—¡Señorita! —La sostuvo para no dejarla caer al suelo, cuando la tocó ella estaba helada. De inmediato los enfermeros la subieron a la camilla—. Más les vale tratarla bien —gruñó amenazante, y miró cómo la llevaban a prisa por la sala de emergencia—. Ojalá todo te vaya bien —auguró sintiendo su corazón agitado.
Entonces volvió a su realidad, y recordó que su esposa también estaba dando a luz, y luego de ver la negligencia de esa gente, se angustió aún más, después de gritar y amenazar a varias enfermeras, le informaron que a su esposa le estaban practicando una cesárea de emergencia, y a la chica desconocida también.
Y luego de tres horas de angustiosa agonía, un médico apareció.
—¿El señor Zapata? —cuestionó.
Joaquin corrió hacia el especialista.
—¿Cómo está mi esposa, y mis bebés? —indagó con la respiración agitada.
—Su esposa se está recuperando bien, y sus bebés, aunque prematuros se encuentran sanos —comunicó.
Joaquin cerró sus ojos, agradeció a Dios, el corazón se le asentó en el pecho de la dicha.
—Gracias —expresó conmovido y con lágrimas en los ojos. —Y la otra chica, ¿cómo está?
El médico negó con la cabeza.
—Muy grave, llegó en malas condiciones, los bebés no se salvaron, quizás no pase la noche, ¿sabe su nombre? ¿conoce a algún familiar?
Joaquin negó con la cabeza, apretó los párpados y sintió un escalofrío que le recorrió la columna, sintió mucho pesar por aquella jovencita.
—No doctor, no la conozco —respondió.
Más tarde Joaquin conoció a sus hijos, eran mellizos, una niña y un niño, eran aun bien pequeñitos como para verles el parecido con él o su mamá, además los vio a través del cristal, estaban aún en la incubadora, se veían tan frágiles, que su corazón se enterneció.
Y luego de unos minutos pudo entrar a visitar a su esposa.
—¿Cómo están nuestros bebés? —preguntó Francesca con voz débil.
—Tranquila amor. —Joaquin le besó la frente—, no hables, descansa, son hermosos, ya te llevaran a verlos, están bien pequeñitos.
—¿Se parecen a ti? —cuestionó Francesca—, quiero conocerlos.
Joaquin sonrió, la tomó de la mano y se la besó.
—Son muy chiquitos, no sé a quién se parecen, pero tú fuiste muy valiente, aunque no me gustó que hayas venido a este hospital. —Frunció el ceño—, mañana te llevaré a uno privado, a que reciban mejor atención.
Francesca negó con la cabeza.
—No, no me quiero mover, si me llevas a otro lado que sea a casa, por favor.
—Pero amor… este lugar no me da confianza, vamos obedece.
Francesca soltó un bufido, aceptó.
—Está bien, pero yo escojo la clínica.
—Bueno. —Joaquin sonrió y besó los labios de su mujer.
Unas horas después Francesca en una silla de ruedas fue llevada a la sala donde se encontraban sus hijos, entró junto a su esposo.
—Son hermosos mi amor —le dijo Joaquin a su esposa conmovido.
—Preciosos —comunicó Francesca, y frunció los labios adolorida.
—Así es, cuidaré de ustedes, y no permitiré que nada malo les pase —aseguró Joaquin, y besó la frente de su esposa.
Al día siguiente, Joaquin trasladó a su esposa a un hospital privado, de la joven a la cual ayudó no supo más, solo que estaba grave, pero no pudo hacer más por ella.
****
A los tres días Gianna abrió sus ojos, por el aroma a alcohol, cloro se dio cuenta que estaba en un hospital, tocó con su mano su vientre, y recordó cómo llegó a aquel sitió.
—¿Mis bebés? —cuestionó, intentó incorporarse, pero el dolor en el vientre no se lo permitió.
—Tranquila, se va a lastimar —le dijo una enfermera.
—Quiero ver a mis bebes —suplicó agarrando de la solapa a la enfermera.
—Ya viene el médico, él le dará información.
Unos minutos más tarde, los fuertes gritos llenos de dolor de Gianna inundaron aquella sala, enterarse que sus bebés murieron había sido un golpe terrible.
—¡Mis hijos! ¡Necesito verlos! ¡No pueden estar muertos! —sollozaba a gritos desgarradores, intentó retirarse el suero de la desesperación. —¡Déjenme ver sus cuerpos! —suplicó, pero como era lógico no se lo permitieron, le colocaron un sedante.
Horas después, cuando despertó un poco más tranquila, logró dar su nombre y pedir que llamaran a sus papás, en ese entonces se le murió el orgullo, sentía el corazón hecho trizas, se culpaba de lo ocurrido.
—No debí ser tan soberbia, si les hubiera hecho caso a mis papás, mis bebés estarían vivos —sollozaba, sentía que no lograría superar el dolor, había quedado con un vacío en el alma imposible de sanar.
Horas más tarde las puertas de la habitación se abrieron, Gianna se deshizo en llanto al ver a sus papás.
Susan se acercó y la abrazó con fuerza, mientras Franco respiraba agitado, percibiendo su pecho arder, ya se habían enterado de lo ocurrido.
—¡Fue mi culpa! —sollozó Gianna abrazada a su madre—, debía llamarlos.
Susan y Franco sintieron que el alma se les desgarraba, también sintieron culpa, por querer darle una lección, su hija ahora estaba viviendo un gran dolor.
—No te culpes cariño, las cosas pasaron por algo, tus bebés ahora te cuidan desde el cielo —habló con dulzura Susan.
—Ese no es ningún consuelo mamá —susurró gimoteando.
—Buscaré al infeliz de Tommy y yo mismo le haré pagar por lo que te hizo —gruñó Franco apretó sus puños, salió a buscar al director de la clínica, no pensaba quedarse de brazos cruzados, quería los c*******s de los bebés.
—Señor Rossi entiendo su molestia, pero aquí hay protocolos, su hija no despertaba y no podíamos tener tanto tiempo los cuerpos de los niños, los cremamos, le voy a entregar las cenizas —indicó.
—¿Cenizas? —gritó enfurecido, la vena de su frente saltó—. Me dijeron que ese mismo día una mujer también tuvo mellizos, ¿quién me garantiza que esos niños no son los hijos de mi hija?
El medico plantó su vista en Franco.
—Tiene todo el derecho de empezar con las investigaciones, pero aquí tengo el expediente de esos niños, ¿ustedes tienen el tipo de sangre: AB positivo?
Franco negó con la cabeza, arrugó la frente.
—Tenemos el tipo A positivo, mi hija y yo —comunicó.
—Los bebés del señor Zapata tienen ese tipo raro, y él nos supo indicar que poseía ese mismo tipo, que todos en su familia lo tenían, ¿quiere llamarlo?
Franco soltó un resoplido desalentador, conocía bien esos trámites, el médico no estaba errado, hablaba muy seguro, así que no tenía sentido molestar a aquel hombre, esperó que le entregaran las cenizas de los bebés, y eso fue lo único que le pudo llevar a Gianna.
****
Un mes después.
María Luisa Duque la madre de Joaquin, nunca estuvo convencida del embarazo de su nuera, la ausencia de esa mujer, la hizo dudar, sin embargo, cuando conoció a sus nietos, se quedó impresionada, el parecido físico con su hijo era innegable, era como verlo de recién nacido.
Los bebés ya habían sido dados de alta, y se encontraban en el apartamento junto a sus padres.
«Por un momento pensé que esta mujer le estaba viendo la cara de pendejo a mi hijo» dijo en su mente.
Sin embargo, de todos modos, debía asegurarse que sí llevaran su sangre, no en vano era la directora del consorcio más grande de café de su país, y dejarse engañar, y aunque los bebés le inspiraban mucha ternura, no podía permitir que Joaquin fuera victima de una trampa.
Así que en esos días y sin que nadie la viera, logró tomarles una muestra de saliva a los bebés, y salió a un prestigioso laboratorio, solicitó una prueba de ADN.
Días después Malú, fue al laboratorio por los resultados, cuando se lo entregaron abrió el sobre con premura.
«Compatibilidad 99.9%»
Separó los labios, soltó un suspiro tranquilizador, los bebés si eran sus nietos.
*****
Gianna cuando fue dada de alta, había salido devastada, sus hermanos: Georgina y los gemelos Gian Franco y Gian Luca la habían recibido con el cariño de siempre en casa, intentaban contentarla, pero ella ya no sonreía.
Pasó días encerrada en su alcoba sin querer salir, del mal hombre del cual se enamoró no volvió a saber nada, era como si la tierra se le hubiera tragado, sus padres la convencieron de tomar terapia, estaba renuente, pero después accedió a hacerlo, era necesario sanar para recuperar su estabilidad emocional.
Encontró refugio en la cocina, en preparar deliciosos platillos y decidió empezar a estudiar gastronomía, y dedicar su vida a ayudar a los niños de la calle, porque ya nunca más volvería a ser madre, eso le habían dicho los médicos.