Thiago me esperaba junto a la entrada principal de Fierfield. Frotaba sus manos la una con la otra, tratando de entrar en calor ante la fuerte ventisca que azotaba ésta tarde. Me detuve a unos metros antes de llegar hasta a él, abracé los libros a mi pecho con fuerza, y dejé escapar lentamente la respiración.
Me costó mucho trabajo aceptar el hecho de que tuvo que deshacerse de su motocicleta para pagar nuestra deuda. Había discutido con él por más de una semana por ese motivo, pero su respuesta siempre fue la misma: "No te metas en mis asuntos, Skyler, yo sé lo que hago"
—¿Y sí tomarán el trabajo de ésta noche, Blue? —me preguntó mi amiga Ema, logrando sacarme de mi ensimismamiento.
La miré sobre mi hombro y asentí, mientras la veía jugar con el pañuelo envuelto en su muñeca izquierda, el maldito pañuelo que nos identificaba como miembros de "The White Door"
—Leo no nos dio otra opción —la peli verde hizo una mueca, mientras chasqueaba su lengua.
—Ese hijo de puta —murmuró entre dientes—. Carlo dice que aún no termina por entender por qué ha estado mandándolos a hacer tantos intercambios —Carlo era su hermano mayor, el chico que me había llevado con Leo cuando quise entrar al negocio.
Sus pupilas verdes encontraron las mías, elevó una de sus cejas y negó con la cabeza—. Es como si pretendiera...
—Deshacerse de nosotros —terminé la frase por ella, dedicándome a observar la nuca de Thiago a unos metros adelante.
Le entregué mis libros a Ema, mientras estiraba mis manos hacia atrás para trenzar mi largo cabello.
¿Cómo no lo había pensado antes? Desde que la policía estuvo a punto de dar con el depósito donde Leonardo guardaba toda su mercancía, nos había estado utilizando a Thiago y a mí, como sus principales "burros", incluso habíamos ido un par de veces a hacer intercambios con los Blood, la otra banda que controlaba Chicago.
Inclusive hoy teníamos que ver al líder de los Blood, según Leo, le era necesario enviarnos a pagar una deuda que tenía pendiente con dicho sujeto.
—Blue —Ema me entregó los libros y le dio un pequeño apretón a mi hombro—. Tengan cuidado, ¿Sí?
Asentí y moví mi mano en despedida, para así terminar de llegar hasta Thiago. Lo abracé por la espalda y apoyé mi mejilla contra su camiseta, dedicándome a inhalar su agradable olor mientras lo escuchaba sonreír.
—Pensé que nunca saldrías —murmuró, girándose para quedar frente a mí. Sus manos se envolvieron en mi cintura, su mirada gris seguía la mía. Sonreí y arrugué la nariz, dejando caer los libros para dedicarme a envolver bien mis brazos a su alrededor.
—Será mejor que dejes de mirarme como si quisieras desnudarme, y bésame —le exigí, parándome de puntillas.
—Es que quiero desnudarte, Skyler; no puedo observarte de otra manera —bromeó, terminando de acortar el espacio entre nuestras bocas.
Subí mis brazos hasta envolverlas en su cuello, abrí mi boca y me permití juguetear con su lengua. Sabía que estábamos en un lugar público, pero... ¿A quién le importaba si estaba a poco de comerme a mi novio? Era un show gratis para todos esos adolescentes calenturientos.
Mordí su labio inferior y él rio, poniendo distancia.
—No hagas eso, Cenicienta. Ya siento mis pantalones pesados, y no es el lugar adecuado para que me hagas semejante tortura.
—Aguafiestas —murmuré, inclinándome para recoger mis libros—. Hay que ir a casa, Leo nos espera —tomé la mano que él me ofrecía, para después caminar en dirección a la parada de autobús.
(...)
Empujé la puerta de mi casa con mi cadera, pidiéndole a Thiago que hiciese silencio, lo jalé de la mano y después de deshacerme de mi mochila y mis libros, pegué su espalda contra la puerta. Comencé a besarlo ante la risa divertida que había brotado de sus labios, sus manos me apretaron contra su cuerpo, mientras él se dedicaba a seguir el ritmo de mis besos. Deslicé el suéter de sus hombros, dejándolo caer al suelo, sus desesperadas manos se colaban dentro de mi blusa, comenzando a explorar mi piel de esa manera en la que lo necesitaba. Jalé suavemente de su cabello, dejándome llevar por los espasmos que comenzaban a recorrer mi cuerpo. Necesitaba sentirlo, necesitaba sentirme completamente suya otra vez. Me separé jadeando, deslicé mi mano hasta encontrar sus dedos, para después comenzar a arrastrarlo hacia mi habitación.
Cuando me giré, me detuve bruscamente al ver a Melody, una de mis hermanastras, observarnos con la boca abierta desde el sofá; la chica apenas tenía 13 años, y a pesar de ser una completa bruja al igual que su madre, era muy inocente, por lo que su mirada de terror, no me sorprendía. Arquee una ceja y sonreí en su dirección, antes de comenzar a caminar hacia mi esperado destino.
—Estaré en mi habitación haciendo el amor con mi novio, niña. Por si la bruja de tu madre se digna en preguntar por mí cuando regrese —le dije sin avergonzarme al pasarla.
—Estás loca, mi amor —Thiago sacudió su cabeza mientras se dedicaba a pasar la camiseta sobre su cabeza. Cerré la puerta y avancé hacia él otra vez.
—No iba a decirle que íbamos a jugar a la casita —sonreí, dedicándome a apreciar su hermoso cuerpo descubierto—. Creo que nunca voy a llegar a aburrirme de ti, Thiago —balbucee, empujándolo para que pegara su espalda contra mi colchón.
(...)
—Tenemos una hora para llegar al depósito —comunicó Thiago, alcanzándome una camiseta de mi ropero, salí de la cama rodando los ojos, a la vez que apreciaba un excelente vistazo de su perfecto trasero descubierto, mordí mi labio inferior, conteniendo una sonrisa—. Una foto te duraría más tiempo, Cenicienta —sonrió, guiñándome un ojo, mientras me veía sobre su hombro.
Sonreí y negué con la cabeza, inclinándome a recoger sus calzoncillos.
—Será mejor que te vistas, porque si no, voy a terminar por violarte —le dije, sosteniendo su ropa en su dirección.
Él sonrió, caminando hacia mí.
—No se considera violación, cuando ambas partes lo desean —inclinó su cabeza para depositar un feroz beso en mis labios, de esos que me enviaban a otra órbita y me dejaban viendo estrellas.
Me separé jadeando en busca de aire, tomé mi ropa y me alejé de él.
—Basta, Thiago. Hay que ir al depósito.
—Tú querías violarme primero —rio, pasando su camiseta sobre su cabeza.
Después de vestirme adecuadamente para la noche fría que se avecinaba, salí de mi habitación seguida de Thiago. Nadia, mi otra hermanastra que tenía un año más de los que yo tenía, se encontraba recostada a la puerta de la habitación que compartía con su hermana menor. Arqueó una ceja y cruzó los brazos a la altura de su pecho.
—¿Qué? ¿Se te perdió algo? —cuestioné, levantando mi barbilla.
—Que cualquiera resultaste ser, Skyler —dijo, haciendo una mueca de asco.
—Al menos yo hago el amor con un sólo chico —murmuré, terminando de salir de ahí.
—¿Nunca vas a tolerar a tus hermanastras? —preguntó Thiago, cuando salimos a la calle.
Metí mis manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta y negué con la cabeza.
—No —me limité a contestar.
Ya en el depósito, Leo nos entregó un sobre con dos mil quinientos dólares, nos explicó que era sólo una pequeña deuda que tenía que saldar con Fernando, el mexicano que era el líder de los Blood, tras unos cuantos kilos de cocaína que el otro le había dado, para sacarlo de un apuro del cual tenía que salir con urgencia.
—¿Por qué tenemos que ir nosotros y no tú? —cuestionó Thiago, viéndolo con el ceño fruncido.
—Porque yo soy el jefe —se limitó a contestar, sentándose detrás de su escritorio otra vez—. Y será mejor que no intenten nada, ya saben lo que les pasa a los traidores. Ahora largo, que Fernando los espera.
Un frío recorrió toda mi columna vertebral al ver la despreocupada actitud de Leo.
Mientras caminaba por los oscuros callejones, cerca de las líneas del tren, pensaba en lo que había hablado esa tarde con Ella. ¿Y si en realidad Leo lo que quería era deshacerse de nosotros?
Mordí mi labio con impaciencia, palmotee el arma que llevaba en la parte trasera de mis pantalones, pero aun así, un mal presentimiento se había adueñado de cada partícula de mi cuerpo.
—¿Thiago? —lo llamé, antes de atravesar los rieles del tren que nos llevaban hasta el punto que controlaban los Blood—. Revisa el sobre.
—¿Qué? —murmuró, viéndome con el ceño fruncido—. No puedo hacer eso, ¿Qué tal si después hace falta algo y nos culpan a nosotros?
—Hazlo, mi amor... Aún estamos a tiempo de escapar —tragué grueso, viendo hacia el viejo edificio que teníamos en frente. Miré hacia las ventanas, esperando ver movimiento por parte de los Blood—. Confía en mí —argüí, cerrando los ojos.
Thiago observó el sobre que apretaba en sus dedos. Y con manos temblorosas comenzó a abrirlo, deslizó su mano en el interior, sus ojos se abrieron como platos al sacar billetes impresos en blanco y n***o.
—¿Pero qué mierda? —murmuró, tirando el dinero falso a un lado—. ¿Qué demonios significa esto?
—Leonardo nos mandó a nuestra propia muerte —susurré, incapaz de ocultar el terror en mi voz—. Venga, Thiago, hay que salir de aquí.
Tomé su mano dejando salir un largo suspiro, traté de moverme, pero Thiago se encontraba estático, con su mirada fija hacia la entrada del edificio.
—Ya es tarde —murmuró.
Giré mi cuerpo, deteniéndome a su lado. Dos sujetos caminaban en nuestra dirección, cada uno sostenía un arma en su mano derecha.
—¿Son los que envió Leo? —habló uno, acercándose con pasos largos hasta estar frente a nosotros.
—Sí —murmuré, apretando la mano de Thiago.
—¿Dónde está el paquete? —preguntó el otro, jugando con el gatillo de su arma.
Thiago observó el dinero falso del cual se había deshecho.
—Ahí —señaló él con su otra mano—. Leonardo nos engañó. Pero si me dan un poco de tiempo, iré a mi casa, ahí guardo dos mil dólares, los cuales traeré enseguida.
—Eso está mal, muchachos. Fernando espera ese paquete y no podemos entrar ahí sin ello.
—Entiéndanlo, idiotas. No tenemos el puto dinero —espeté, dando un paso al frente—. El imbécil de Leo nos tendió la una trampa.
—Trampa o no, nuestro trabajo es deshacernos de ustedes, si no traían lo que Fernando esperaba —uno levantó su arma en mi dirección, tragué grueso mientras golpeaba su mano con mi pie por inercia, mandando su arma a unos pocos metros de distancia.
El tipo se quejó, agarrando su muñeca mientras me maldecía entre dientes. Escuché a mi lado un arma al ser cargada, y segundos después, a Thiago atacando al otro chico. Aproveché el momento para golpear con mi puño la nariz de quién me iba a atacar de primero, para después hundir mi rodilla en su entrepierna.
—¡Perra! —gruñó, doblándose a la mitad.
Thiago rio, recogiendo ambas armas, mientras el otro se revolcaba en el suelo. Saqué mi arma y apunté hacia uno de ellos, sólo era cuestión de jalar del gatillo y seríamos libres.
—No, Cenicienta —murmuró él, tomando mi mano—. Son sólo dos basuras que sienten poder al tener un arma en sus manos.
—Si no lo hago, no podremos desaparecer de este maldito lugar —espeté, viendo hacia los marrones ojos del desgraciado que se limpiaba una y otra vez su nariz.
—¿Desaparecer?
—Sí, Thiago; acepto tu propuesta de largarnos de este sitio lleno de mierda.
Una sonrisa se dibujó en sus labios, aun impidiéndome mover mi mano.
—Lo haremos, Skyler. Pero por favor, no lo hagas. Tú no eres una asesina.
Escupí hacia un costado, sintiendo cómo la adrenalina se apoderaba de mí, despertando un instinto asesino que no sabía que poseía en mi interior.
—Sky... No voy a dejar que lo hagas.
Hice una mueca, desviando la mirada.
—Sabía que eres una cobarde —rio el sujeto, tratando de levantarse—. Es una lástima para ustedes que yo no lo sea.
Mis oídos fueron invadidos por el ruido de un disparo... El maldito poseía otra arma, pero al parecer, tenía muy mala puntería, pues no me sentía diferente; agradecí al cielo que su disparo había fallado.
Ni siquiera me detuve a pensarlo, si no que me dejé guiar por la rabia y sin dudarlo me encontraba disparándoles a ambos. El sujeto calló de costado, hundiéndose en un mar de su propia sangre, mientras que el otro sólo se encontraba escupiendo sangre.
Miré hacia Thiago, para comenzar a correr de ahí. Pero mi corazón se detuvo por milésimas de segundo al presenciar uno de mis mayores pesadillas.
Mi novio se encontraba tirado en el suelo, tratando de contener con ambas manos la hemorragia que salía de su estómago.