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            Parecía nervioso y algunas veces en ese momento elegía no mirarme a la cara, hasta que lo logró y estuve a punto de enarcar las cejas para instarlo a que me contra lo que tenía en la punta de la lengua, pero no lo hice por no parecer grosera.   —Ester yo… no sé… cómo decirlo… de verdad. —Pues… hablando, supongo —dije, mirando a un lado y luego a sus ojos. —Ester, me gustas —dijo con timidez al fin.             Eso fue como una descarga eléctrica en mi estómago. —¿Qué? —susurré sin querer, eso no me lo esperaba.             Y menos el beso que me plantó en la boca. No me moví y a mis labios tampoco, lo único que moví fue mi entrecejo para arrugarlo mientras mis ojos estaban más abiertos que los de un vende prenda.             Sus labios eran dulces, aunque lentos y eso m

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