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          Se me erizaron los vellos de la espalda y mis piernas se enfriaron, dentro de poco ya comenzaría a castañear los dientes. —Desde aquí se puede apreciar mejor la vista —me dijo Carla, guiándome hacia el borde de la azotea.             Volví a mirar a mí alrededor, el suelo era de cemento pintado de blanco y el borde tenía un muro que rodeaba toda la superficie plana, como si fuese una especie de corral que nos asegurara no caer si no inventábamos cruzar el muro.   —Está allá —señaló con el dedo y yo le seguí la orientación.             A través de la niebla pude ver algunas luces de algo que parecía ser una pequeña comunidad. —¿Trabajan de noche? —pregunté, suponiendo que había actividad en ese lugar. —Nunca se detienen —dijo, mirando también al mismo punto—. Hay personal di

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