Tragué saliva con fuerza, sin atreverme a mirarlo. —Cuando tenía trece años golpeé demasiado a un compañero de salón que me arrebató el cuaderno en clases, sin ser consciente de que lastimaba lugares peligrosos en su cabeza lo llevé a la inconsciencia absoluta, a un coma del cual no regresó jamás y en el que duró muy poco. No opiné, tampoco yo quería ser convertida en papilla por andarme con tantas preguntas. Y él hablaba sin ningún rastro de remordimiento. —No pude controlarme, incluso siendo la primera vez que ese adolescente me jugaba una broma de mal gusto para quedar bien ante su pandilla —pausó tranquilamente—. Mi padre hizo uso de la burocracia para que yo no terminara en un reclusorio de menores en Washington y mi madre decidió que mejor era que termi
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