CAPÍTULO DOCE En esta ocasión, Clements no les recibió con un carrito de golf. En vez de eso, tenía un todoterreno esperándoles detrás del centro para visitantes. Ni Mackenzie ni Bryers habían conducido uno antes pero Mackenzie se imaginó que no podía ser tan difícil. Se puso al volante con confianza, agarrando las manivelas con una leve excitación. Con Bryers agarrado a las barras traseras, ella les guió por el sendero central y se detuvo cuando se encontraron con otros dos carritos bloqueando su progreso. Uno de los ayudantes de Clements estaba sentado en este improvisado bloqueo de carreteras. Mackenzie recordaba su cara de su primera vez en Little Hill. Él le ofreció el gesto de afirmación más sutil como saludo. “Seguidme, por favor,” fue todo lo que dijo. Sin decir otra palabra, e