CAPÍTULO SIETE Llegaron a Strasburg poco después de las nueve de la mañana siguiente y mientras entraban a la ciudad, Mackenzie pensó en que podía entender el encanto de un lugar como este. El hecho de que estuviera tan arraigado en la historia le había resultado algo tonto en principio, claro que también había algo rústico y respetable en todo ello. Había banderas americanas ondeando por todas partes (junto con algunas banderas confederadas por aquí y por allá, algo típico de la Virginia rural, suponía) y muchos de los negocios locales habían asumido el nombre de soldados de la Guerra Civil. Mackenzie sabía que era una trampa para ingenuos pensar que los asesinos más perturbados provenían de este tipo de localidades de gente confiada. Las estadísticas demostraban que un asesino perturba