Decisiones extremas.

1826 Words
Semanas más tarde, Francesca regresó a casa, Joaquin Jr. Pensó que se quedaría a su lado y así disfrutar del embarazo de su esposa, pero ella salió con una noticia inesperada. —Necesito tiempo —musitó la morena, recargando sus manos sobre el reluciente escritorio de él—, no me siento bien al verme embarazada, me veo gorda, no estoy a gusto, sé que no debería, pero… Joaquin se puso de pie, se aproximó a ella, la tomó de las manos. —Te ves más hermosa que cuando te conocí —expresó, claro que su mujer apenas tenía cuatro meses de embarazo, y se empezaban a notar los cambios, más al tener dos bebés en su vientre. —Lo dices para contentarme. —Dibujó en sus labios una línea hizo un puchero—, pero no estoy bien conmigo misma, hablé con una especialista, y si no me crees podemos ir a una sesión, ella me recomendó alejarme, reencontrarme, estar en paz. Joaquin frunció el ceño, la mandíbula se le tensó, la miró a los ojos. —¿Quieres dejarme? —cuestionó con seriedad. —¿No me amas como tanto decías? «Claro que no te amo, estás bien guapo, muy atractivo, pero solo me interesa tu dinero» —Por supuesto que te amo. —Se acercó a él, lo abrazó, y luego lo besó—, pero te pido tu comprensión, quiero estar sola, y volver renovada. Hazlo por el bien de todos. Joaquin la sostuvo de la cintura, en verdad la amaba, o al menos eso pensaba, quizás estaba deslumbrado por su belleza, su sensualidad, y el par de niños que esperaba, que lo tenían muy contento. —Está bien, pero me dirás a dónde te vas, no puedo permitir que desaparezcas con mis bebés. Francesca lo miró con profunda seriedad. —No me iría con nuestros hijos, jamás te haría eso, además no voy a trabajar, así que tendré que depender de ti para mis gastos. —Apretó los labios fingiendo hacerse la digna—, estaré un tiempo en una casa de retiro en Florencia. Joaquin se aclaró la voz, resopló de nuevo no muy convencido. —Está bien, pero requiero hablar con tu especialista. —Perfecto, vamos en este momento —propuso Francesca, sin inmutarse. Enseguida salieron rumbo a la clínica y entraron al consultorio de la psicóloga que atendía a Francesca. —Señor Zapata, su esposa está padeciendo depresión en el embarazo, y si no se trata puede desencadenar en diversos problemas, ella no quiere hacerles daño a sus bebés, pero siente deseos de beber alcohol, de fumar, y las consecuencias pueden ser nefastas para sus hijos, queremos evitar esto —comunicó hablando con propiedad—, por esto estos meses será internada en nuestra casa de retiro, alejada de todo, pero estará en buenas manos. Joaquin sintió un estremecimiento, un escalofrío recorrió su columna, solo pensar que Francesca por su estado pudiera dañar a los bebés, así que pensando en lo mejor para ellos accedió que se internara en esa clínica. —¿Por cuánto tiempo será? —No le sabría decir, pero si todo va bien Francesca regresará en un par de meses, y usted no se perderá el tiempo restante del embarazo, piense en el bienestar de todos. Joaquin accedió, y unos días después el mismo acompañó a Florencia a su esposa, la dejó en la casa de retiro, sintiendo un vacío en su pecho regresó a Roma, pensando que sería lo mejor para que sus bebés nacieran sanos, su esposa estuviera bien, y fueran una familia feliz. ***** Mientras el vientre de Gianna crecía considerablemente, su novio seguía llegando tarde, oliendo a perfume de mujer, ya las palabras de él no convencían a la joven. Las discusiones eran cada más fuertes, ella se sentía sola, abandonada, triste, pero aún conservaba su dignidad, por lo que decidió dejarlo, y para eso requería un empleo, no quería pedirles ayuda a sus padres, así que se valió de una conocida de su tía Roxana para conseguir trabajo de mesera en una de las cafeterías de su tía, requería reunir dinero para cuando se le presentara el parto, en ese entonces contaba ya con cinco meses de embarazo, pero al ser doble su estómago se veía más abultado. Trabajó durante dos meses más y se dio cuenta que tenía mucha afinidad para la cocina, claro que desde niña le encantaba preparar postres con la tía Roxy. Tommy ni siquiera se había dado cuenta de que su esposa se ausentaba para laborar, era como si Gianna no le importara, cada vez era más frío, hasta que la encontró una noche sacando sus maletas. —¿A dónde crees que vas? —cuestionó apestando a licor. —¿No me digas que la niña de papi vuelve a su mansión? —refutó. Gianna lo miró ya no con la expresión dulce del pasado, sino con indiferencia. —Te dejo, esto fue un error, mi padre siempre tuvo la razón, no eres un buen hombre —vociferó ella sintiendo una opresión en el pecho, le dolía reconocer que había cometido un gran error, de lo único que no se arrepentía era de tener a sus bebés. Tommy soltó una sonora carcajada. —¿Y apenas te vienes a dar cuenta? ¡Pobre ilusa! —exclamó mofándose de ella—, eres una chiquilla boba e ingenua, solo me interesaba cierta cosa de ti, y ya la conseguí. Gianna sintió que el corazón se le apretaba al escucharlo, y que la ira reverberaba en sus venas, no pudo contenerse y alzó su mano lo abofeteó con fuerza. —No vuelvas a hablarme así —expresó agitada—, eres un imbécil. Tommy se sobó la mejilla, la agarró por los hombros y la zarandeó. —No se te ocurra volver a tocarme —gritó—, no te vas de esta casa, porque esos mocosos son míos, y al ser unos Rossi valen mucho dinero. Gianna abrió sus ojos, sorprendida al escucharlo, entonces forcejeó, y de pronto sintió un líquido caliente correr por sus piernas, sintió una punzada en el vientre que la hizo doblar el cuerpo, se agarró a los brazos de Tommy. —¡Mis bebés! —sollozó—, aún no es tiempo —gruñó apretando los dientes—, ayúdame. —Sollozó. Tommy la observó con la mirada oscurecida, tensó todos los músculos, la agarró del brazo con dureza, no tuvo un ápice de consideración con ella, Gianna casi no podía ni caminar, y él la arrastró al elevador. —Eres un infeliz —gruñó Gianna se agarró a los barrotes de la puerta del elevador, su frente estaba llena de sudor, respiraba profundo intentando contener el dolor, pero era imposible. Cuando llegaron a la planta baja, Tommy paró un taxi. —Llévela al hospital general —ordenó, le entregó dinero al taxista, y metió las cosas de Gianna en la cajuela del vehículo. Gianna lo miró horrorizada, era como si estuviera frente a otro hombre, claro que su relación no había sido perfecta esos meses, jamás imaginó que el padre de sus hijos actuara de esa forma con ella, apretó sus puños, juró que jamás lo volvería a ver, así eso significara tragarse el orgullo y pedirles ayuda a sus padres. Tommy miró que ella se alejaba, sacó el móvil hizo una llamada. —Va para el hospital general, creo que los mocosos van a nacer, no estoy seguro, apenas tiene siete meses. —No te preocupes, tengo todo preparado —comunicó la otra persona al teléfono—, solo espero que no pierda a los bebés, no vuelvas a llamarme, yo te haré llegar lo que acordamos. —Colgó la llamada. ***** Joaquin entró corriendo por el pasillo de aquel hospital público, mantenía el ceño fruncido, el corazón apretado, no comprendía como su esposa había llegado hasta ahí con fuertes contracciones, se acercó a Rosa la amiga de su mujer desesperado. —¿Cómo está Francesca? ¿Tienes noticias? ¿Por qué vinieron a este hospital? —cuestionó mirando a su alrededor. —Tranquilo Joaquin —pronunció la chica—, aún no dicen nada, la están valorando, vinimos acá porque era el hospital más cercano al aeropuerto, quería sorprenderte con su regreso y se le rompió la fuente. —Pero faltan dos meses —rebatió él, sentía los músculos tensos. —Lo sé pero es común en los embarazos múltiples, mejor espera aquí, voy a traerte un té. Joaquin asintió, empezó a caminar de un lado a otro por aquella sala de espera. —Ayuda —escuchó como a manera de susurro, sintió que una pequeña mano tocaba la suya, sacudió la cabeza, inclinó su rostro, y miró a una mujer de rodillas en el piso, abrió sus ojos con sorpresa. —¿Qué le ocurre, señorita? —preguntó—. ¡Una camilla! —gritó con desesperación. La chica alzó su rostro, tenía el semblante lleno de palidez, varias gotas de sudor bajaban de su frente, su azulada mirada se clavó en los ojos de Joaquin. —Mis bebés —sollozó lo agarró con fuerza de la mano, como aferrándose a él—, me duele mucho, por favor que no les pase nada —imploró con desesperación. Joaquin sintió un estremecimiento en el corazón, el rostro de aquella chica era tierno, se veía muy joven, y su mirada llena de angustia, lo conmovió. —No se preocupe, voy a buscar un médico, tranquila. —Le habló con voz suave. Gianna gruñó, se dobló de dolor, sollozó. Joaquin se alejó se acercó al counter de emergencia. —¿Qué quiere? —dijo en tono seco una enfermera. —Un médico, que alguien ayude a la chica de allá, está con fuertes contracciones —avisó, y cuando señaló a verla, notó que había sangre alrededor de la chica, se quedó estático—. Haga algo —gritó. —No hay médicos disponibles, este es un hospital público, no esos privados a los que asiste la gente como usted. —Lo miró de pies a cabeza. Joaquin apretó sus puños, resopló. —Tengo influencias y si no llamas a un médico, y atienden a esa muchacha, te juro que todos en este hospital perderán sus empleos. —La observó amenazante, sacó su móvil, y le mostró que tenía como contacto al primer ministro de Italia, no en vano su padre con su empresa constructora había trabajado en muchos proyectos con esos políticos, durante años. La enfermera palideció, con las manos temblorosas marcó al área de ginecología, entonces Joaquin corrió hacia donde estaba la chica, se inclinó ante ella. —Ya la van a atender, tranquila. ¿Cuál es su nombre? ¿Desea que me comunique con algún familiar? Gianna tan solo lo miró, guardó esos ojos azules en su memoria, y la manera dulce con la cuál él le habló, pero no pudo decir nada, se desvaneció.
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