CAPÍTULO TRECE Estaba escuchando los gritos de la mujer que se había llevado del campamento mientras tomaba sorbitos de un frasco de conservas lleno de aguardiente casero. Estaba divisando cómo salía el sol desde su porche destartalado. Los árboles bloqueaban la mayor parte del amanecer pero la luz que conseguía pasar a través era inmaculada y dorada. Hacía que los bosques parecieran cobrar vida. Esta mujer era un tanto diferente de las demás que se había llevado. Esta era peleona. Se había puesto a gritar antes de que la trajera de vuelta a su cabaña. Le había tenido que pegar de nuevo utilizando el mango de un hacha del que había perdido la cuchilla hacía tiempo. Y después cuando la había arrojado en el agujero en el suelo—nada más que una tumba superficial en realidad—y la había tapad