza durante el tiempo suficiente, hasta sentir la vida de su víctima salir del cuerpo como el humo evanescente de un cigarrillo. Terminado el crimen, el extraño salió de la casa, dejando atrás un c*****r que todavía conservaba en los ojos la clara expresión del miedo y seguramente en sus pupilas, invisiblemente impreso, el rostro de su asesino.